CAPÍTULO SETENTA

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Elizabeth.

Me bajo de la camioneta buscando las llaves de la casa en mi bolso, pero no las hallo, tal vez las perdí o jamás las llevé con tanta prisa. Miro a mi alrededor. ¿Dónde están los escoltas? Llamo a la puerta.

—¡Ahí voy! —¿Nia? ¿Qué hace despierta a esta hora?

La puerta se abre y escucho a mi hija pujar, con un brazo la abro yo empujandola con fuerza para que ella no se lastime sus puntadas. Se me lanza encima, aferrandose a mi como una garrapata.

—¿Cómo te fue, mami?

—Bien, cielito.

—Me alegra, mami. Por cierto, ya tengo en mente lo que cocinaremos —se acerca a mi oreja susurrando—: hagamos un pastel de chocolate y obliguemos a papá a que coma.

Volteo a verla.

—Eres malvada, pero me gusta ese plan.

—¡Buenas noches, señora! —aperece una empleada detrás de Nia—. ¿Le ayudo con la maleta?

—No, tranquila. Ya le ayudaré yo —Michael se une a nosotras entrando por la puerta principal.

Levanto a Nia en mis brazos dejando que enrolle sus piernas en mi cintura. Posa su cabecita en mi hombro y cierra los ojos.

—Tengo que contarle algo, mami —bosteza.

—Me lo contarás después de decirme el porqué sigues despierta.

—Quise acompañar a papá al bar. También estuvo Rose.

—¿Cómo que fuiste a un bar?

La cabeza no ha dejado de punzar desde que subí al avión. Miro a la empleada.

—Traeme unas pastillas para el dolor de cabeza, por favor.

—Si, señora.

—Michael deja la maleta en mi habitación. Y cierra la puerta.

—Si, señorita.

Subo las escaleras con mi hija agarrada a mi. Entro a mi habitación y me encuentro a mi esposo dormido con el perro en sus brazos.

—¿Que hacías en un bar? —bajo a Nia.

—Papá y los tíos querían celebrar algo…

—¿Celebrar qué? —me siento en el borde de la cama, quitándome los zapatos.

—No sé, no lo mencionaron.

Daniel se remueve soltando aire por la boca aún dormido. Va a vomitar. Sé exactamente cuando va a vomitar.

—Cielito —me giro hacia Nia—, date una ducha rápida y yo voy a leerte un cuento en un ratito, ¿vale?

—Si, mami —me deja un beso en la mejilla y camina hacia la puerta donde se detiene en seco—. Ah, y una mujer abrazó a mi papi en el bar…, pero no te preocupes yo la puse en su sitio por igualada.

Asiento. Vuelvo con mi esposo que ya está boca abajo y en un intento fallido de tomarlo por debajo de los brazos para arrastrarlo al baño, se echa para atrás con fuerza, empujándome y…

—¡No! —chillo—. En la cama no.

Golpeo mi frente con la palma de mi mano. ¡Dios mío!

Dejo que la arcadas desaparezca para así llevarlo al baño. Se voltea hacia a mi y tiene vómito en el pecho.

—Hola, esposa.

—Hola, esposo —sonrío.

Me acerco a él y lo tomo como muñeco de trapo, joder, pesa el triple. Lo llevo hasta el baño dejandolo en el suelo. Se arrastra hasta el inodoro, levanta la tapa y vuelve a vomitar. Le echo el cabello hacia atrás que se le pegó con el sudor de la frente.

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora