¿Que ocurre?

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Capítulo ciento cuarenta y uno

Rafael estaba en su cocina con Alondra, esta le había planteado varias cosas que había escuchado accidentalmente entre la conversación; del que él aún consideraba su padre y su hermano.

—Mi padre ocultó su identidad por mucho tiempo. No escucharía sus mentiras —indicó Rafael entregándole un té digestivo a Alondra.

—Es el padre de mi hermano Milton, sin embargo... —Alondra no sabía si decirle que sabía que no era su padre y el de Leonardo.

—¿Qué? —preguntó Rafael.

—Nada —dijo ella y bebió el té, pero él se quedó observándola molesto—. ¿Qué me ves?

—No sé por qué me mientes —dijo él tomándola de la mano, y haciéndola soltar la tasa antes de arrinconarla contra la columna que dividía el espacio del living y la cocina—. ¿Qué estás ocultándome?

—Nada —dijo Alondra sin mirarlo.

Rafael la besó, si no podía sacarle las palabras, por lo menos haría que se enojara para que se fuera de su casa. Estaba cansado de tener que soportar el deseo contenido por la muchacha frente a él.

Como siempre, Alondra no hizo lo que él esperaba y siguió el beso.

La tomó del trasero y la subió sobre la mesada para no tener que estar encorvado mientras seguía besándola. Esperaba que le pidiera que se detuviera, pero no lo hizo. Ella seguía haciéndolo con el mismo entusiasmo que él. Besos que reflejaban el calor que se iba acumulando entre ambos, ya no importaba su solo los labios eran los que debían intervenir. Rafael estaba comiéndole la boca a esta mujer y ella parecía jugar con su lengua haciendo que el estremecimiento que le provocaba llegara hasta las partes más sensibles de Rafael.

—Te deseo —susurró Rafael mientras le quitaba la sudadera que le había prestado la noche anterior, pero recuperando sus labios de inmediato.

Alondra no quería pensar en nada, solo dejarse llevar por el momento para por fin olvidar lo que la aquejaba, y por una vez en mucho tiempo sentir que lo que decía Rafael era real.

Él acercó sus enormes manos a la espalda de la menuda mujer y tras quitarle el sujetador. Con movimientos más parecidos a los de un ninja, llevó su lengua hasta uno de los pequeños y deliciosos sen*s de la encantadora mujer que tenía frente a él. Sus aureolas le parecieron ser del tamaño perfecto, las acarició e hizo que Alondra se estremeciera por un instante.

—Espera —dijo Alondra con la respiración entre cortada.

Sin embargo, Rafael capturó uno de sus sen*s con la boca, haciendo que la presión que ponía sobre este volviera a hacer que Alondra se removiera en el lugar. Repitió lo mismo en el otro sen* esperando una reacción similar, pero esta vez ella lo apartó.

—La puerta —dijo ella y se escuchó la llave.

—Mierd* —Rafael corrió hasta la puerta y se apoyó en ella—. Largo.

—¿Qué te pasa? Necesitamos hablar. —Leonardo estaba del otro lado, ajeno al espectáculo que transcurría en el comedor de su hermano menor.

—Ve a comprar algo para comer y dame algo de tiempo —exigió Rafael, y Leonardo, suspiró.

Por suerte, Leonardo entendió que su hermano estaba con una mujer, por lo que se fue a comprar unas cervezas. Las necesitarían cuando le contara lo que su padre, el señor Albear, le había dicho el día anterior.

—Debo irme —dijo Alondra, quien ya estaba vestida, pero con la camisa abierta, aún le faltaban unos botones.

—¿En qué momento? —Rafael estaba abrumado. ¿Cómo había hecho para vestirse tan rápido? —. Espera, no puedes irte.

—Ya escuché parte de una conversación sin desearlo. No quiero hacer lo mismo hoy —recalcó ella con vergüenza, por todo.

—No, haré que Leo se marche rápido. Aunque sea, debemos hablar de esto —Rafael estaba seguro de que si Alondra se iba ahora no habría otra ocasión de hablar—. Date una ducha, un cálido baño en la tina. Relájate y cuando termine con mi hermano tomaremos algo y conversaremos.

—No hay nada que hablar. Somos adultos, quería olvidar algo horrible y tú estabas en medio —dijo ella de manera que Rafael perdiera el entusiasmo.

—No hagas esto —dijo molesto, estaba cansado de sentirse así.

—¿Hacer qué? —preguntó ella.

—Fingir que solo seriamos un revolcón —aclaró él.

—¿Y qué más sería? Eres el medio hermano de mi medio hermano. Estas por casarte con Carmen. ¿Cómo deberíamos llamarlo?

—No voy a casarme con ella. Es la voluntad de mi madre y no la mía.

—Como sea, no me interesa. Déjame salir, tengo trabajo que hacer —dijo ella impaciente.

—No.

—¿No? —preguntó Alondra perdiendo la paciencia.

—Necesitas una camisa nueva, no puedes solo anudarla. Además, ayer escuchaste algo que te impactó y yo estuve ahí para ti. Deberías ser buena conmigo y hoy estar para mí. —La forma en la que Rafael había retorcido las palabras habían hecho sonreír a Alondra.

—No me querrás aquí después de que sepas toda la historia —dijo Alondra recordando que su hermana había muerto, solo por llamarse como la madre de Melanie. Que Rafael y Leonardo no eran hijos del mismo hombre que Milton. Y por sobre todas las cosas, recordar ser consciente que existía en este mundo una mujer como Diana Dinamo.

Autora: Osaku 

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