CAPITULO OCHENTA Y UNO

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Elizabeth.

—¿Quienes? —suelto la pregunta, pero no quiero saber la respuesta.

—Joseph Brown, Al... Alex Ross y —se le entrecorta la voz—, Olivia Ivanova.

Un frío horrible se desliza por todo mi cuerpo al escuchar la respuesta, el frío es reemplazado por un calor infernal al tener conocimiento de la persona causante de dichas muertes. Ira.

Giorgia acaba de ponerse la puta guillotina en la nuca.

Me llevo las manos al abdomen, ya que el dolor me hace retorcer las tripas. Meneo la cabeza, no quiero aceptarlo. No puedo aceptar la muerte de mis amigos. No, no, no.

Debo ir al hospital. Eso.

Suspiro, reprimiendo el dolor de mi pecho e intentando calmarme.

Salgo de la cama de un salto, luego de colgar la llamada. Corro hacia el guardarropa para ponerme algo sencillo y rápido. Hay tantas palabras que podrían describir cómo me siento en este momento. Soy una combinación de ira pura con tristeza, un poco de culpabilidad... y derrota.

Tomo mi bolso, guardo todo lo que necesito en él antes de salir de mi habitación sin hacer un solo ruido. No quiero que las niñas se asusten y mucho menos que se enteren de esto justo ahora.

El nudo en mi garganta crece a medida que me bajo de la camioneta y corro hacia el interior de la clínica. Me acaricio mi panza diminuta al subir al elevador. Intento mantener mis lágrimas dentro de mis ojos, pero en cuanto se abren las puertas metálicas, enseñándome una escena de devastación y todos los agentes llorando, caen mojando mis mejillas.

Los pies se me vuelven más pesados con cada paso que doy. La primera persona en darse cuenta de mi presencia es Marlon, quien se levanta del suelo, soltando a Peter que no para de llorar. Marlon me aprieta en sus brazos llorando desconsolado.

—Ella los mató, Eli —chilla, lleno de odio—. Tenemos que matarla. Por favor —susurra.

Asiento, mirando a Axel en los brazos de Beatriz.

—¿Dónde está mi esposo? —es lo único que logro preguntar, no es que quiera ser insensible, pero no me quiero derrumbar, no sin antes ver a mi esposo.

Se separa de mí, al mismo tiempo en que Lexi se acerca a nosotros. Balbucea un hola con una sonrisa melancólica al verme.

—En la habitación del fondo —dice, señalando hacia la dirección donde se encuentra Steve en el suelo con las manos en su cabeza escondida en sus piernas.

—Ahora vuelvo —murmuro sin mirar a mi alrededor. Yo puedo.

«Solo respira, Elizabeth», me pido a mi misma.

Me acerco a Steve quien ni siquiera levanta la cabeza para hablarme, entro a la habitación donde me encuentro a mi esposo sentado en la camilla con la mirada fija en la pared. A duras penas parpadea y eso hace que se me apriete el pecho de dolor al verlo así. Tiene algunas venas canalizadas.

Corro hacia él, soltando mi bolso a medio camino con mis manos temblorosas. Enrollo mis brazos alrededor de su cuello y me derrumbo. Dejo salir todo el dolor y la ira que siento. Él me acaricia la espalda dándome ese apoyo que tanto necesito ahora. Las lágrimas salen una tras otra y la bata de hospital que Daniel trae puesta se moja con las caídas de estas. Mi llanto se vuelve más descontrolado cuando escucho el sollozo de él.

Daniel me sube a la cama, me da espacio y ambos nos tumbamos.

—Por un momento creí que eras tú uno de los caídos... —le digo con mi voz ahogada, una vez me he calmado un poco.

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora