No puedes escapar

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Capítulo ciento seis 

—Apártate de mí —le dijo Lena a Leonardo.

—¿Por qué? —preguntó este confundido. Habían pasado gran parte de la noche juntos, y no solo habían tenido relaciones. Ella había dejado que le acariciara su rostro un buen rato. Por fin se había dejado llevar por lo que sentían el uno por el otro.

—Dijiste que estabas enamorado. No quiero un demente obsesionado detrás de mí —indicó ella como si estuviera molesta. Aunque en realidad estaba avergonzada, por dejarlo continuar sin darse cuenta.

—¿Por qué no dejas de joder? Estás tan enamorada de mí como yo lo estoy de ti —dijo él arrojándola sobre la cama—. Estás empezando a cansarme.

—Pues hártate —le indicó ella escapando de él y metiéndose en el baño. Aún tenía cosas que resolver. Le había prometido su cuerpo al detective si conseguía información sobre Melanie. Si empezaba a salir con Leonardo no podría serle fiel y no quería engañarlo o decepcionarlo.

—No vas a seguir rechazándome —dijo él entrando a la ducha—. Esto me trae recuerdos.

Leonardo sonrió levemente.

—No te voy a ser fiel, sabes que solo es sex* para mí —respondió ella, para tratar de disuadirlo.

—Tú puedes creer que solo es sex*, pero yo sé que es mucho más que eso. Sin embargo, está bien. Acepto que salgamos con otras personas —mintió Leonardo.

—¿De qué hablas? —preguntó Lena sorprendida.

—Dices que no quieres una relación formal, yo tampoco —volvió a mentir.

—¿Ya no estás enamorado de mí? —preguntó Lena, sabiendo que eso era lo mejor, pero odiándolo de todas maneras.

—Claro que te quiero —dijo Leonardo con una gran sonrisa—. Es solo que no quiero algo serio con una mujer que no me ama. Una vez que aceptes tus sentimientos por mí, estoy dispuesto a algo más formal.

Las palabras de Leonardo sorprendieron a Lena más que antes.

¿Cómo un hombre así de cariñoso podía enamorarse de ella?

—Lena, ven aquí —dijo su padre. Y al notar que ella se había orinado encima la golpeó con el cinto.

—Lo siento, papi —dijo la niña llorando mientras sentía cómo los azotes en su espalda picaban.

—Dejarás de causarle problemas a tu madre —ordenó él y se marchó.

Días después, en el jardín, una de las maestras se acercó a la madre de Lena.

—Nos gustaría saber si pasó algo en casa. Lena no quiere entrar en el baño y llora cuando lo hace —dijo la docente ajena a lo que pasaba con el padre de la niña.

—Hablaré con ella —dijo su madre y se la llevó.

Ya cuando estaban en casa su madre sentó a la pequeña sobre sus piernas y le pidió que dejara de llorar.

—Entiende que llorar es para débiles. ¿Tú eres débil? —preguntó la mujer.

—No mamá, no lo soy. Es que me da miedo hacer pis. No quiero que papá se enoje —dijo la niña mientras movía las manos, nerviosa.

—Papá no se enojará si eres una buena niña. Debes hacer todo bien para que él esté feliz.

La pequeña limpió sus lágrimas.

—¿Quieres que papá sea feliz? —preguntó su madre.

—Quiero que deje de pegarnos —después de decir eso se dio cuenta de que su madre se puso triste y corrigió sus palabras—. Quiero hacerte feliz. No volveré a llorar.

—Entonces no le cuentes esto a nadie. Las personas tratarían mal a papá y tú y yo nos quedaríamos solas. Yo haré lo posible para que papá no se enoje de nuevo.

Lena despertó, había estado soñando con su pasado. Ella había seguido sufriendo los abusos de sus padres hasta que tuvo la edad suficiente para poder marcharse. Su madre no había sido capaz de comprender el daño que le había hecho. No solo por soportar lo que le hacía ese hombre. Si no que también culpaba a Lena por lo que ocurría, siempre le decía que la única manera de no ser agredida era siendo una chica buena.

Lena se incorporó en la cama y se dio cuenta de que Leonardo estaba dormido a su lado. El temor se apoderó de ella. Había permitido que él se quedara. Había perdido el control por primera vez.

La joven necesitaba dormir sola. Ya que, producto de los golpes de su pasado, solía tener pesadillas en las que, como en ese momento, se despertaba sudando mucho, al punto de mojar la cama. Esto hizo que se estremeciera, por el hecho de que no pudo evitar, recordar el dolor causado por la golpiza que su padre le había dado tras orinarse en la cama. Había olvidado esa parte de su vida hasta el momento. Sin embargo, cuando pensó que podía permitirse amar a alguien, habían regresado a ella después de ese horrible sueño. Recordándole lo rota que estaba.

—Aún soy una niña mala —dijo por lo bajo y fue hasta el baño.

Después de ducharse salió del cuarto dejando a un Leonardo desnudo y vulnerable otra vez solo. Se odiaba por eso, pero no había conocido el amor de pareja, no sabía que era posible que ellos pudieran tener una vida sin tortura, sin dañarse el uno al otro y sin los fantasmas de su pasado. Lena había jugado el papel de chica mala, rebelde, haciéndole saber al mundo que no le importaba nada, que no necesitaba que la quisieran y le daba lo mismo como la trataban. El problema era que las demostraciones de afecto le dolían más que los golpes. Ya que le mostraban algo desconocido, sobre todo viniendo de alguien que no fuera Melanie.

Llamó un taxi y regresó a su casa en medio de la noche. Si despertaba junto a Leonardo no podría seguir rechazándolo. ¿Qué haría él al lado de una mujer como ella? Lena se había orinado encima muchas veces después de tener esas pesadillas en el pasado. El trauma que su padre le creó era tan profundo que aun siendo adulta no podía contenerse.

Al entrar se dió cuenta que ya estaba desvelada, iba a ponerse a pintar por lo que fue a preparar café. Miró, su tetera, estaba abollada por habérsele caído a Rafael.

—¿Algún día podré amar a alguien sin sentir temor?

Ella fue hasta el sofá y se acurrucó ahí, deseaba darse una oportunidad. Comenzó a llorar y tras un par de horas así se quedó dormida. No tenía ganas de hacer nada, por lo que al día siguiente no respondió su móvil, solo se aseguró de escribirle a Melanie diciéndole que se encontraba bien, pero que estaría ocupada. Los días así, prefería no ver a nadie.  

Autora: Osaku

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