Un trauma latente

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Capítulo setenta y cuatro

—Mel, ¿estás bien? —pregunté al notar que entraba nerviosa al baño.

—Sí, no pases —me pidió, pero yo ya estaba dentro.

Noté que el suelo de la ducha estaba lleno de sangre y cuando miré en dirección a Melanie me dejó espantado el notar que una de sus manos, al igual que sus piernas, estaban manchadas.

—Te hice daño —no podía respirar, me dolía el tórax.

Me acerqué a ella y entré sin escuchar lo que decía. La abracé desesperado, anhelando que fuera solo una de mis pesadillas cuando empecé a marearme.

—Pablo... —ella parecía llamarme a lo lejos.

Nunca antes me había sentido tan desgraciado, un maldito; aunque a la vez estaba aterrado. Traté de no dejar que el terror se apoderara de mí y tomé su mano.

—Vamos. Debes acostarte, llamaré al médico —dije sintiendo cómo me temblaban las manos.

—Pablo... —ella seguía llamándome.

—Te juro que no fue mi intención, no lo sabía —me odiaba, nunca antes me desprecié de este modo.

—Pablo, mírame —ella tomó mi rostro con sus manos y me acercó los labios a los suyos. Me relajé de inmediato, ¿Cómo era posible que esta joven mujer pudiera hacerme eso? —. Escucha, no me hiciste daño. Esto es normal, estoy con mi periodo, ¿recuerdas?

—No mientas por mí, debes ver a un médico de inmediato —dije preocupado, una mujer no podía sangrar tanto en su periodo, eso tenía que doler horrores.

—Pablo, mírame —ella sonrió—. Te explicaré todo, pero debes calmarte.

—Si te hice daño no podría perdonarme —dije y la abracé.

En ese momento un recuerdo vino a mi mente...

Hacía seis meses que nos conocíamos y ella se la pasaba todo el día en casa de Leonardo. Aunque la mayor parte del tiempo estaba conmigo, también lo hacía con Caín y con Leo. Era consciente de que enamorarme de Cielo era una tontería. Sin embargo, una noche todo cambió.

—Hola —Cielo me había llamado al móvil, parecía estar llorando—. ¿Podrías venir por mí?

Miré mi reloj, eran las tres de la mañana y estábamos en pleno julio. Helaba en la calle, por lo que después de pedirle la dirección bajé de mi piso bastante abrigado. Traté de darme prisa al ir por ella, aunque no me había dicho que le pasaba algo, pude sentirlo en su voz.

Le pedí al taxista que me esperara cuando entré a un club nocturno de mala muerte, ella me había dicho que se había encerrado en uno de los cubículos en el baño de mujeres. Cuando encontré los baños me acerqué a toda prisa, las mujeres no me dijeron nada por entrar, muchas de esas chicas me miraban y solo sonreían.

Noté como dos de ellas golpeaban una puerta. Pedían que quienquiera que estuviera dentro saliera, hablaban de que se notaban sus pies. Les pedí que se apartaran antes de acercarme más.

—Cielo, ¿estás aquí? —pregunté preocupado.

Sentí el pestillo destrabarse y cuando la puerta se abrió quedé impresionado. Le sangraba la nariz y tenía un ojo hinchado, su melena rubia estaba opacada por la sangre.

Nunca le tuve miedo a nada, pero la sangre me impresionaba desde que tuve relaciones por primera vez. Después de eso ver el rojo líquido en algún lugar hacía que me mareara. Aunque pensé que se me acababan las fuerzas, decidí que no me impediría ayudarla. Sus ojos con miedo me dieron el valor que necesité para sacarla de ese sitio, me quité la gabardina y se la coloqué encima. La cargué y la llevé hasta el taxi con la poca fuerza que me quedaba.

No hablé hasta llegar a casa, sin mirarla le pedí que entrara al baño y se duchara antes de hacer cualquier cosa. Me quedé con ella mientras lo hacía por si se desmayaba, el olor a sangre me daba náuseas. Por lo que prendí velas aromáticas y le cambié el agua a la bañera mientras ella se limpiaba los restos de sangre. Llamé a mi médico, quien vino de inmediato, cuando Cielo salió del baño le pedí que fuera a mi cuarto, ahí él la revisó y tras hacerle un punto en la cabeza me aseguró que estaría bien. Solo debía evitar que durmiera esa noche.

—¿Qué le pasó? No quiso hablar conmigo —indicó mi médico mientras le pagaba.

—Aún no lo sé, me llamó y fui por ella. Cuando me cuente te aviso por si hay que hacer algo más —le comenté.

—Es probable que hayan abusado sexualmente de ella, tenía marcas de mordidas en la entrepierna —mi médico había sido amigo de mis padres, por lo que no pudo evitar darme un consejo paternal—. En tu lugar la llevaría a un hospital y luego con la policía. Eres una persona importante, no sé cuánto la conoces, pero muchas de estas chicas buscan cualquier excusa para sacarle dinero a hombres como tú.

—No te preocupes, ella es una amiga —dije y él colocó su mano en mi hombro.

—También lo era, el señor White, de tu padre y de mí, y mira cómo terminó todo —me recordó.

—Lo tendré en cuenta —dije y sonreí levemente.

—¿Tú estás bien? Recuerdo que la sangre no te gustaba.

—Bien, no te preocupes por mí y gracias por hacerte el tiempo de venir —le sonreí.

—Nunca dudes en llamarme.

Después de despedirnos fui a mi cuarto con un té y galletas. Tal vez Cielo tenía hambre. Prendí la luz, ella estaba acostada en la cama, parecía aturdida.

—Deberíamos ver una película, el doctor dice que debes estar despierta por unas horas —le indiqué y dejé las cosas en la mesa de luz. Ella se incorporó y noté que estaba desnuda. Fui a mi armario y le pasé una camiseta para que se ponga, nuestros cuerpos eran muy distintos en tamaño.

—¿No me preguntarás quien me hizo eso? —al parecer ella quería hablar.

—Supongo que un cliente insatisfecho —me recosté a su lado y prendí la televisión—. Deberías dejar ese trabajo, yo podría ayudarte con tus gastos hasta que te recibas.

—¿Soy tu «mujer bonita»? —ella siempre era irónica.

—Solo eres una amiga que quiero ayudar —insistí mientras buscaba una película.

—¿Por qué no me miras? Desde que fuiste por mí no lo haces —ella se subió sobre mí—. ¿Tan mal me veo?

—No es eso —dije tratando de apartar la vista.

—¿Y qué es? Mi pecho desnudo te excitó, puedo sentirlo —ella se frotó contra mí por un rato.

—Ver sangre hace que me descomponga —suspiré.

—¿Lo dices en serio? —parecía estar burlándose de mí, sin embargo, me abrazó.

—Pensé que ya no te gustaba. Me alegro de que solo sea eso —pude sentir el olor de las sales de baño y del desinfectante médico.

—Sal conmigo, sé mi novia —dije de la nada.

—¿Y el sexo? —preguntó ella e hizo que la mirara a los ojos. Uno de ellos estaba hinchado y era de color rojo por la sangre.

—¿Qué con eso?

—No soy mujer de un solo hombre, ¿Cómo harás para satisfacerme?

—Solo será por unos meses hasta que te recibas, luego puedes dejarme. Te ayudará a que esos tipos te dejen en paz.

—No necesito tu lástima —ella se puso de pie molesta.

—¿Qué te ocurre? —le pregunté sin entender.

—Debí llamar a Caín o a Leo —dijo mientras buscaba algo en el cuarto.

—Tiré esa ropa, mi mayordomo te traerá algo en unas horas, ven y siéntate —le pedí de manera brusca, ella lo hizo con la cabeza gacha.

—Eres tú la que dice que no puede estar con un solo hombre. No entiendo por qué te enojas —siempre había sido muy serio para mi edad. Era una de las razones por la cual las chicas no se me acercaban tanto. 

Autora: Osaku 

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