CAPÍTULO SESENTA Y DOS

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Steve.

28 de junio, Toronto.

 

—¿No se supone que el alentado debería cuidar del enfermo? —dicen.

Me levanto de golpe voy a decir algo, pero un bostezo me interrumpe. Estaba durmiendo muy agustito, la verdad.

Elizabeth yace sentada en la cama del hospital con la sábana hasta la cadera. Trae el cabello en una trenza desecha y con el cabello por todos lados. Cuando apareció con su cambio de look, le dije que estaba muy bonita.

—¿Vas a seguir viéndome o qué? —se cubre la boca, bostezando.

—Eh... ¿Necesitas un doctor? —me acerco a ella.

—Mmm... no... —se me queda viendo como si estuviera luchando por dentro para preguntarme algo.

Tomo aire y me siento a su lado.

—No te preocupes, Daniel está bien. Despertará en cualquier momento.

Guarda silencio.

—Por cierto, Alejandra se fue a apartamento.

—¿Nia sabe que estamos aquí?

—No, cree que llegaremos en un par de horas, pero los soldados ya volvieron y les ordené que no comentaran nada más hasta que tú lo hagas.

—Bien —se acaricia el muslo herido sobre la sábana, poniendo una mueca de dolor—. ¿Que dijeron o qué?

—Sobre la herida, pues... que está bien, lograron retirar los trozos de bala, no se tocó ningún nervio, etc, etc.

Asiente.

—La recuperación debe ser de unas dos semanas. Así que te las puedes tomar libres para que la pases con tu familia.

Lo que le digo le afecta, pero aparenta que no. Aprieta la mandíbula y gira la cabeza hacia un lado, intentando regular su respiración acelerada. Y por un momento veo a la Elizabeth de 23 años, a la que le gustaba salir de fiesta, pasar tiempo con sus amigos, reía mucho y lo mas importante, que se permitía sentir, pero Elizabeth vuelve y pone esa cortina de humo, mostrándose seria, gelida y sin sentimientos.

Elizabeth toma su teléfono y frunce el ceño leyendo algo en la pantalla.

—¿Todo bien? —pregunto con cautela.

Suspira.

—Tengo una notificación de que se usó mi tarjeta para comprar un auto.

—¡Dios! ¡Denuncia!

—No, fue Nia.

—¡¿Qué?!

Me enseña la notificación, al final del pie del mensaje dice que la compra fue a nombre de Nia Boucher Davis. ¿Como es que permiten que una niña compre un auto? Esto me deja claro lo mucho que influye el dinero en el mundo.

—¿Y para que un auto?

Se encoge de hombros.

—No sé, al parecer no le bastan los 8 autos que hay en el garaje —se le dibuja una pequeña sonrisa en el rostro, algo así como orgulloso y diversión.

Elizabeth se lleva el teléfono a la oreja, poniéndose de pie y metiéndose en las botas. Alejandra llevó el uniforme de Elizabeth a lavar a su apartamento y lo trajo hace un par de horas. No podía tomar ropa de la mansión porque Nia se daría cuenta.

—Hola, mi amor —dice Elizabeth, su semblante se suaviza y sonríe sin darse cuenta.

Continua en la llamada con su hija por unos minutos hasta que cuelga después de soltar una carcajada por algo que Nia le dijo.

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora