Una noche fría

253 18 0
                                    

Capítulo ciento treinta y uno

Cuando la cena había terminado, Pablo llegó a recoger a Melanie. Esta le mostró el cuadro que Miguel había hecho de ella y de su madre. Este sonrió y abrazó a su esposa.

—Te contaré de él si lo deseas. Miguel fue un gran hombre —dijo Pablo, feliz de que su esposa se animara a conocer esa parte de su pasado.

—Me encantaría escuchar sobre mi padre —dijo Melanie tocando su abdomen.

—Entonces, así será —Pablo besó la frente de su esposa—. ¿Vamos a casa?

—Tenemos que llevar a Alondra hasta su casa. —Melanie miró a su prima y se sintió mal. Ella estaba pasando por algo similar y no quería regodearse...

—Está bien, llamaré un taxi. Primero les preguntaré a ellos sobre las propuestas, así me pondré a trabajar de inmediato —indicó Alondra, incómoda, no quiera que Melanie desviara su camino para llevarla. Ya que vivía en la otra punta de la ciudad.

—¿Estás segura? —preguntó Melanie preocupada.

—Tranquila, si se hace muy tarde yo la alcanzaré —expresó Leonardo para dejar a Melanie más tranquila.

—Gracias. Entonces nos vamos —Melanie y Pablo se despidieron de ellos y se marcharon.

—Voy a levantar la mesa para que tú te encargues de mostrarle cuáles son los bienes que Melanie heredará de parte de Miguel.

—Gracias —dijo Rafael y después de que Leonardo sacara los platos. Tomó unos documentos y se los mostró a Alondra.

—¿Todo esto es de Mel? —preguntó ella sorprendida.

—Hasta que Miguel murió hizo valer el dinero de su fideicomiso. Después fueron administrados por los Dinamo, pero logró incrementarse bastante —explicó Rafael.

—Bien, hablaré con ella después de que esté un poco más tranquila e investigaré esto —dijo Alondra seria.

—¿Investigar? ¿Piensas que le querríamos robar a nuestra sobrina? —Rafael estaba muy molesto.

—No importa lo que yo opine de ustedes. Melanie es mi cliente y proteger sus intereses es asegurarme de que la división de sus bienes sea correcta —explicó ella.

—Tiene razón, déjala hacer su trabajo —dijo Leonardo tocando el hombro de Rafael.

—Necesitaré acceso a los archivos de los años en los que Miguel estaba con vida —dijo Alondra mientras seguía viendo los documentos.

—¿Qué? Yo ya hice las averiguaciones. ¿A caso imaginas que cometí un error? —preguntó Rafael, aún ofendido.

—Ya te dije que lo que yo crea, es irrelevante. Así trabajo con cualquiera de mis clientes —indicó ella también molesta. No quería trabajar con él, pero haría lo que pudiera por Melanie.

—No te preocupes Ala, Rafael está como director en la sede que tenemos aquí. Si vas mañana a la empresa, él te dirá donde puedes encontrar todo lo que necesitas. —sonrió Leonardo.

—Muchas gracias. Si no necesitan nada más me retiro —dijo Alondra de manera profesional.

—Espera, te llevo a tu casa —dijo Leonardo buscando su abrigo.

—Vives en la dirección contraria —le recordó ella—. La casa de Lena está al sur y yo vivo al norte desde aquí. Sería mejor que tomara un taxi.

—Deja que haga lo que quiera —espetó Rafael molesto y cuando Alondra tomó sus cosas la siguió con la mirada. Le parecía una chica demasiado arrogante. Él no se había equivocado en los cálculos, no engañaría a Melanie.

—¿Por qué actúas así? —preguntó Leonardo cuando Alondra ya no estaba en el departamento.

—No pasan taxis por aquí, estará esperando un rato y volverá aquí para pedirte que la lleves —aseguró Rafael mientras guardaba algunos de los documentos que había sacado.

—Eres un demente. Si te gusta, ve tras ella —dijo Leonardo mientras buscaba su móvil para preguntarle a Lena si había terminado su reunión de amigas.

—Deja de decir tonterías, ella no me gusta. Además, es nuestra hermanastra —indicó Rafael.

—Eso quiere decir que lo estuviste pensando —bromeó Leonardo.

—Deja de decir tonterias y dame la basura. Debo sacarla hoy o esperar hasta el viernes —aseguró Rafael, algo avergonzado.

Cuando su hermano salió del departamento, Leonardo notó que faltaban las llaves del coche de Rafael. Así que ese había sido su plan desde el principio. Quería llevar a Alondra a su casa.

—Demasiado trabajo te tomas, hermanito —sonrió Leonardo—. Aunque no creo que sea una chica fácil.

Cuando Rafael bajó encontró a Alondra como esperaba. Al parecer hacia algo de frío para llevar ese lindo vestido de algodón. Era tarde y se había levantado una fuerte ventisca.

—¿Aún estás aquí? —preguntó Rafael, pero Alondra no le respondió. Esto hizo que se molestara y fue hasta donde ella estaba—. ¿No me escuchas?

Al dar vuelta el rostro, él notó que ella había estado llorando un buen rato.

—¿Estás bien? —le preguntó angustiado. Nunca antes la había visto tan vulnerable.

—Soy una mala persona —dijo y se agachó haciéndose un bollo sobre sí misma.

Rafael se quedó a su lado y al ver que ella no se ponía de pie le pasó su abrigo para que ella no tuviera frío.

—Nadie es tan malo como para llorar así. Y si lo fueras no estarías triste —le aseguró y tomó su mano. Alondra lo abrazó haciendo que el corazón de Rafael latiera con fuerza.

—Ven, mi coche está aquí. Entremos para que no tengas frío —le dijo Rafael con un tono dulce.

Ella hizo lo que él indicó sin pensarlo. Una vez dentro, siguió llorando un buen rato hasta que pareció que sus lágrimas se apagaron.

—¿Quieres hablar o prefieres que te lleve a casa? —preguntó Rafael con calma. Había sido muy duro con ella y se sentía mal por eso.

—Quiero ir a mi casa —dijo Alondra con un hilo de voz sin siquiera mirarlo.

Él puso la dirección en el GPS y en silencio condujo hasta la puerta del edificio donde Alondra vivía.

—Llegamos —dijo Rafael y ella bajó del coche después de un casi inaudible «gracias»—. Espera. ¿Qué es lo que te ocurre?

—Nada —dijo ella y abrió la puerta de su edificio.

Rafael se quedó con una sensación amarga. Cuando regresó a su casa, en el camino se dio cuenta de que por él ella había descubierto que no era hija de su padre. A él le había dolido mucho saber que el hombre estricto que siempre le marcaba los errores a él y a sus hermanos, había resultado ser un tipo desleal que había ocultado otra familia. Pero ahora, por su causa, Alondra se había enterado no solo que su padre había fingido su muerte, sino también que ese hombre que la crio no era su verdadero padre. Su decepción era claramente mucho mayor que la de Rafael. Pero, ¿por qué se sentía una mala persona?

Autora: Osaku

Ponle la firmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora