CAPÍTULO SETENTA Y DOS

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Elizabeth.

Ingreso al edificio y todos los soldados que deambulan de un lado a otro se detienen para pararse firmes y darme un saludo militar. Arrugo las cejas. Decido ignorar la bienvenida y me encamino a la oficina de mi esposo con mi hija en mis brazos.

—¿Hoy si nadaremos mami? —pregunta emocionada.

—Perdoname, amor, pero no puedo. Tengo mucho trabajo.

Baja la cabeza, triste. Toda la emoción se esfumó tan rápido como apareció.

Mierda, hoy si quiero nadar con Nia, pero tengo ciertas marcas en mi espalda y nalgas las cuales no son aptas. Sin duda alguna, anoche Daniel se encargó de que esta vez si quedara embarazada.

Entro a la oficina de mi esposo sin llamar a la puerta y me encuentro con alguien inesperado. Una mujer.

—¿Quién eres tú? —se adelanta Nia.

La mujer se levanta del asiento frente del escritorio de Daniel y se gira hacia nosotras. Dafne. ¿Qué hace aquí?

La miro por un par de segundos y mi mirada pasa a mi esposo. Enarco una ceja. Lo veo ponerse de pie de golpe, en cuatro zancadas llega a mi.

—Eh, amor, invité a Dafne… A… Porque quería saber cómo estaba, pues hace mucho no nos veíamos… y eso.

¿Por qué estoy sintiendo celos? Malditas hormonas. Llevo un par de semanas de retraso en mi ciclo menstrual y estoy a nada de volverme loca.

Vuelvo hacia Dafne.

—Hola.

—Señorita Elizabeth —me saluda formal.

—¿Quién eres? —insiste mi hija cuando la bajo de mis brazos. La veo poner sus manos en sus caderas y levantar una ceja, seria.

—Soy Dafne, una amiga de tu padre.

—Pues él nunca me habló de ti —dice severa.

—Nia —advierte Daniel, haciendo que frunza aún más el ceño.

—Así que tú eres Nia —le sonríe Dafne inclinándose hacia ella.

Una semana antes de la muerte de Daniel, Dafne viajó a reencontrarse con su hermano y no volvió jamás. Hasta ahora.

Doy un paso hacia ella.

—Dejaste tu trabajo tirado y jamás llamaste por una disculpa o una razón del porqué te ibas —empiezo—. Esto no es un lugar de paso. Se te dio la oportunidad porque Daniel lo pidió y tú la desaprovechaste, Dafne.

Ella abre la boca para interrumpirme.

—Yo hablo, tú callas —le hago un gesto con mi mano, sintiendo mi cuerpo caliente de ira.

Odio que dejen los malditos trabajos tirados luego de que se les da la mano.

—No sé a qué viniste, pero trabajo aquí no conseguirás —espeto.

Daniel permanece congelado a su lado. Miro a Nia.

—Vamos, cariño.

Mi hija toma mi mano y salimos de la oficina en completo silencio. Llegamos a mi oficina y nos ponemos cómodas. Ella jugando en la tableta y yo leyendo un nuevo informe para una pronta misión en el computador.

—Mami, ¿quién era esa mujer?

—Dafne.

—Ya sé —chilla—, pero no sé… se me hizo rara.

—Ella era la pareja de tu padre.

—¿Qué?

—Si, fueron amigos y algo raro más, pero no te preocupes, mi amor. Ellos ahora son solo amigos.

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora