CAPITULO SETENTA Y SIETE

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DANIEL.

¿Por que demonios tuve que aceptar que la fiesta se hiciera en mi casa? Lo peor es que esto parece un maldito banquete. Se suponía que solo era una reunión, es como si estuviéramos a punto de recibir al rey de Inglaterra.

Hay niños corriendo. Niños que no son míos, aunque solo son dos niñas  y mi hija... ¡No puedo más! Los únicos niños que tolero y toleraré serán los míos.

—¡Papi! ¡Papi! —veo a mi hija correr a toda velocidad hacia mi y suspiro. 

Dios mio, que esto se acabe ya.

Miro a mi hija y las ganas de encerrarla en su habitación con los malditos ponys drogados en la televisión se hacen más fuertes. 

—Papi, Rose dijo que tu eran un borracho antes de que yo naciera, ¿es verdad? —enarca una ceja.

—No puedo negarlo.

—También me dijo que eras un rogon.

—¿Un que?

—Si, que te la pasabas rogándole a mamá.

Aprieto los labios. 

¿Que pasaría si accidentalmente la hija mayor de mi mejor amigo se cae a la piscina? No, no. Descarto la idea.

Dejo a las niñas jugando alrededor de la fuente y travieso el césped rodeando la casa. Llego al patio y la cantidad de personas me abruman. Quiero asesinar a Alejandra, esto no debía ser así. Era algo intimo. Hay mesas repletas de comida de todo tipo, los globos están atados de algunas ramas de los arbustos. Un arco de globos pasa del tronco de un árbol al otro del árbol vecino, debajo de este hay una mesa larga donde sera nuestro lugar. Los meseros van de un lado a otro con su esmoquin y ya estoy mareandome. Me acerco a una mesa y tomo dos hamburguesas que están empaquetadas en una caja y me voy hacia la casa.

Mi esposa ha tenido demasiado antojos y juro que me voy a volver loco. ¿Como es que siente tanta hambre con tan solo tres meses? No quiero imaginarme que sucederá con la alacena cuando ella lleve unos siete meses. ¡Dios! 

Entro a la habitación sin hacer mucho ruido y escucho algo de madera caer varias veces al suelo. ¿Que demonios? Sigo el lugar de origen del ruido. Mayor parte de la ropa de Elizabeth esta en el suelo.

—No tengo nada para usar —chilla, girándose hacia mi—. ¡Uy! Hamburguesa —me arrebata una dándole un mordisco que por poco se la termina.

Voy hasta la parte del closet donde guarda los vestidos cortos. Revuelvo la ropa. Unos minutos después consigo el vestido que me gustaba verle antes. Es un vestido trasparente en su mayoría, pues solo tapa las partes importantes.

—No quiero usar vestidos cortos —replica—. Recuerda que ya no quiero vestir así...

—¡Por supuesto que no! —volteo, entregándole el vestido—. Ahora estas compitiendo con las monjas. Ponte ese. Te queda bien.

—No. Y ademas debo usar ta-tacones.

—¿Y cual es el problema? —me cruzo de brazos.

Guarda silencio y es ahí cuando comprendo todo. Dios, no soy más imbécil porque no soy más grande. También guardo silencio, busco los zapatos altos y se los entrego. Tomo asiento estirando las piernas.

—Pontelos y modela para mi.

—¿Ah?

—Pontelos. Y. Modela para mi.

Parpadea confundida. Con el ceño fruncido se saca la camiseta que era lo único que la cubría y se viste. 

Disfruto cada segundo viéndola meterse en la tela que se ajusta a su cuerpo. Echo la cabeza hacia atrás al ver la maldita pieza. Me encanta. 

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora