El señor Piccaso II

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Capítulo cuatro

—Debo reconocer con vergüenza que es mi primera vez, pero la estoy pasando bien pese a todo lo malo que me dijeron que sería —indiqué y ese fue mi segundo error.

Él y yo nos referíamos a diferentes cosas, pero no nos dimos cuenta. Por lo menos yo no lo hice hasta la mañana siguiente.

—Eres distinta a todas las chicas que he conocido, me gusta tu manera de ser. Pareces una gran oradora —dijo y acarició mi rostro, haciendo que el contacto con su mano caliente le pidiera a todos mis instintos que me alejara de él. Sin embargo, mi cuerpo prendía todas las luces de alarma que podían existir para que acabara con esta charla o terminaría enamorándome de una ilusión—. Me parece interesante saber con quién te engañó tu ex, si no te molesta, claro. ¿Tienes una foto de ella?

—Seguro —dije sin entender por qué quería verla, pero tomé mi móvil y busqué en la galería.

Una vez que encontré una foto donde estábamos los tres se la mostré. Él me quitó el móvil y la miró con atención.

—Pensé que al menos sería más bella que tú, pero no. Eres demasiado para ese alcornoque —dijo haciendo que una sonrisa se marcara en mi rostro—. No solo eres hermosa, sino que pareces saber qué es lo que quieres. Me gusta mucho eso.

Pablo era un hombre que conocía cómo hacer sentir empoderada a una chica, seguramente sabía cómo abordar a cualquier clase de mujer para obtener de ella lo que quería. Según mi ex, todos los hombres solo querían sexo, y la verdad era que hoy no me importaba eso. Si él pretendía abrir mis piernas esta noche, le daría el gusto. No existía la posibilidad de que alguien como yo pudiera acceder a un hombre así en otro momento.

—Dijiste que tu departamento sería capaz de impresionarme. ¿Eso es cierto? —pregunté con picardía.

—Si te gusta el arte como pareció recién, estoy seguro de que seré capaz de dejarte con la boca abierta —dijo él, aludiendo a otra cosa que preferí no interpretar—. Vamos. Ponte de pie, cielo.

Estaba claro que se tenía mucha confianza, su apariencia se la daba, y si era dueño de un club seguramente eso hacía que cualquiera quisiera estar con él. Por lo que no había necesidad de hacerme rogar, me tendría en su cama cuando él quisiera.

Y así fue que abandonamos el club después de que Bernabé nos pasara la llave que Lena me había dejado en la barra. Este sonrió a su jefe y le dijo algo en el oído que no pude escuchar. Aunque aproveché el momento para mirar mi móvil. Lena me pedía disculpas en un mensaje diciéndome que se le había complicado la noche por temas de trabajo. Ella tenía la otra copia de su casa, por lo que no debía hacerme problema por volver temprano si la estaba pasando bien. Prometía compensármelo al otro día y me pedía que me cuidara de los tipos del club. Me pedía que activara el GPS y tratara de enviarle un mensaje cada tanto, me cuidaba demasiado. No me había dado cuenta de que ella me había estado enviando mensajes cada media hora. Hacía casi una hora que estaba hablando con Pablo y no me percaté de eso.

—Dile que por esta noche paso, y que le avisaré mañana que tal me fue —dijo Pablo a Bernabé, y este se alejó de nosotros.

—¿Todo bien? —pregunté confundida.

—Sí, cielo. ¿Nos vamos? —preguntó y tras darme la mano terminamos en su coche.

Una pensaría que un hombre tan llamativo buscaría un automóvil igual de atractivo, sin embargo, me sorprendió que fuera un coche gris. Debo reconocer que no soy buena descifrando la marca de los vehículos. Para mí solo tienen cuatro ruedas y hay veces que no sé si tienen cuatro o cinco puertas, ya que según uno de mis docentes de diseño la de atrás se considera puerta, aunque se abre distinto.

Si hubiera bostezado no me habría alcanzado el tiempo para hacerlo, por el hecho de que en minutos llegamos a su edificio. Él puso su huella digital en un ascensor después de que estacionó su coche al lado de este. Entramos y me preguntó si estaba nerviosa porque parecía que temblaba.

—Es que tengo algo de frío —indiqué mi vestimenta, en realidad había transpirado y el aire en su coche me habían hecho tiritar.

—Lamento que el aire acondicionado de mi coche estuviera tan alto, pero soy de sangre caliente. Dime si algo te molesta —dijo y me abrazó. No mentía, su cuerpo estaba muy caliente—. En verdad, estás helada.

¿En qué momento habíamos llegado a tener tanta confianza para que me abrazara de ese modo? Lo peor no era eso, sino que me gustó tanto que me molestó que me soltara cuando el ascensor se abrió. Hubiera deseado que el edificio tuviera más de siete pisos. Me sorprendí al entrar, pensé que iríamos a su departamento, pero era una de especie azotea donde no solo había una piscina y un jardín hermoso bajo las estrellas, también había una escultura que nunca pensé poder ver en persona.

—Es el ángel —dije refiriéndome a la Victoria alada de Samotracia, uno de los ejemplos más conocidos de ángeles de la historia. Creada para conmemorar una batalla marítima a principios del siglo II después de cristo, esta escultura de más de 5 metros de altura representaba a Niké, la diosa griega de la victoria—. ¿Cómo puedes tener algo tan grande aquí?

—Te dije que valdría la pena el viaje —dijo entusiasmado por la sorpresa que había generado en mí—. Me dijeron que no podría tenerla y me vi obligado a demostrar lo contrario.

—Es una copia —aseguré con algo de temor.

—¿Te parece? —me preguntó sonriendo.

—¿Cómo puede estar aquí? Debería hacer caer todo el edificio con su peso. Aunque estuviera hecha de otro material, no podría nunca tener esa medida —dije y miré el cielo nuevamente. No estábamos en el exterior. En realidad, nos cubría un techo de vidrio—. Esto es impresionante.

—Hice colocar cuatro columnas de carga desde la planta baja para sostener la estatua y la piscina —me comentó mientras se desvestía—. Si nadas conmigo podrás verla más de cerca.

La estatua estaba rodeada por una piscina rectangular. Era como estar en un sueño, una locura, poder apreciar la arquitectura de ese lugar y esa enorme estatua que me hacía sentir tan insignificante.

—¿Te animarás? —me preguntó y cuando lo vi estaba en bóxer acercándose al agua. Se sentó en la orilla y después de ver que no me acercaba me invitó a acompañarlo—. Puedes tomarte tu tiempo para calmarte. El agua está tibia, te hará bien.

Caminé hasta ahí y tras quitarme las sandalias me senté a su lado, era verdad que el agua estaba tibia, pude sentirlo en mis piernas. Aunque aún miraba la enorme estatua sin poder creer que alguien fuera capaz de hacer que le subieran algo así a su casa.

—Si la miras así me empezaré a sentir celoso —dijo con esa voz tan encantadora.

—Es que aún no puedo caer en la idea de lo que has hecho —dije tratando de cerrar la boca—. Estás demente.

—Eres la primera que se atreve a decírmelo de esa manera descarada —dijo y se tiró al agua salpicándome—. Te mereces un castigo.

Él me jaló obligándome a entrar con el vestido puesto. Había tomado suficiente aire como para que su estupidez no me atemorizara, él no sabía si yo era capaz de nadar. ¿Qué pasaría si no lo hacía? Se llevaría un gran susto, ¿por qué no? Empecé a chapotear como si me estuviera ahogando y rápidamente me tomó en sus brazos. Parecía asustado al verme, lo que hizo que no pudiera evitar reírme.

—Caíste —le dije riendo a carcajadas.

—Me asustaste —dijo molesto y se sumergió quitándome el vestido en el proceso.

—¿Qué haces? —pregunté al notar que solo quedaba en ropa interior.

—Si tú juegas, yo juego, cielo —me aseguró y me arrinconó contra una de las puntas de la piscina—. Deja que te dé un beso o no seré capaz de seguir.

Y fue así que Pablo me robó nuestro primer beso, uno que no fue inocente, ni tímido. Este hombre era perfecto, hasta besaba como los dioses. Dejé de resistirme y me aferré a su cuello para sostenerme mientras profundizaba en ese beso.

Autora: Osaku

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