CAPITULO NOVENTA (FINAL)

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Elizabeth.

Retrocedo acariciando mi panza con ambas manos mientras observo a mi esposo cargar a mi hija para que ponga la estrella en el gigantesco árbol de navidad. Hoy hemos pasado toda la mañana y media tarde decorando la casa. Al parecer soy la única que está disfrutando, porque tanto mi hija como mi esposo se quejan a cada nada, como ahora,

—Volveré a repetirlo, Lizzie —murmura Nia—. Si tenemos dinero y podemos permitirnos que nos ayuden con la decoración… ¿Por qué rayos lo hacemos nosotros?

—Somos una familia, amor —contesto con dulzura—. Y las familias hacen esto, compartir.

—No me gusta este compartir. ¡Papá mis costillas!

Daniel se baja de la escalera con Nia colgando de sus brazos y luego la pone en el suelo. Se sacude las manos y detalla el árbol con el ceño fruncido. Grinch.

—Nia, ¿podrías ir a revisar si las galletas no se están quemando?

Nia arquea una ceja burlona y lo mira de arriba abajo, pero obedece. Me sorprende el comportamiento de mi hija, a pesar de que no tiene simpatía por nadie, siempre ha mostrado una protección con nosotros y también obedece a las órdenes que se le dan.

Igual, para mi esto es muy nuevo y me llevará mucho tiempo comprender. Pero me gusta que Daniel se haya adaptado rápido a Nia, pues ella tiene un apoyo muy grande. Daniel no es de gritarle ni regañarla por todo, él hace preguntas básicas, pero muy claves y luego la apoya. Como lo hizo con el psiquiatra de Alejandra.

Fue algo que, sin duda, me tomó por sorpresa. Pues creí muchas cosas, pero menos que mi hija de siete años acabase con la vida de un hombre alto. Estuve un par de días con esas imágenes de mi hija con salpicaduras de sangre en su rostro, mientras observaba el cuerpo sin vida con los ojos oscuros, ensombrecidos.

Fue una imagen escalofriante.

Daniel se acerca a mí y reconozco esa mirada.

—¿Qué te preocupa? —Toma mi rostro entre sus manos—. Dame esas preocupaciones, yo me encargo.

—No hay nada de preocupaciones —le aseguro—. Todo está perfecto, mi amor.

Y no miento, todo está bien. Solo que he planeado mucho el poder ir a visitar a una familia en Kenia, que luego de mucho tiempo, pudo tener un hijo. El problema es que dudo que mi esposo me deje subir a un avión y si lo hago, probablemente dará riña todo el vuelo. Y las vacunas siempre me duelen. O tal vez, solo soy una llorona.

—Estaré en la habitación por si me necesitan —informa Nia detrás de mí.

Me giro hacia ella y le guiño un ojo.

—Gracias por la ayuda, mi amor.

Asiente con la cabeza y empieza a subir las escaleras. Escucho a Daniel encender la chimenea a mi espalda, y yo sigo viendo a mi hija. El perro salta del sofá y corre hacia ella.

—¿Y Nia?

—¿Si? —Gira, mirándome por encima del hombro.

—Sobre tu cama hay una pijama, ¿podrías ponertela, cariño, por favor…? Tu padre y yo tenemos una idéntica y me gustaría que los tres tuviéramos la misma.

—Bien. —Y desaparece del salón.

La melodía de una canción lenta suena por todo el lugar y me giro hacia Daniel, quien está sonriendo y extendiendome sus manos mientras se menea de un lado a otro, siguiendo el ritmo de la música.

Me echo a reír, tomando sus manos. Empezamos a bailar en medio del salón decorado de tonos rosas y plateados. Ambos usando calcetines, deslizándonos por la nueva alfombra. Mi esposo enrolla su brazo en mi cintura y yo dejo mi brazo sobre su hombro. Nos tomamos de las manos y danzamos. Siento mi pecho hincharse de la emoción y una pequeña lágrima se desliza por mi mejilla al escuchar a Daniel susurrar muy cerca de mi oído la letra.

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora