Nos vamos de peda

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Capítulo uno

La cálida noche no ayudaba a calmar mi deseo por asesinar a ese maldito desgraciado, el cual se atrevió a verme la cara poniéndome los cuernos con mi prima. Faltaba poco para que empezara el otoño y se notaba que el verano se estaba poniendo pesado por momentos. Lena, mi mejor amiga, me pidió que no nos quedáramos llorando en su departamento. «Ese malviviente no se merece que siguiera sufriendo», decía ella. Era nuestro último fin de semana sin facultad.

—Te juro que el lugar te va a encantar, tiene unas piezas de arte maravillosas —mi amiga trataba de convencerme de que la pasaría bien, aunque yo deseaba meterme bajo su costoso edredón y dormir una semana entera.

—Aún no sé cómo haces para verle el lado positivo a esto. Me quedé sin casa, sin trabajo y probablemente sin sexo por el resto de mi vida —lo sé, sueno fatalista.

Sin embargo, que el maldito de mi novio me engañara con mi prima no era el peor de mis males. Yo estaba saliendo con él desde que iba a la secundaria, por lo que su familia era prácticamente la mía. Sus padres, al notar que los míos no lo harían, habían insistido en pagar mis estudios. Ellos tenían un restorán donde yo trabajaba todo mi tiempo libre para pagarles lo que me habían prestado, por lo que ahora me quedaría, sin facultad y sin trabajo.

Por suerte para mí, Lena me había ofrecido asilo en su departamento. Ella había empezado la facultad un año antes que yo, sin embargo, al compartir una materia nos volvimos grandes amigas. Aunque ella tenía la personalidad que yo deseaba obtener algún día, nos llevábamos muy bien.

Lena era una chica que sabía lo que quería, ella pretendía recibirse e ir a hacer un postgrado al extranjero. Por lo que ya estaba buscando empresas que estén reclutando. Tiene una vida muy organizada, nunca le conocí una pareja, me ha dicho que el amor no es para ella. Aunque ha venido a clase con alguno que otro cardenal en el cuello, producto de un amante más que decidido a marcar territorio. Aunque Lena en clase no destacaba, era muy seria y hablaba solo para decir la palabra justa.

Pese a mi concepto de ella, esta noche era algo completamente distinto. Sin ir más lejos, hoy se había puesto un vestido que le tapaba... no le tapaba nada. Si no fuera porque llevaba brasier y bragas se vería toda su desnudes, ya que era una redecilla negra. Se había dejado el cabello suelto, algo que nunca hacía en clase, ahí se hacía un rodete; además se había colocado lentillas, cuando siempre usaba sus lentes de pasta. Si no la conociera hace tres años pensaría que era otra chica. Y así estaba yo también, Lena me había hecho colocar un vestido rojo, que por suerte para mí cubría mis pechos y mis glúteos. Me había prestado unas sandalias, que eran algo más altas a las que estaba acostumbrada a llevar en el restorán cuando trabajaba, pero que, aun así, no me parecieron tan incómodas. Si mi abuela nos viera, diría que íbamos de putas. Y eso me gustaba, normalmente yo no utilizaba esa clase de ropa ni me maquillaba, mucho menos me rizaba el cabello para que se notara aún más el volumen que tanto odiaba encontrar por las mañanas. Si bien Lena era morena y yo rubia, nuestros cabellos lucían similares esta noche, como si fuéramos hermanas.

—Amiga, imagínate lo que sería de ti si ya te hubieras casado con ese papanatas —Lena devolviéndome a la realidad—. Vivirás conmigo, si necesitas dinero te prestaré hasta que consigas un nuevo trabajo; y por el sexo, no te preocupes. Eres preciosa, si solo quieres pasar un buen rato, tengo muchos amigos dispuestos a cortejarte.

—Siempre sabes que decir, te admiro —dije con algo de culpa.

Ella había tenido que cancelar una cita; para consolarme cuando aparecí en la puerta de su casa llorando y empapada por la lluvia hace dos días. Le había dicho a su amigo que no podría asistir, ya que tenía problemas en su casa que no podía solucionar en el momento, yo la había escuchado al móvil. Por lo que, cuando me propuso salir al día siguiente no me quedó más opción que aceptar. No solo me estaba quedando en su casa, sino que también le estaba jodiendo sus últimos días libres. Tal vez así no sería tan catastrófico para ella tener una amiga en mi estado.

—No tienes nada que admirar, solo estudio bellas artes para hacerle pasar un mal rato a mi padre, ya que quería que estudiara abogacía como él. A mí me interesan más otras cosas, como irme de este país. Por lo que tu tranquila, cuando llegue el momento, si sigues sola te llevaré conmigo —me aseguró Lena y mi corazón saltó de felicidad. Era una chica increíble, me llenaba de alegría.

Al llegar al lugar me sorprendí ver tanta gente esperando para entrar. Había una fila de cuatro a cinco personas que llegaba a darle vuelta a la manzana.

—¿Podremos entrar? —pregunté con más ansiedad de la que esperaba.

—El dueño me conoce, no te preocupes —dijo ella tras pagar el taxi y bajar de él. Las chicas vestían parecido a nosotras por lo que no me sentí tan mal. No era que me avergonzara llevar un vestido que cubría la línea de mi trasero, pero no estaba acostumbrada a salir. De hecho, nunca había ido a bailar, y menos a un sitio tan grande como ese. Era un edificio lleno de luces, quien hubiera pensado en la temática del club, tenía buen ojo para hacerse notar, eso estaba claro.

Sentí un poco de frío y me lamenté por no haberme hecho caso a mí misma y traído una chaqueta. Según Lena dentro no la necesitaríamos, pero al haber llovido recientemente se había levantado un poco de viento. El cual, según ella, pronto se volvería en humedad, una que odiábamos ambas. Ya que el cabello de las mujeres que sufren el frizz parece torturarnos esos días.

—Vamos Mel —dijo Lena y tomó mi mano para que cruzáramos la calle y fuéramos a la puerta del club.

—Lena, ¿no queda mal que vengamos aquí, así como si nada? —pregunté en su oído y ella solo sonrió. 

Autora: Osaku 

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