Una noche larga

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Capítulo ochenta y siete

—No me toques, eres un maldito enfermo. Me hiciste hacerlo con Leo —Lena estaba furiosa. Caín había encontrado la manera de tomarle el pelo.

—¿Por qué te enojas? Si tú piensas que fue él es cosa tuya. Yo no revelo la identidad de mis clientes —aseguró el maldito.

—Sé perfectamente cómo se siente la verg* de Leonardo—dijo y sonrió con ironía—. No lo compares con las basuras que vienen aquí.

—No me atrevo a juzgar los gustos sex*ales de mis clientes —las palabras de Caín molestaron a Lena y lo empujó, pero tomó sus manos acercándola a él—. Soy conocedor del placer, y noté que disfrutaste mucho el encuentro. ¿A caso te gusta ser sometida? ¿O solo es Leo el que te calienta así?

—Suéltame —dijo Lena más enojada que antes.

—Si te quedaras conmigo, no tienes una idea de lo bien que la pasarías, cariño —dijo Caín deseando besarla. Sin embargo, Lena estaba suficientemente enojada como para aceptarlo—. Elías te llevará a casa.

Caín se apartó de Lena y se acomodó la erecci*n dentro de los pantalones. Esa noche tendría que permanecer en su club para poder bajar la calentura que esta mujercita le había provocado.

Lena subió al coche y sin decir nada, Elías comenzó a conducir. Ella se sentía sucia por aceptar el trato de Caín, sin embargo, él tenía razón. Había disfrutado de estar con Leonardo. Ella también lo había extrañado estas tres semanas. Trató de no pensar en él y abrió el sobre.

—La segunda razón por la que no dejaré que Pablo esté con ella es porque lo odio, sé que esta es una tonta razón en comparación con la otra, pero soy así—

—¡Maldito! —Lena estaba furiosa, ella sabía eso. Tuvo que haber tomado el otro sobre. ¿Diría lo mismo? No, ella antes de elegir los miró atrás luz y pudo notar que había distintas palabras.

—¿Si la primera carta no me convence? —le había preguntado ella a Caín mientras se ponía la ropa que él le había entregado.

—Fui bueno contigo, si no sabes elegir, y lo que hay escrito ahí no te basta deberás retribuirme tú a mí. A cambio del segundo sobre, quiero que seas mi mujer por tiempo indefinido —había dicho Caín—. De todas maneras, si me entero de que compartes lo que hay dentro del sobre con alguien, incluso Melanie, juro que te joderé de por vida. Desearás no haber abierto la boca. Uno de los sobres contiene información que podría destruir la vida de Melanie y Pablo. No tomes a la ligera lo que leas ahí. Aunque estoy seguro de que sin importar el que elijas, vendrás a mí por más respuestas.

¿Qué era lo que decía ese maldito sobre que ella no tomó? Lena no iba a tener relaciones con Caín, ni por todo el dinero del mundo. Aun así, ¿qué razón podía existir para que Caín la amenazara de esa manera? ¿Sería otro de sus juegos?

Lena llegó a su casa y encontró a Rafael en la puerta. Se sorprendió de verle, se había olvidado de escribirle.

—Lena, que bueno que estés bien —dijo este y la abrazó.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Lena avergonzada. No deseaba que Rafael se diera cuenta de su olor a recién foll*da.

—Convencí a Daniel para que me diera tu dirección. Quería asegurarme de que llegaras tranquila —dijo Rafael, ajeno a la preocupación de Lena.

—¿Subes? Hace frío aquí abajo. Deja que te ofrezca un té al menos —dijo ella y él se puso feliz.

Cuando entraron al nuevo departamento de Lena, Rafael miró el lugar asombrado. Había muchos cuadros y él no sabía quiénes eran los autores. Parecían ser del periodo del impresionismo, sin embargo, tenían un toque moderno.

—Te gusta, estuve pintando estos días. Me preocupa que Melanie esté sola en otro país y hacerlo me ayuda a calmarme —dijo Lena y le dejó la taza y la tetera—. Puse agua a calentar. ¿Podrías darme unos minutos?, quiero cambiarme. Estoy muy incómoda.

—Tranquila, yo me encargo —dijo Rafael, aun admirando el trabajo de su amiga.

Él sabía mucho sobre arte, era experto en falsificación de piezas al igual que su hermano Miguel, había hecho muchas pinturas para Pablo. Desde muy joven, Rafael había sido un prodigio en el arte de la falsificación, así había aprendido a hacer dinero en el colegio. Hacía los trabajos de sus compañeros, cambiando algunas líneas o colores. Ganando dinero que al principio gastaba en cigarrillos y cosas que sus padres no querían que consumiera. Sin embargo, con el tiempo se dio cuenta de que su talento era mayor, por lo que empezó a hacer trabajos de universitarios. Y finalmente Miguel le pagaba para que copiara obras que para él eran difíciles. Al final, fue Pablo quien lo contrató.

—¿Todo bien? —preguntó Lena al ver que Rafael seguía mirando su trabajo y el agua hervía.

—Lo siento, me distraje —dijo él y fue a la cocina para preparar el té.

—Yo puedo hacerlo —Lena acababa de salir de la ducha llevando una camiseta larga y unos pijameros con corazones.

Rafael se distrajo, ya que notó la marca de dientes que tenía en uno de sus sen*s. El agua le salpicó la ropa y un calor invadió su torso.

—Mierd* —Lena rápidamente se acercó a él y le quitó la ropa, para después sacar de la nevera hielo y mojar una de sus prendas de algodón con agua helada para tratar de apagar el calor del cuerpo de Rafael.

—Tranquila Lena, no es tan grave —dijo Rafael entusiasmado por su preocupación.

—No seas tonto, arruinarás tu bella figura —ella trataba de concentrarse en él y no traer sus recuerdos a su mente, pero no pudo evitar lagrimear.

—Lena, ¿estás llorando? —preguntó Rafael, preocupado—. Te juro que no duele tanto.

Rafael secó las lágrimas de Lena y se quitó lo que ella le había colocado, sus pequeños pez*nes se habían endurecido. Él sonrió al notar como ella miraba su escultural cuerpo, parecía que ir al gimnasio había valido la pena si una chica tan hermosa como Lena podía babear por él.

—Me duele más que llores, no te pongas triste, cariño —Rafael deseaba besarla, no le importaba la quemadura.

—Mi madre se quemó el brazo cuando yo era pequeña —dijo ella sin saber por qué le contaba eso a él.

La verdad era que su padre le había arrojado una taza de té recién hecho y la madre de Lena había sufrido varias quemaduras en el hombro y parte del brazo. Eso le ganó un collar de perlas y una horrenda cicatriz. Lena odiaba recordar esas cosas de su familia.

—Me gustas —susurró Rafael, pero al mismo tiempo sonó el timbre. Por lo que Lena no llegó a escucharlo.

—¿Quién puede ser a esta hora? —Lena había estado sumergida en sus pensamientos, por lo que cuando al abrir la puerta y encontrarse con Leonardo se sorprendió.

—¿A caso me estás siguiendo? —preguntó Rafael molesto.

El joven Dinamo estaba en cuero y con una erecci*n que se marcaba en sus pantalones cuando su hermano mayor lo vio. 

Autora: Osaku

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