Terceros en discordia

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Capítulo ciento veintinueve

Un rubio alto había abordado a Alondra. Le llevaba dos cabezas al menos. Por lo que era difícil de evitar.

—Baila conmigo —indicó él de manera insistente.

—Gracias, pero debo regresar con mis amigas —dijo la muchacha y trató de seguir caminando.

—Rechazaste mi bebida y ahora no quieres bailar conmigo. ¿Cuál es tu problema? Ni que fueras tan linda.

—¿Si no soy linda porque me molestas? Piérdete —dijo Alondra y trató de seguir caminando, pero el tipo la tomó del brazo.

—Eres demasiado valiente para ser que no mides mucho. Además, pareces un alfiler —dijo el tipo riendo. Ella le pegó con el puño en las canicas y se apartó de él antes de que cayera al suelo.

—Malditos locos que no entienden un no —dijo ella molesta.

Alondra vio la mesa donde estaban sus amigas y suspiró. Sin embargo, faltaba la rubia. ¿Seguiría en el baño? Suspiró y se dirigió al baño de mujeres. Se habían ido juntas, lo ideal era que volvieran del mismo modo.

—Está bien. Solo uno —escuchó Alondra decir a Carmen y vio cómo la rubia de curvas prominentes besaba a un muchacho.

¿No se suponía que era la prometida de Rafael? ¿Y no era muy celosa?

—¿Qué carajos? —preguntó Alondra enojada.

—Solo es un beso —dijo el muchacho acercándose a ella.

—Ella tiene novio. Aléjate de aquí, maldición —Alondra estaba furiosa.

—No te preocupes, a menudo suelen acosarme. Mayormente, un beso hace que se dejen de molestarme —dijo la rubia como si se sintiera avergonzada.

—No debes permitir que te besen si tú no lo deseas. —Alondra estaba más tranquila.

—¿Puedes guardar el secreto? —preguntó Carmen.

—Volvamos con el resto —dijo Alondra deseando irse a su casa.

Después de un rato y mucha más cerveza, Alondra necesitó volver al baño. Así que le hizo caso a Bernardo y fue al mismo que la vez pasada. No les dijo a sus amigas porque estaban muy cerca. Sin embargo, después de que salió, una vez más fue abordada por el rubio que no entendía las negativas. Esta vez la tomó por la cintura y la arrinconó al lado de uno de los parlantes. Alondra lo miró molesta, pero no actuó, ya que estaba segura de que si no le salía bien las cosas no podría gritar para pedir ayuda.

—Me debes una chupada por lo que me hiciste —dijo el tipo. Estaba demente. ¿Quién se pensaba que era?

—Tú me debes una disculpa, y con lo que acabas de decir ahora me debes dos —dijo ella y aunque él le llevaba dos cabezas no se hizo para atrás.

—Si me besas, te perdonaré —le dijo este como si no entendiera que a ella le desagradaba. ¿Por qué solo los tipos patéticos se obsesionaban con ella?

Él tomó sus brazos con una de sus enormes manos y trató de besarla. Ella se removió para esquivar su boca y le dio un cabezazo en la cara. El cual hizo que el tipo la soltara y ella quedara algo mareada.

—Eres una perra —dijo y la abofeteó una vez. Ella sintió el calor sobre su mejilla y cuando este iba a volver a hacerle lo mismo, alguien lo apartó de ella y lo llevó al suelo.

El tipo que había empezado a golpearlo era más delgado que el rubio, pero sus golpes eran más precisos.

—¡Rafael detente! —dijo Leonardo acercándose al muchacho que golpeaba al rubio—. Sácala de aquí. Tiene sangre en el rostro.

Alondra seguía mareada cuando alguien la cargó y la llevó fuera del local.

—¿Por qué carajos vinieron a este club? Ya no le pertenece a Pablo. Aquí venden drogas —dijo Rafael a alguien, aunque Alondra no supo a quién.

—Ala, ¿estás bien? —preguntó una voz conocida, pero ella no pudo reaccionar.

—¿Qué haremos? Debemos llevarla al hospital —dijo alguien preocupado, era la voz de una mujer.

—Vamos —escuchó que alguien decía, y que a la vez tomó a Alondra y la cargó en su espalda.

Cuando pudo al fin recuperar la conciencia, Lena estaba tomando su mano.

—¿Qué pasó? —preguntó Alondra mareada aún.

—Le diste un buen golpe a ese maldito —dijo Lena, quien estaba tomando su mano mientras se movían en un coche.

—¿A dónde vamos? —preguntó Alondra tratando de sonar coherente.

—Al hospital. Haremos que te revisen —le respondió Lena.

—Estoy bien —dijo ella tratando de acomodarse en el asiento—. Déjenme por aquí y me tomaré un taxi.

—No digas estupideces. No sabes ni quien eres. —Era la voz de Rafael, parecía enojado—. Incluso tienes sangre. Así que haz silencio y déjame conducir.

—Cálmate, o conduciré yo —amenazó Leonardo a Rafael.

—¿Cómo no voy a enojarme? Pesa cincuenta kilos y no llega al metro setenta y enfrentó a un jugador de rugby. Pudo haberla matado —se descargó Rafael.

—Por lo menos le rompió la boca —la defendió Lena.

—¿Y sino la hubiéramos visto? ¿Qué le habría hecho él? —preguntó Rafael mientras miraba el camino.

—Si, se suponía que Carmen te había seguido al baño. ¿Qué pasó? —preguntó Lena.

—¿Carmen? —preguntó Alondra nerviosa.

—Si, yo iba a ir detrás de ti al baño, pero Carmen dijo que ella te acompañaba —Lena se quedó pensando. Luego le envió un mensaje a Jana.

—Carmen estaba con nosotros en la entrada —respondió Rafael sorprendiendo a las chicas.

—¿Ella los fue a buscar a ustedes? —preguntó Lena.

—Nos encontramos por casualidad y nos contó que había ido con Jana —indicó Leonardo mientras miraba a Lena—. Yo iba por ti, cariño.

—Lo importante es que Ala esté bien —dijo Lena sonriéndole a Leonardo. Le agradaba saber que después de todo lo que había pasado con su madre tenía ganas de verla.

—¿Quién es Ala? —preguntó Rafael mientras aparcaba.

—Así le dice Jana a Alondra Me gustó y empecé a decirle igual —comentó Lena mientras bajaban.

—Es un poco ridículo —susurró Rafael y Alondra lo escuchó.

—Sino te gusta tápate los oídos —le indicó la mujer antes de salir del coche.

—Deberías darme las gracias —la detuvo Rafael.

—¿Por qué? —preguntó ella enojada.

—Por sacarte al tipo de encima —Rafael estaba molesto. El rostro de Alondra estaba marcado por culpa de ese maldito desgraciado. Si Leonardo no lo hubiera detenido le habría destrozado la cara por lo que le había hecho a ella.  

Autora: Osaku

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