CAPITULO OCHENTA

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Daniel.

1 octubre. Chicago, Estados Unidos.

Me muevo a través de las filas en las que mis hombres están organizados en grupos diferentes, cada grupo tiene su labor asignada. No necesito girarme para saber que La Élite viene detrás de mí. Listos para operar.

«Necesito que esto termine hoy», suspiro.

Olivia es la primera en llegar a mi lado con un corto trote.

—Señor, no se olvide de la apuesta.

La miro de reojo.

—Prepara ese par de billetes que cargas en tu cartera, porque hoy pagarás las cervezas.

Suelta una carcajada.

—De eso nada, señor, pues es usted quien pagará la cuenta.

—Ya lo veremos —me burlo.

Los chicos apostaron que nos encontraríamos penes mutilados y yo aposté a qué no. Y quién gane la apuesta paga los tragos hoy. Tragos de la celebración por acabar con Giorgia, pues todos queremos darle fin a la guerra con la mafia italiana.

Termino de ponerme el chaleco antibalas, mientras camino con un par de soldados a ambos lados.

—Sé que no debo recordarles esto, pero no vayan a tocar nada de lo encuentren dentro. ¿De acuerdo? No alteren nada, necesitamos todas las pruebas posibles.

—¡Si, señor!

A veces siento que no estoy con soldados sino con mocosos de seis años. Es que ni mi hija es así... bueno, sacó la inteligencia de su padre, por supuesto, y por eso jamás cometería ningún error.

Mi teléfono vibra en mi bolsillo del camuflado y lo saco de inmediato. Quedé con Alejandra y con mi esposa en que me informaran cualquier cosa, por más mínima, sobre la salud de mi abuelo.

Alejandra: El abuelo sigue dormido, fui en busca de los médicos y ellos me dijeron que todo iba perfecto, cuando despierte te escribo!!

Daniel: ¿Dónde está mi mujer?

Espero un par de segundos y cuando decido guardar el teléfono, me llega la respuesta.

Alejandra: En la casa con Nia, las niñas de Steve y el hijo de Jade.

Entrecierro los ojos, mirando mal el teléfono. Maldito mocoso. Juro que si se le ha acercado a mi hija le arrancaré las manos y luego los ojos.

Guardo el teléfono sin enviar más textos. No quiero seguir dando mal ejemplo a mi ejército al tener el teléfono en mano, pero se me hace un poco imposible, pues debo estar al tanto sobre la salud de Harper.

El audífono que tengo en mi oído, suelta un sonido ensordecedor y me lo quito antes de que me rompa el tímpano.

—¡¿Qué carajo con eso, Ivanov?!

Me llevo los dedos al oído. Miro a mi alrededor, al parecer no fui el único que casi se quedó sordo. Niego con la cabeza, maldito sea el hacker. Steve se acerca a mi chillando.

—¿Qué demonios fue eso?

—No tengo ni puta idea —me giro hacia la camioneta de dónde salí hace un par de minutos.

Tomo el radio que cuelga de la consola del auto, oprimo el botón y aclaro mi garganta.

—¡¿Qué mierda contigo?!

—Lo siento, lo siento. Hubo un error.

—¿Error? —Me muerdo el interior de mi mejilla para no estallar en gritos.

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora