CAPITULO SETENTA Y SEIS

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Elizabeth.

—¡Llegué! —canturrea Daniel, ingresando por la puerta principal.

Nia se remueve ansiosa por ver a su padre, así que me apresuro a atarle los listones en ambas coletas.

—¡Mami, más rápido! —da pequeños brincos.

Finalizo los últimos detalles en su cabello.

—Listo.

—Gracias, mami. —Corre escaleras abajo hasta llegar con su padre—. ¡Papi!

Bajo las escaleras con una sonrisa de oreja a oreja. Fresa maúlla para que la levante, tomo al animal cargándolo como si fuese un bebé y le doy besos en la panza. La muy sinvergüenza ronronea, sobando su cabeza con la mía.

—... y yo le dije no puedo, papá no me deja —escucho a Nia decirle a Daniel.

—¡Me parece muy bien, cielo!

—¿Qué cosa? —entro al salón dejando a la gata encima de uno de los sofás.

Mi esposo se gira hacia mí y me extiende un ramo de rosas. Rosas blancas, rojas y rosadas. Mis favoritas. Intentando contener las lágrimas. Le doy un beso casto en los labios, susurrando sobre ellos un te amo.

—Tom hoy me preguntó si podía darme un beso en la mejilla, a lo que yo le dije que no porque papá dijo que yo tendría novio a los treinta.

—¡Lo de tener novio a los treinta no es seguro! Aún no me decido si entre los treinta o cincuenta —murmura lo último.

—Pero Tom dijo que eso era tonto —continua Nia—. Que yo a los dieciséis ya podré tener un novio. Y él sera ese novio.

—Maldito mocoso contradiciéndome —se cruza de brazos molesto.

Me percato del ramo que sostiene mi hija, son margaritas. Pero Nia es cero delicada al tomarlas.

Mi marido revisa su teléfono con el ceño fruncido. Casi decepcionado o... ¿preocupado?

—¿Estás bien, Dani?

Niega al instante.

—Me preocupa Alejandra.

Me acerco a él con cautela. Enrollo mis brazos en su cintura y poso mi mejilla en su pecho.

—Yo también. Justo ahora iba a salir para ir a visitarla.

—Vamos.

—Quiero ir sola, amor.

Arruga las cejas.

—¿Acaso te irás con tu amante?

—¡Mamá no tiene amantes! —Nia brinca, gritándole a su padre—. ¡Mami jamás haría eso!

Daniel se agacha para tomarla y levantarla en sus brazos.

—Lo sé, princesa. Era solo una broma entre tu mamá y yo... ¡Ah! ¡Auch!

Nia tira de la oreja de Daniel con los labios apretados y los ojos entrecerrados.

—¡Esto es por haberte dejado abrazar de esa zanahoria!

—¡Oh, cielos! Nia, debe estar bromeando. Yo no tenía nada con esa mujer. Nunca la había visto —le explica—. Estaba ebrio y ella aprovechó para abrazarme.

—¡No tienen porque abrazarte otras mujeres! —levanta la voz enojada—. Mamá y yo podemos hacer ese trabajo.

Asiento dándole la razón a mi hija. Cuando Nia me contó me pareció gracioso, pero no puedo negar el ardor que se hizo en mi boca del estómago al imaginarme a una mujer con sus brazos alrededor de mi marido. Es mío.

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora