EPLIOGO (PARTE UNO)

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Elizabeth.

Hoy me levanté desde muy temprano para buscar el vestido perfecto.

Harper había hablado con un par de diseñadores en París, pero el tiempo estimado de la elaboración era de unos seis meses por la cantidad de cristales que llevaba el diseño. No puedo esperar seis meses, necesito casarme ya. Y como tengo al mejor abuelo a mi lado, me cumplirá el capricho.

La primera vez que le dije abuelo a Harper fue cuando nos recibió en el aeropuerto un día después del nacimiento de los gemelos, hace cuatro meses.

Harper sale con un vestido colgando de su gancho. Me sonríe, entregándome el vestido.

—Linda, ¿qué opinas de este?

Me bajo de la pequeña tarima y agarrando el vestido de novia que tengo puesto, corro a por el vestido. Mi buen humor se esfuma en cuanto veo la talla. Tomo la etiqueta con lastima.

—¿No hay una talla más grande? —pregunto.

Harper abre los de par a par y se gira hacia la trabajadora. Ella corre hacia nosotros y en cuanto mira el vestido que aún sostiene él.

—Lo lamento, solo lo tenemos en esta talla.

Miro a Harper y él le entrega el vestido a ella mientras se acerca a mi y me abraza.

—Vamos a buscar otro vestido, linda. No te preocupes.

Asiento sintiendo las lágrimas picando en mis ojos.

Vuelvo al vestidor y me saco el vestido, quedando en ropa interior.

He tenido unos meses difíciles conmigo misma. Detallo la figura de la mujer que se refleja en el espejo. Todo aquél músculo tonificado ha desaparecido. He aumentado de peso, mi estrecha cintura ahora es más gruesa, al igual que mis muslos, mis caderas y mis brazos, mis pechos son más grandes y llenos. Y por todo este aumento de peso he tenido malos días; días en los que no tolero verme en un espejo.

Sin embargo, he tenido el apoyo de mi familia. Daniel cada mañana y cada noche me mima y mis hijos me motivan a no pensar tonterías, pero justo ahora odio con mi alma no encontrar tallas para mi. No todas tenemos una silueta de Barbie.

Un rato más tarde vuelvo a la casa encontrándome con Daniel y los niños en el salón. Los gemelos ruedan panza arriba por la alfombra delgada, a pesar de que estamos en verano, decidimos comprar unas más delgadas para que los bebés puedan jugar sobre ellas con mayor comodidad. Nia está en el sofá embutiendose un bote de helado.

—Espero que el bote no haya estado entero —me dirijo hacia ella primero.

Levanta la mirada despacio y cuando su mirada se encuentra con la mía, sonríe con la cuchara en la boca.

—Fue papá —encoge un hombro.

—No mientas, mocosa —resopla Daniel—. Tu sacaste el helado, a pesar de que te advertí el malestar que te daría.

Sonrío. Me saco los tacones y me arrodillo frente a los bebés.

Mawis sigue jugando con el reloj de su padre dando patadas al aire mientras que Ethan fija su mirada en mí y suelta un grito para que lo levante en mis brazos. Daniel lo juzga con la mirada.

—Definitivamente nos confundimos de gemelo. —Suelta una carcajada tomando a Mawis en sus brazos.

Meneo la cabeza arrullando al bebé.

Cuando llegamos a Toronto y fuimos a registrar a los gemelos, nos confundimos. A Mawis le pusimos Ethan y a Ethan Mawis. Nuestro primer error como padre de gemelos y es por eso que les pusimos un lacito en la manita de cada uno para poder identificarlos. Ethan usa una verde y Mawis una azul. Aunque Ethan tiene una pequeña mancha en el pecho el cual lo diferencia de su hermano.

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora