CAPITULO OCHENTA Y SIETE

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Elizabeth.

Me paseo por la ventana del salón observando las gotas de lluvia caer por el cristal. Me meto otro malvavisco en la boca apreciando la vista.

La semana pasada solo quise comer cosas saladas y mi esposo me cumplió todos mis caprichos, cada noche cenábamos una cosa diferente.

Mi hija estaba aliviada ya que dejaríamos las ensaladas por unos días, manifestó su emoción diciendo que si los antojos por los bebés nos haría comer todos estos manjares, que por favor tuviera más bebés. A lo que Daniel sonrió feliz y le prometió que así sería, yo casi me ahogo con un camarón por dicha respuesta.

Estos días me he estado planteando mucho tener más bebés luego de que este par nazca y aunque sea una idea un tanto descabellada, tengo que admitir que me agrada. La imagen de más niños corriendo por esta inmensa casa me llena el pecho de múltiples emociones.

Daniel en su modo protector me sugirió quedarme en casa, que coma todo lo que encuentre en el refrigerador, pues él me traerá más comida en cuanto salga de la central.

Nia sale cada mañana con su padre a la central y a las dos de la tarde vuelve con su tía. Hoy Alejandra la llevó al centro comercial a comprar el regalo de cumpleaños para su padre.

Me voy al sofá cama que está en el centro del salón y me desplayo, encendiendo la televisión. Me cubro con la cobija de lana, teniendo la compañía de la bolsa con malvaviscos y espero a mi hija.

Cada noche con Daniel hemos conversado sobre el comportamiento de Nia y sorpresivamente no hay nada fuera de lo normal, aunque si tuvo una disputa el miércoles, fue algo que ambos comprendimos el porqué sucedió y curiosamente, la terapeuta estuvo en ese momento presenciando todo.

Al parecer todos los soldados estaban en su entrenamiento cotidiano y en eso, Andrew Jr, empujó a Rose haciendo que se doblara un tobillo, a lo que Nia interfirió antes que el maestro, y de un puñetazo le rompió el labio al niño.

En cuanto Daniel me llamó, fui a la central y escuché la versión de cada niño. Cuando terminaron las indagaciones, me vi en la obligación de sancionar al soldado Godoy por una semana debido a su mala conducta, donde no pasaría una semana dichoso y feliz en casa, sino que tenía bastante trabajo.

La puerta principal se abre y yo volteo hacia ella, encontrando a mi hija que resopla por algo que le dice su tía.

—Sigo sin entender como papá te soporta... ¡hablas mucho, tia! —se queja.

Me siento con la bolsa en mi regazo y sonrío hacia ellas.

—¿Cómo les fue todo?

Nia es la primera en acercarse a mi.

—Hola, mamá. —Me besa la mejilla, al mismo tiempo en que mete la mano en la bolsa sacando algunos malvaviscos.

—Hola, cariño —le doy un abrazo fuerte.

Alejandra se sienta a mi lado, suspirando agotada.

—Me hizo caminar por todo el centro comercial y no le bastó con eso, pues dimos tres vueltas como mínimo en cada tienda.

—En mi defensa, nada estaba a la altura de papá —mira a su alrededor en busca de algo—. ¿Dónde está el perro?

—Afuera, dando vueltas en el lodo —contesto sonriente. Aunque tengo claro que no será nada divertido cuando el peludo entre embarrado y ensucie la casa.

Alejandra me extiende un par de bolsas.

—Pasamos por una tienda de bebés y compré esto para las o los bebés —me sonríe.

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora