Tiempo atrás, la verdadera Melanie

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Capítulo treinta y siete

La noche era fría y Melanie estaba sola en casa, su madre trabajaba casi dieciséis horas al día y su padrastro solía irse con sus amigos los fines de semana a beber. Su padre, había abandonado a su madre embarazada después de enterarse de que Melanie sería una niña.

—Demasiado tengo, para encima soportarte a ti. Ni siquiera eres capaz de darme un hijo varón —dijo el hombre después de abandonar a su esposa cuando ella fue a buscarlo.

La mujer había albergado mucho resentimiento hacia Melanie, incluso antes de que naciera. Por lo cual prácticamente había aprendido a hacer todo por sí misma. Ya estaba acostumbrada a lidiar con los quehaceres de la casa, cocinar, arreglar cosas que se rompían e incluso había empezado a trabajar en una tienda cerca de su escuela. Solo tenía trece años y ya vivía como una persona adulta. No había nadie que le permitiera comportarse como niña, en el que debía ser su hogar. Nunca había sentido el amor por parte de su madre y mucho menos proveniente de alguno de sus padrastros, los cuales iban cambiando cada dos o tres años.

Melanie pensaba terminar de estudiar e inscribirse en la facultad para seguir la carrera de bellas artes, ella deseaba ser maestra de dibujo en un colegio. Admiraba el arte y siempre había querido ir a un museo. Estaba juntando dinero para poder ir al viaje que organizaban en su escuela en el que los llevarían a recorrer la capital. Había escuchado, por parte de sus compañeros, que sería aburrido, ya que irían a varios museos. Lo que hizo que ella se animara a preguntarle a la dueña de la tienda de al lado de su escuela, si necesitaba ayuda en su local. Hacía un mes que había empezado y ya había conseguido ahorrar la mitad de lo que le salía el viaje. Incluso estaba imitando la firma de su madre para falsificar el permiso.

—Levántate y tráenos unas cervezas —dijo su padrastro asustando a Melanie.

—Sí, señor —dijo la adolescente, que estaba durmiendo en el piso de la cocina.

Su casa era incómodamente pequeña, por lo cual solo había un dormitorio, en el que dormía su padrastro y su madre. Ella se había acostumbrado a hacerlo en el suelo de la cocina desde los tres años, por lo que naturalizaba la situación.

—¿Quién es ella? —preguntó uno de los amigos de su padrastro.

—Es la hija de Eva —dijo él y cuando Melanie terminó de pasarles las cervezas salió de la casa y se quedó fuera.

La muchachita sabía que no era bueno estar entre borrachos. Por lo que su padrastro le hacía a su madre cuando regresaba de sus fines de semana de bebidas. Un par de veces le había aflojado algunos dientes e incluso llegó a fisurarle una costilla.

—¿Qué haces aquí fuera? —preguntó uno de los borrachos.

—No quiero molestarlos —dijo ella y se puso de pie para alejarse de ese hombre.

—¿Tu padrastro te trata bien? —preguntó el hombre amablemente.

—Sí, señor —mintió ella.

—Pareces una buena estudiante. ¿Lo eres? —preguntó este y le dio una paleta de dulce—. ¿Te gustan? A mis hijos les encantan.

Esto último que dijo hizo que la muchachita bajara un poco la guardia. Aceptó el dulce y se lo metió en la boca de inmediato. Estaba muy delgada, no comía mucho debido a que si lo hacía su madre la golpeaba.

—Soy la mejor estudiante de mi curso, lo he sido desde el kínder —presumió la pequeña.

—Es estupendo. ¿Hay algo que te guste hacer? —preguntó como si verdaderamente le interesara saber. Esto hizo que ella abriera grande los ojos.

—Me gusta mucho pintar —dijo y al ver que el coche de su madre se acercaba se alejó de aquel hombre y se fue a la parte de atrás de la casa.

Unas cuantas semanas después, los mismos amigos del padrastro de Melanie se juntaron ahí, y el hombre que le había regalado los dulces la volvió a seguir cuando esta salió de la casa.

—Hola —dijo él y le ofreció otro dulce.

—Hola —ella parecía feliz de verle.

—Sabes, me quedé pensando en lo que dijiste la otra vez. Así que le pregunté a mi hija si tenía algunas cosas que no usara y me dio esto.

El hombre le había traído pinturas, reales, no eran pinturitas, ni marcadores, era pintura como la que utilizaban los verdaderos artistas.

—No están todos los colores, pero ella dijo que ya no lo quiere. ¿Te gusta? —preguntó el hombre y Melanie no pudo evitar darle un abrazo a modo de agradecimiento.

—Sí, es genial —dijo y tocó algunos. Nunca había tenido la posibilidad de estar frente a unos reales.

—Me alegro de que te gusten. Mi hija Cielo dice que son difíciles de emplear. Espero poder ver tu talento algún día.

—¿Por qué eres amigo de mi padrastro? —preguntó la pequeña, ya que no se parecía a los otros hombres.

—Es difícil de explicar —dijo el hombre sonriendo de manera incómoda.

—¿Te gusta mi madre, te acuestas con ella? —preguntó ella y él la miró asustado.

—No digas eso en voz alta o te meterás en problemas —dijo el hombre poniéndose de pie nervioso.

—Ella solo te usará, como a todos los demás —Melanie notó que el coche de su madre se acercaba y volvió a irse.

Un par de semanas después su madre no regresó del trabajo. Al parecer, había encontrado a algún tonto que aceptara irse con ella. Esto enfureció a su padrastro, y ya la primera noche golpeó a Melanie.

—¿A caso te llamó? ¿Esa perra te llamó? —preguntó el ebrio mientras la pequeña trataba de levantarse del suelo. El golpe la había dejado mareada.

—El teléfono lo cortaron hace tres meses. ¿Cómo iba a llamarme? —preguntó la niña con temor.

—No voy a alimentarte gratis —dijo y se bajó los pantalones.

Su vida se basó en el dolor por muchos años, lo que hizo que Melanie naturalizara algunas conductas en las personas. Aunque era una chica inteligente, creativa y talentosa para la pintura, no había tenido las mismas posibilidades que otras personas con sus capacidades.

Aunque una noche, mientras trabajaba todo pareció cambiar. La vida estaba a punto de darle una nueva oportunidad.

Autora: Osaku

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