CAPÍTULO SESENTA Y SEIS

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Elizabeth.

—¡Mami! —susurran—. ¡Mami! ¡Maaami!

Abro los ojos al escuchar la voz de mi hija, me intento levantar de un salto, pero tengo un cuerpo encima que me lo impide. Mi esposo me tiene abrazada con su brazo, una pierna y su cabeza sobre mi pecho.

Doy un salto cuando veo a mi hija parada en el borde de la cama con el aspecto similar al de la llorona. Tiene más cabello fuera de las trenzas que en ellas. Se friega los ojos.

—Mami, quiero Pepsi.

—¿Qué? —me friego el rostro aún dormida. Me safo del agarre de Daniel. Me levanto de la cama, tomando una pijama, me meto en ella y salgo de las sábanas calientes.

—¡Quiero pizza!

¿Acaso no había dicho...? Da igual.

—¿Cómo que quieres una pizza? ¿Qué hora es? —la levanto, llenandole la carita de besos.

—Anoche... —bosteza, enrollando sus brazos en mi cuello—. Antes de irme a dormir ví un vídeo de una pizza con queso, mucho queso. Y soñé que comía pizza —deja caer su cabecita en mi hombro, casi quedándose dormida.

—De acuerdo, bebé —le beso la mejilla.

—¿Si me harás pizza? —el sueño desaparece.

—Si, haré pizza para los tres.

—¡Yu...pi! —otro bostezo. Tal vez sigue con sueño.

Sonrío, bajandola. Entro al cuarto de baño. Me lavo los dientes, la cara y salgo encontrandome con Nia atrapada en los brazos de su padre, ambos completamente dormidos. Tomo mi teléfono, capturando el bello momento.

Voy a mi closet para cambiarme. Tomo un conjunto de pantalón y top de tela fresca en color rosa, me pongo unas calcetas y calzo mis pantuflas. Me organizo el cabello en una coleta, ahora lista, puedo ir a cocinar.

Bajo las escaleras, pensando en hacer una pizza que no sea tan poco saludable. Con pan de francés. Mi padre ayer le trajo a Nia unos cuantos. Entro a la cocina y me encuentro mirando las ventanas, el firmamento está precioso. El cielo despejado, un sol brillando con poca intensidad y pájaros volando de un árbol a otro. Abro la puerta del patio, dejando que el aire fresco entre.

Saco cada ingrediente que necesitaré y me pongo manos a la obra. Los gatos se pasean por la cocina, maullando para que les de comida y atención. Se parecen a Daniel.

Mi esposo lleva más de tres semanas asistiendo a terapia, ha mejorado, no al cien porciento, pero va por muy buen camino. Su ánimo está mejor, ya no está tenso todo el tiempo y en una reunión familiar que tuvimos hace un par de días nos contó a todos lo que había pasado con las bombas. ¡Mierda! Me sentí demasiado culpable, hubo mucha inconsistencia en el caso, pero me dio igual. No importó mucho... Soy una idiota.

Aún no he podido decirle a Daniel lo que pasó con Dexter, no lo hice antes porque quería que se preocupara más por su salud mental. Aunque, mierda, debí decírselo la vez que me tocó el tema de Dexter. ¿Cómo se le ocurre decir que Martínez es mejor para mí que él? Quise golpearlo, lo juro.

Por otro lado, ahora me siento más relajada, más completa. Tener a Daniel devuelta me ha traído la tranquilidad que hace mucho no tenía. Aún me cuesta un poco abrirme con las personas, es difícil, la verdad. Pasé siete años tragandome el dolor de la perdida de mi esposo, el dolor de que la mujer que me dio la vida sea mi verdugo. El dolor de la traición de mi padre, me mintió toda mi vida sobre Giorgia, es algo que aún no puedo perdonarle y carajo, me esfuerzo, pero es difícil.

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora