CAPITULO OCHENTA Y NUEVE

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Daniel.

Estamos en la segunda semana de diciembre y la central de Los Ángeles será una de mis últimas visitas, pero por ahora, debo estar aquí, congelándome el culo en Japón.

Durante estas seis semanas de viajes de trabajo, he estado chateando con mi familia cada vez que tengo un espacio libre. Nia me cuenta de los tortuosos peinados que su madre y abuela le hacen; las películas arcaicas que su bisabuelo le hace ver; también, me ha comentado que ha dificultado su entrenamiento, pero que se siente satisfecha con lo nuevo que ha aprendido y los obstáculos que ha superado.

Nia ha sido mis ojos y oídos en la central y en la casa, me informa de la salud de mi esposa, pues claro que ella me ha ocultado los mareos, náuseas y retortijones que tiene. Me alegra saber que la salud de mi abuelo ha mejorado y que mi padre está feliz cuidándolo; Alejandra está yendo a terapia con un conocido de Beatriz y está mejor. Peter y Axel están viviendo juntos en el apartamento de Peter. Ambos se hacen compañía y me textean pasando dos días. Marlon y Lexi los visitan, al igual que el resto de la élite. Mi esposa no sale de la casa sin tener a Harley, Jackson y Michael como sus guardaespaldas. Quienes también me informan de todo.

Ya me estoy agotando de tantos vuelos y tantas reuniones. Aún no recupero el ritmo que tenía antes.

Ingreso a la sala que permanece en silencio, en cuanto estoy dentro, todos se levantan y me dan un saludo militar. Me concentro en el coronel y una sonrisa burlona se dibuja en mis labios. Me acerco a él y estrello su mano. Luego, vuelvo a mi asiento, liderando la mesa.

—Quiero escuchar su idea del cambio de rangos en la institución. ¿Por qué? —pregunta el coronel en japonés y puedo atreverme a pensar que lo hace para saber si puedo tener esta reunión en su idioma.

Idiota.

—Por supuesto —respondo en japonés, girando hacia los demás soldados—. Estuve investigando nuestra rama, analicé todos y cada uno de los rangos y también, busqué el porqué algunas veces tenemos fallas en las misiones.

El coronel se remueve en su asiento, molesto. ¿Qué creía? ¿Que no me daría cuenta de que la mayoría de sus misiones eran un desastre? Solo han habido pérdidas, no ha habido una misión completada con éxito. Todas le han costado mucho dinero a la institución y tenemos demasiados soldados como para que haya errores y desperdicios de dinero.

—Mis soldados no creen correcto ese cambio —masculla Naoko—. Se ha trabajado muy duro para tener el rango que tienen y...

—Al parecer no han trabajado lo suficientemente duro como para lograr completar las misiones de manera exitosa. —Volteo a verlo con la ira acumulándose en mi—. No ha sido un trabajo tan duro, a lo mejor no deben estar en el rango que se encuentran, tal vez los Tenientes deberían estar como Cadetes.

Y con esto, más de uno jadea ofendido. Naoko me asesina con la mirada.

—Supongo que su élite, incluyendo a su esposa y a su hija, también pasarán por ese proceso —murmura sacando el veneno que lo ahogará.

Intento no reírme.

Este hijo de puta intenta provocarme. El solo hecho de que él, específicamente, hable de mi mujer me pone iracundo. Pero no lo demuestro.

—Claramente. Mis soldados están entrenando para demostrar que sí merecen su puesto y si no es así, se los releva de su cargo y obtendrán el que merecen. Nadie tendrá ayuda, ni siquiera mi familia —les dejo en claro, con voz neutra.

Un soldado levanta su mano con las mejillas rojas de vergüenza.

—¿Señor?

Le doy la palabra haciéndole un gesto con la mano.

LA MISIÓN DE AMARTE  [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora