Mi arcilla, y yo

375 25 0
                                    

Capítulo cincuenta y seis

—¿Por qué lo hiciste? —le pregunté a Pablo al entrar en su oficina, me daba cuenta de que algo estaba pasando y eso me ponía de mal humor.

—No sé de qué hablas, vida —dijo él tratando de acercarse a mí.

—¿Por qué quieres que pelee con Lena? Podías haber hablado con ella en otro momento, pero esperaste a que yo estuviera para mencionarle su charla pendiente.

—No me gusta que te mienta, sobre todo si eso va a poner en riesgo tu vida —me dijo y trató de tocarme, pero no lo dejé. Si lo hacía seguramente me pondría a su merced y necesitaba resolver esto antes—. Sé lo mucho que Lena te quiere y también estoy seguro de que deseas perdonarla. Así que no hablemos más de eso, mañana cuando vayas a la facultad hablarán y resolverán esto.

—Necesito amigos —le recordé, por si su posesividad se estaba apoderando de él.

—Solo quiero que tu amiga pueda ser honesta contigo —me recalcó.

—¿Y tú lo eres? —le pregunté y la respuesta se hizo esperar—. ¿Cuándo ibas a decirme que Caín regresó?

—No pretendía ocultarlo, de hecho fui a hablar con él.

—¿Y? —pregunté nerviosa.

—Está completamente loco, no aceptará hacer un trato.

—¿Solo eso? —pregunté esperando más.

—Caín está desquiciado, Lena lo sabe e hizo lo que debía para poder alejarse de él. No la culpo por meterme en problemas.

—¿Cómo sabes que me contó sobre eso? —le pregunté inquieta. ¿A caso seguía vigilándome? ¿Qué le pasaba? ¿Por qué no podía ser como una persona normal y esperar a que yo se lo contara?

—Prácticamente, lo hicieron aquí y no usé las cámaras si a eso te refieres. Escuché porque hablaron en el pasillo —me aseguró y me sentí mal, no solo por lo que me decía, sino porque empezaba a perder la confianza en él. Por lo menos parte de ella—. Mel, te necesito. ¿Puedo abrazarte?

—Claro —dije sorprendida.

—Fue muy difícil para mí volver a enfrentar a Caín.

Su sinceridad me hizo pedazos. Pablo se permitía mostrarme una parte de él que al parecer pocos conocían.

—Él no se detendrá hasta no tenerte frente e hice todo lo que estaba a mi alcance para amenazarlo para que te deje en paz.

—Gracias por intentarlo —dije y lo besé en los labios.

—No me voy a rendir, solo necesita saber que aún cuentas conmigo —dijo y fue él quien me besó.

—Claro que lo hago, pero me molestan los secretos. No quiero que tú y Lena los tengan conmigo, intenté explicar.

—¿Es solo eso? —me preguntó y lo quedé viendo—. ¿No hubo unas migajas de celos?

Lo que Pablo acababa de decir me hizo sentir rara. ¿Yo me había sentido celosa de ellos juntos?

—No me fijaría nunca en Lena, no es mi tipo —acarició mi mejilla.

—¿Y quién es tu tipo? —pregunté, ahora si estaba celosa.

—Solo tú, y no me refiero en tu apariencia. Si no en la maravillosa persona que eres. Nunca juzgas a quienes te rodean, eres una gran amiga, eres fiel a tus principios, por momentos atrevida, intrépida...

—Basta —me estaba avergonzando.

—Y mía, nada más mía —dijo él y me miró con tristeza. ¿Qué era lo que lo hacía decir eso?

—Por supuesto, ¿tú eres mío? —le pregunté acercando su rostro al mío.

—Si fuera más tuyo dejaría de ser yo mismo. No quiero nada más que eso —¿Por qué siempre decía cosas tan vergonzosas?

Trató de tocarme y le pedí que se detuviera. Me había venido mi periodo y no podía hacer lo que más disfrutaba.

—Estoy en mis días —le indiqué, era la primera vez que estábamos juntos cuando tenía mi periodo.

—¿Te duele? —me preguntó como si le preocupara.

—Tomé algo, así que estoy bien —dije y sonrió.

—¿Puedo dormir contigo esta noche? —me preguntó y sonreí.

Pablo se recostó a mi lado, y acarició mi rostro. Su cuerpo de costado era enorme, por su espalda amplia. El maldito y sensual hombre lo hizo llevando solo el bóxer, por lo que pude admirar lo bello de su torso, de todo su cuerpo al desnudo.

—¿Ocurre algo? —me preguntó al notar que no despegaba los ojos de él.

—¿Los hombres como tú son esculpidos por los dioses? —pregunté molesta. Mi abdomen parecía el de una embarazada en este momento por la inflamación.

—No lo sé, suelo sacar la rabia en el gimnasio del primer piso con mi entrenador cuando estoy molesto. Supongo que es demasiado seguido últimamente —dijo sin dejar de acariciarme—. Prefiero hacerlo de ese modo, siempre fui un hombre introvertido y el ejercicio me permitió componerme un poco.

—¿Tú, tímido? —pregunté sonriendo.

—Sí, aunque no parezca tanto esto me trauma bastante —dijo mostrándome su erección—. Todas lo quieren hasta que duele.

—Me gusta igual, aunque a veces duela un poco —dije y lo acaricié.

—Mel, no hagas eso —me pidió sosteniendo mi mano.

—Yo no puedo hoy, pero tú si —insistí mientras trataba de acariciarlo.

Él apoyó su cabeza en mi hombro, parecía estar disfrutando mucho de lo que le hacía con mis manos. Ambos lo hacíamos, yo no podía creer que alguien fuera capaz de reaccionar así con mi contacto. Pablo me hacía sentir bella, sensual y poderosa. Delante de mí se mostraba como alguien que podía ser moldeado por mi contacto, como si fuera arcilla esperando tomar forma, deseando que la artista lo utilice a su antojo. Y yo era esa, solo yo y me gustaba más de lo que esperaba.

—Mel, me da vergüenza, pero si sigues me correré —me advirtió.

—¿Dónde te gustaría hacerlo? —le pregunté.

—¿Lo dices en serio? —su sorpresa me hizo sentir aún más fuerte.

—Quiero mucho saberlo y que lo hagas —dije sonriendo de alegría.

—Solo sigue, pero bésame y no dejes de hacerlo —casi pareció una súplica y así fue como mi boca se apoderó de la suya. Él me permitió hacerlo a mi manera, y eso me ayudó a confiar más en Pablo. Jamás pensé tener a un hombre como él así frente a mí, vulnerable, suelto, entregado. 

Autora: Osaku

Ponle la firmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora