CAPITULO OCHENTA Y DOS

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Daniel.

Abro la puerta de una patada casi volandola abajo. Corro con mi esposa detrás de mí y buscamos a Nia por toda la planta baja.

Se perdió en el funeral, espero que nadie le haya tocado un pelo a mi hija o morirá ahogándose en su propia sangre. Lo juro por Dios. Y eso que no creo en él. Escucho a Elizabeth llamar a Nia en las plantas de arriba, un movimiento a mi lado izquierdo hace que me gire y corra hacia el patio trasero al ver a mi hija detrás de un árbol.

—¿Por qué te fuiste? —pregunto con calma—. ¿Cómo llegaste aquí? ¿Estás bien?

Levanta la mirada hacia mí, me mira por dos segundos y vuelve al arsenal, sacando un par de cuchillos, los cuales guarda en el bolsillo de su camuflado. ¿Hace cuánto llegó?

Mis alarmas se vuelven a disparar. Creo que es momento de resolver esto.

—Nia, ¿podrías entregarme los cuchillos? —pido con un tono suave.

—No —gruñe.

Ese gruñido me golpeó en todo el corazón. Me duele que mi hija tenga este comportamiento, pero regañarla sería mucho peor.

Quiero llorar.

—Deberías decirle a mamá —murmura sacando una pistola semiautomática. Se asegura que esté cargada para luego guardarla en el bolso que yace en el suelo.

—¿Sobre qué? ¿Y qué harás con eso, princesa?

—Sobre tu conversación con Beatriz. Y esto es para un juego.

Me congelo. Mi cuerpo se pone rígido como una piedra ante las palabras cargadas de malicia y odio por parte de mi pequeña de siete años. Ella escuchó.

—Nia, no creo que sea...

—¡Mi amor!

Elizabeth corriendo hacia nosotros. Levanta a Nia rodeándola con sus brazos y yo aprovecho para guardar el arsenal que está camuflado en el tronco del árbol. Mi esposa vio las armas, pero las ignoró. Pude verlo en su rostro.

—Me preocupe, cielo. ¿Estás bien? ¿Te duele algo? ¿Te hirieron? ¿Alguien intentó llevarte?

—No me paso nada —contesta Nia seria.

A Eli le da igual, pues revisa a Nia de la cabeza a los pies un par de veces y cuando se asegura de que esta bien, la toma de la mano guiándola a la casa, pero ella se rehúsa, al retroceder y deshacer el agarre de la mano de su madre. Elizabeth se gira con una expresión de dolor muy clara.

Nia se acerca a mí y tira de la maleta, se la dejo. No lucharé con mi hija. No ahora que sabe eso. Creo que he roto la confianza con ella y si no le cuento a mi esposa también la romperé. Miro a mi mujer.

—Eli, ¿podrías darme un segundo para hablar con Nia?

Comparto una mirada con Nia, que entrecierra los ojos como si me estudiara. Elizabeth levanta la ceja y está a punto de replicar, pero se detiene, suspira y asiente volviendo hacia la casa.

—¿Por qué le ocultas algo así, papá? —inquiere.

—Porque no quiero que siga pasando por emociones fuertes en el embarazo. No quiero que siga sufriendo.

—Mamá tiene derecho a saberlo. Somos una familia, ¿no es así?

Asiento sin saber qué decir.

—Llévame donde está Giorgia —esto ni siquiera es una pregunta.

A veces creo ser un mal padre, pero maldita sea, esta mierda en particular me deja sin habla, sin saber qué hacer. Yo solo... no lo sé, carajo.

Me muerdo la mejilla, intentando maldecir para mis adentros.

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora