Lo que necesito

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Capítulo ciento sesenta y cuatro

—¿Te rindes? —le preguntó Jana al notar que Milton se arrojaba a la cama luego del cuarto asalto.

—Estás demente —aseguró él.

—Por supuesto —indicó ella y se sentó a la altura de la cabecera sobre él, abriendo sus piernas—. Hazme llegar con tu boca.

—¿Por qué me la pones en el rostro? Acabo de correrme dentro —Milton se mostraba disgustado.

—No me digas que nunca probaste tu sem*n —ella parecía divertida.

Él la acercó y después de acariciarla con la lengua mordió su clitor*s.

—Maldito —dijo Jana tratando de apartarse.

—Eres mía, quédate quieta —dijo y volvió a hacer lo mismo y pasó la lengua después—. ¿No me digas que es la primera vez que pruebas esto? Haré que te corras como nunca.

La rivalidad de estos dos era más fuerte. Ambos habían tratado de hacer que el otro se rindiera antes, pero no lo habían conseguido. Pese a su entretenido juego, ambos olvidaron que ya era de día.

—Jana, ¿estás durmiendo? —Alondra tenía llave de la casa de Jana, ella se la había dado para que fuera a buscar el vestido el día de la fiesta.

—Mierd* —dijo Milton al escuchar a su hermana.

—Put* madre. ¿Qué carajos? —Alondra se tapó los ojos.

—Buenos días —dijo Jana y se bajó de arriba de Milton.

—Volveré más tarde, debo buscar a los hombres de negro para que me frían los sesos —dijo Alondra avergonzada. Había visto cómo su hermano le comía la vagin* a su amiga.

Alondra se subió a un taxi que pasaba por ahí y llamó a Rafael. Le preguntó si estaba libre. Este le dijo que si y quedaron en verse en una cafetería.

—Buenos días —dijo él al llegar.

—Hola —ella aún no había probado el té que había pedido.

—¿Estás bien? —le preguntó confundido.

—¿No se suponía que Jana era lesbiana? —preguntó ella contrariada.

—No estoy seguro, pero creo que sí. ¿Ella trató de sobrepasarse contigo? —preguntó Rafael celoso.

—Claro que no, eso no sería un problema —dijo ella y Rafael la malinterpretó.

—¿Por qué no sería un problema? ¿Te gusta Jana? —preguntó él sentándose.

—¿Por qué me gustaría? —ella lo miró y se dio cuenta de que su novio estaba celoso—. Le diría que no me gusta y acabaría ahí.

—¿Entonces cuál es el problema? —le preguntó él mientras llamaba a la moza para que le trajera algo para beber.

—¿Alguna vez encontraste a alguno de tus hermanos teniendo relaciones sexu*les? —le preguntó ella sonrojada. La voz de Alondra sonaba dulce, incluso al decir esa clase de cosas.

—¿Milton y Jana? —preguntó Rafael y llegó la mesera para tomarle el pedido. Él estaba sonriendo cuando miró a la chica—. Disculpa, me gustaría un café y dos porciones de pastel naranja.

—Por supuesto —dijo la chica sonrojada. Los Dinamo eran todos llamativos a la vista de las chicas.

—Lamento que tuvieras que ver a tu hermano con ella de esa forma —le dijo él y se sentó a su lado para abrazarla.

—No sé, pensé que ella solo quería molestarlo —dijo Alondra, aun confundida.

—Por lo que conozco a Jana es una caja de sorpresas. Leo sabe más que yo. —Rafael no sabía que era lo que Jana quería con Milton, pero estaba seguro de que no era nada fácil. Jana era una persona que actuaba muy distinta a la mayoría.

—Aquí está su café —dijo la mesera mirando a Alondra con molestia. No le gustaba que ella estuviera siendo consolada por Rafael. Incluso trató de hacer que se le cayera el café encima de la espalda, pero él puso la mano al notar sus intenciones—. Lo siento, le traeré otro.

—No es necesario —dijo este molesto con la chica—. Vamos a otro lugar.

Alondra lo miró sin entender, hasta que notó que la mano de Rafael estaba enrojecida.

—¿Te quemaste? —le preguntó Alondra preocupada.

—No pasa nada, no tengo mucha sensibilidad —dijo Rafael, cariñosamente a Alondra.

—Aun así, el café estaba caliente —dijo ella preocupada por él—. ¿No pudiste tener más cuidado?

Alondra estaba furiosa con la mesera.

—Llama al dueño.

—Amor, vamos, no te preocupes —dijo Rafael, agradecido con la mesera por haberle tirado el café, nunca había visto a Alondra tan protectora y luciendo tan hermosa—. Me duele un poco.

—Lo siento, ¿en qué estoy pensando? Vamos al hospital —dijo ella tomándolo de la otra mano.

Antes de que Alondra lo notara, él le había dejado una buena propina a la mesera. Esa mujer había conseguido que su preciosa novia se volviera una fiera.

—¿Sabes conducir? —le preguntó Rafael a Alondra.

—Sí, ¿crees que te costara hacerlo tú? —le preguntó ella más preocupada que antes.

—Sí, deberías llevarme a casa, está más cerca que el hospital y tengo la crema que necesito —le indicó él y así fue como Alondra lo hizo.

Aunque le llevó algo de tiempo acomodar el asiento del coche de Rafael a su cuerpo. Sin embargo, él disfrutó de cada segundo que tardó en hacerlo. Le gustaba mucho notar como ella se preocupaba tanto por él. Era la primera mujer que se comportaba así, incluso Lena no había sido tan atenta.

—Dime si quieres que haga algo —le pidió ella mientras abría la puerta de la casa de Rafael.

—Me gustaría darme un baño, el agua fría podría ayudarme. Hace demasiado calor —dijo Rafael y ella fue a su cuarto y abrió el agua de la ducha para él.

—¿Necesitas que te ayude? —preguntó ella y notó que se le estaba haciendo una ampolla—. Maldici*n. ¿Qué ocurre si se revienta?

—Dolerá un poco más —le dijo él y ella se puso más nerviosa.

—Rafa, no sirvo para esto. Tal vez deberíamos llamar a un médico —indicó ella y él la abrazó.

—Me gusta más que seas tú la que esté a mi lado —le dijo él y la besó para ayudarla a calmarse. Ella lo ayudó a desnudarse y una vez que estuvo como dios lo trajo al mundo, lo acompañó a la ducha—. ¿Podrías entrar conmigo?

—Sí, claro —dijo ella y se quitó el vestido para entrar con su ropa interior. Él la miró y no pudo evitar desear besarla—. ¿Estás bien?

—Eres demasiado hermosa —dijo él mientras ponía la mano en el agua.

—Hablo de tu mano —dijo ella, pero él la besó—. Rafa, tu herida.

—Está bien, el agua fría me ayuda, aunque escuché que si alguien está excitado siente menos dolor —dijo él a su oído.

Alondra tragó saliva y después tomó el miembr* de Rafael y comenzó a tocarlo. Él no podía creer lo servicial que era su novia. Sin embargo, su conciencia no le permitió seguir abusando de su amabilidad.

—Voy a curarme —dijo él cerrando el agua de la ducha y apartándole la mano de su erecci*n.

—¿Lo hice mal? —preguntó ella con lágrimas en los ojos. 

Autora: Osaku


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