Tres amigos y una Cielo

488 32 1
                                    

Capítulo treinta y nueve -

Después de la clase de casi cuatro horas donde cielo posó desnuda para todos ellos, el resto de los compañeros saludaron a Leonardo y se fueron. Mientras la modelo se cambiaba Caín, Leonardo y Pablo se pusieron a beber unas cervezas. Ella salió del dormitorio de Leonardo y este le invitó a beber con ellos.

—Te mereces una cerveza después de haber estado esas cuatro horas así —dijo Caín sonriéndole.

—Es mi trabajo, tú no te preocupes por mí —dijo ella y él le mostró una bolsita.

—¿Por qué no te fumas uno con nosotros? Así te relajas un poco —Caín tenía unos años más que Pablo.

—Prefiero algo que me despierte —dijo ella sonriendo.

—No tengo hoy, pensé que no vendrías —Caín disfrutaba de probar distintas drogas y cada tanto compartía algo de esto con ella. Ya que se conocían de hacía un tiempo.

—Si quieres, después de que bebamos puedo alcanzarte —dijo Pablo de manera cortes.

—No me subo a coches si la persona bebió —dijo ella a Pablo mientras le agradecía a Leonardo el pago.

—No puedo creerlo, graba esto Leo. Pablo, el gran señor seductor, fue rechazado —a Caín le gustaba hacer bromas pesadas—. Cielo, lo que tú no sabes es que Pablito tiene chofer. Él no se ensucia las manos manejando.

—Deja de decir tonterías. Es solo que sabía que bebería y mis padres insisten en que no tome taxi —la explicación de un niño rico.

—¿Eres el nene de papá? —preguntó Cielo con una sonrisa.

—¿También piensas burlarte de mí? —preguntó Pablo y todos rieron.

—¿Y a dónde llevas a tus novias? ¿Papá y mamá te dejan hacerlo en casa? —Cielo parecía disfrutar el humillar a Pablo. Ambos sabían que él había ido a un prostíbulo.

—Mi amigo necesita una dama de compañía. Una que se pueda acostumbrar a su equipaje —respondió Caín y le pasó una cerveza a Cielo.

—¿Es grande? —preguntó ella sonriendo. Claro que lo sabía, pero quería ver que tanto conocían sus amigos de él.

—¿Recuerdas el mío? Un poquito más —Caín pensaba que había conseguido llamar la atención de Cielo, pero era todo lo contrario. Ella lo estaba usando para llegar a Pablo.

—Entonces no es tan grande —ella se sentó feliz de saber lo que vendría.

—¿Cómo? ¿Quieres que te lo muestre? —Caín siempre caía en su trampa. Ella solía utilizarlo para conseguir coca cuando su proveedor habitual se retrasaba.

—No empieces con eso Caín, estoy cansado de ver tu pene en mi casa —dijo Leonardo y se sentó al lado de Pablo—. No te preocupes, ellos juegan así siempre.

—No hay problema, es divertido —dijo Pablo y seguro de si se puso de pie y se acercó a Caín—. Tal vez debemos sacarlos y medirlos. Para que ella vea que dices la verdad.

—¿Qué? ¡No! —Caín había caído de nuevo. Todos rieron.

—Si me pagan puedo hacer que los de los tres se paren y así podremos medirlos —ella sonrió, estaba claro lo que pretendía. Sabía perfectamente que el de Pablo superaba a todos y quería que él quedara como el mejor delante de sus amigos. Esas estupideces eran importantes para los hombres.

—¿Si te pagamos? —preguntó Pablo. Así que sus amigos también habían tenido sexo con ella por dinero.

—No voy a tocarlos gratis, no es que ustedes me apetezcan —dijo ella de manera provocadora.

—¿Estás segura de que no te apetezco? —preguntó Caín y la tomó del cuello. Pablo estuvo por ir a ayudarla cuando Leonardo lo detuvo.

—No te preocupes, esos dos están desquiciados, les gusta ese juego. Tendré que volver a lavar mi sillón después de hoy —suspiró y le pidió a Pablo que lo acompañara a la cocina. Cuando llegaron ahí, empezaron a escuchar a Caín haciendo ruidos.

—¿Están? —preguntó Pablo.

—Así parece. ¿Quieres una cerveza más? —preguntó Leonardo.

—No, es tarde. Voy a irme a casa —dijo Pablo, incómodo de saber que sus amigos tenían sexo con la misma mujer que él. No es que le molestara que fuera prostituta, pero ellos eran sus compañeros, con los que siempre convivía y una chica entre ellos era solo para problemas.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Leonardo.

—No es nada —Pablo no iba a decirle que se acostaba con ella.

—Le gustaste, te está probando —dijo Leonardo.

—¿De qué hablas? —preguntó Pablo sorprendido.

—Ella disfruta de jugar con nosotros a veces. Al principio lo hacía conmigo, pero cuando conoció a Caín me estuvo molestando toda la noche para que lo hiciéramos mientras él estaba en la casa. Y si ahora lo hace con él es por qué quiere ver si tú te animas a entrar al club de los pajeros —rio Leonardo.

—¿Por qué no me lo contaste antes? —preguntó Pablo sorprendido.

—Es su juego, no el nuestro. Ella decide con quien hacerlo y cuando. Por lo que no es algo que me sienta orgulloso de contar —Leonardo se bajó la cerveza que le quedaba de una sola vez.

—¿Te gusta? —le preguntó Pablo.

—Es una muñeca, cualquiera querría estar entre sus piernas.

—Digo si te enamoraste de ella —preguntó Pablo, él también consideraba que Cielo, era hermosa.

—Es una amiga, con la que cojo cuando ella tiene ganas. Si te enamoras, pierdes —las palabras de Leonardo solo confirmaban el hecho de que sí, estaba enamorado de ella.

—¿Quién sigue? —preguntó Caín entrando victorioso a la cocina.

—Voy yo —dijo Leonardo y se fue.

—¿Qué te parece mi chica? —preguntó Caín a Pablo.

—¿Tu chica? —¿era una broma?

—Aún se me resiste, pero pronto lo será —aseguró Caín.

—¿Te gustan las mujeres así? —preguntó Pablo con algo de escrúpulos.

—¿Así cómo? ¿Puta? —Caín no daba vueltas—. Me gusta ella. Y si para estar conmigo quiere cogerse a medio planeta no tengo problema. Mientras esté abierta de piernas para mí cuando llegue a casa. ¿Vas a probarla?, te aseguro que si lo haces te volverás loco. Es adictiva.

Pablo pensó por un momento. Parecía que no hablara de una persona. Aunque su amigo a veces era un patán, nunca se había comportado así delante de él.

—Vamos, Pablo. Ella puede con tu tercera pierna. Esa chica se abre como ninguna. Una vez incluso me dejó meterle la mano —Caín le mostró su puño cerrado y Pablo comprendió lo que ella le había contado la primera vez que se vieron.

Algunos hombres disfrutaban de penetrarla con sus manos. Algo que no cualquier mujer soportaba.

¿Quién era Cielo después de todo?

Autora: Osaku  

Ponle la firmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora