El señor Pablo Pirca

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Capítulo cuarenta y cuatro

—No necesitas ayudar a limpiar, mis empleados se encargarán cuando dejemos esta habitación —dijo Pablo y lo miré sorprendida—. No es que estén esperando a que salgamos, pero mi sistema de seguridad les avisa cuando la habitación está vacía y si hay cosas fuera de lugar. Por lo que ellos vienen y se aseguran de dejar todo como estaba, para que la alarma en su zona de trabajo deje de titilar.

—¿Por eso cuando estuve aquí la primera vez armaron tu cama cuando fuimos al baño? —pregunté asombrada.

—Sí, debí haber bloqueado el sistema de seguridad ese día, pero tú me pones nervioso. Disfruto de una manera tan única cuando estoy a tu lado que no puedo pensar con claridad —dijo y acarició mis mejillas—. Me gusta mucho que seas sincera. ¿Responderías a una pregunta personal, aunque no tengas ganas?

—Sí, ¿qué quieres saber? —pregunté disfrutando de su contacto. No podía evitarlo, se había mantenido distante de mí casi todo el día y temía que estuviera enojado conmigo.

—¿Por qué estuviste llorando? —su pregunta me sorprendió un poco.

—Hay muchas cosas que me ponen mal y no sé cómo lidiar con ellas —estaba segura de que querría saber más, y no sabía si podía decirle que tenían que ver con él.

—¿Puedo ayudarte con algo? —Pablo hizo que lo mirara extrañada—. Quiero ser algo bueno en tu vida y sé que aún no me sale bien.

—Háblame de ti —le pedí y me miró extrañado. Me senté en uno de los sillones y él me siguió, aunque se sentó en el suelo frente a mí—. Quiero conocerte.

—Mi nombre completo es Pablo Pirca, nací un primero de enero hace treinta y un años. Mis verdaderos padres murieron cuando yo era pequeño. Me adoptaron el hermano de mi madre y su esposa. A quienes por cariño los trato como si fueran mis verdaderos padres. Mamá, debido a lo que le ocurrió a mi familia, siempre fue una mujer sobre protectora, que todo el tiempo me hacía sentir un niño. Por lo que cuando empecé la universidad decidí irme a vivir solo. Mi abuelo materno fue el único familiar que me quedó además de ellos; y era quien apreciaba el arte, por lo que me sentí muy cercano a él hasta que falleció. Él se había hecho cargo de la empresa y yo la heredé al cumplir veintiún años. No quería saber nada de ese negocio porque fue lo que causó no solo la muerte de mis padres, sino también la de mi abuelo —al parecer la vida de pablo no había sido color de rosas—. Dime si te aburro.

—Cuéntame lo que tú quieras, me gustaría conocerte por completo en algún momento, pero no quiero traerte malos recuerdos a la mente si no te sientes listo aún —le aseguré y tomé su mano.

—Es extraño, contigo me siento tranquilo. Deseo contarte todo esto —dijo sonriendo y me dio un beso en la frente.

—Entonces solo sigue —le aseguré y acaricié su cabello.

—Mis padres y mis abuelos paternos murieron en un supuesto accidente aéreo, con el tiempo descubrieron que había sido uno de sus socios quien los había mandado a matar. El maldito fue a prisión solo quince años. Mis verdaderos padres perdieron su vida y él la recuperó cuando yo cumplí veinte años. En el caso de mi abuelo fue distinto, él sufrió un infarto hace unos años, por exceso de trabajo. Por lo que traté de alejarme de esa vida todo lo que pude. No solo estudié bellas artes, sino que cree mis propios negocios. Tengo clubes nocturnos a los que les dedico el tiempo justo. Además de otros negocios que disfruto un poco más —miró a su alrededor y pude darme cuenta de que hablaba de las pinturas. Su mirada me decía que estaba tratando de ver cómo tomaba lo que estaba por decirme—. El arte es mi vida, y me gusta tenerlo en mi casa, pero jamás privaría a nadie de apreciarlo. Por lo que me molesta cuando una obra desaparece de los museos, odio que personas quieran retener lo que debería ser apreciado por todos.

—Supe qué haces cosas ilegales con el arte ¿De qué se trata? —pregunté tratando de poner un gesto neutro y no de juicio.

—Supuse que Leo te lo había contado, es así como él me define. En realidad, no trafico arte. Las devuelvo a sus dueños originales —dijo y me quedé con más intriga que antes. ¿De qué se trataba?

—¿A qué te refieres? —pregunté sin entender todavía.

Él tomó mi mano y fuimos al ascensor. Me llevó al segundo subsuelo. No sabía que existía ese piso y me di cuenta de que no estaba en la botonera. ¿Cómo habíamos hecho para poder llegar ahí? ¿Su casa era verdaderamente inteligente?

—¿A dónde vamos? —pregunté confundida.

—Mira —dijo y prendió una luz tenue—. Aquí están las obras que recuperé para los museos.

Me mostró el sitio, no lo podía creer. Había obras que se habían perdido hacía años con valores extraordinarios.

—Cada cosa que hay exhibida en mi casa es una réplica de una obra original que ha pasado por mis manos. Es difícil que después de recuperarlas vuelvan a sus dueños, porque algunos países se apropian si encuentran arte, aunque no les pertenezca.

—¿Tú les robas a los ladrones? —pregunté sorprendida.

—No soy tan bueno, ciertas personas vienen a mí cuando quieren transportar las obras para regresarlas al sitio donde pertenecen —dijo y me mostró un cuadro el cual hizo que me sorprendiera.

—Es, no puede ser. Se supone que lo estaban restaurando —dije sorprendida.

Hacía unos meses se había dicho que el Impresionismo, sol naciente, de Monet estaba en restauración. Quizá no fuera el cuadro más famoso del movimiento impresionista, pero sí marcó un punto de inflexión en el mundo del arte, puesto que a este cuadro se debió el nombre de Impresionismo. Los críticos en ese tiempo utilizaron el término tomado de la obra, como una burla.

—Lo trajeron hace un par de semanas, debo devolverlo en dos semanas, se cree que quieren robarlo por lo que prefirieron trasladarlo. Solo tú, yo y una persona más sabe que está aquí —las palabras de Pablo me dejaron atónita. Él me estaba confiando un secreto enorme—. ¿Qué te parece mi trabajo?

¿De verdad me lo preguntaba? Me estaba diciendo que usaba su tiempo libre para meterse en esa clase de problemas. No sabía si era demasiado valiente o tonto. Las personas que hacían esa clase de cosas estaban dispuestas a asesinarte si les quitabas lo que pensaban que por derecho era suyo. ¿Por qué se exponía a tanto?

—Debes saber que mi sistema de seguridad es el mejor del mundo y es por eso que me piden esta clase de cosas.

—¿Qué pasará si alguien lo descubre? Tu vida se pondría en peligro. Pablo, alguien podría lastimarte —estaba aterrada.

—¿Te preocupas por mí? —me preguntó como si mi estado le sorprendiera.

—Claro que me preocupo. No quiero que nada malo te pase —dije abrazada a él con mucha angustia.

—¿Por qué eres tan encantadora? Odio que hagas esto, siento que cada día me gustas más —dijo sonriendo mientras me abrazaba con más fuerza de la que yo esperaba—. Espero algún día puedas sentirte como yo y quieras quedarte a mi lado. 

Autora: Osaku

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