Una noche con él

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Capítulo veinticinco

Ya habíamos decidido cómo sería nuestra relación, ahora quedaba probar que tan viable era. Pablo hizo la cena y después de que habláramos de su último viaje a Roma fuimos a su cama, me había pedido que me quedara a dormir. Podía hacerlo hasta las cinco que era cuando terminaba mi turno del trabajo. Su dormitorio era como el de un príncipe, maldito tipo con dinero, tenía incluso esas camas con telas a los costados y techo. Nunca había visto una así en persona, y menos me había acostado en ella.

—Cielo, no quiero que te vayas nunca —dijo y me besó.

—Deja de decir eso o empezaré a creerte —amenacé mientras tocaba con mis manos frías su abdomen.

—Me gusta que nuestra temperatura sea distinta, siento que cuando te doy calor tú me quitas un poco del que vengo cargando en exceso —dijo de manera juguetona, mientras nos desnudábamos entre besos y caricias.

—¿Hoy te tocaste? —pregunté recordando lo que había dicho antes.

—Sí, pero, aun así, estoy muy excitado —dijo y temí que volviera a pasar lo mismo de la vez anterior. Aunque yo tenía muchas ganas de estar de nuevo con él como la primera vez.

—Entonces deja que empiece yo —anuncié y bajé dentro de las sábanas y comencé a besarlo.

—Eso hará que me ponga peor —él parecía incómodo.

Aun así, no había entendido lo que pretendía hacerle. Si él descargaba con mi boca, su futura erección no sería tan pronunciada. Lo había estado investigando toda la semana. Aunque me encontré con más artículos en los que hablaban de cuál era la mejor manera de hacer que un hombre tuviera una erección más grande. Comprendí que; o era más común ese problema, o avergonzaba más a los hombres la situación de Pablo y no se hablaba de eso.

Tomé su miembro y lo metí en mi boca, su cuerpo se tensó y empezó a hacer ruidos que nunca había escuchado en un hombre. ¿Él lo estaba disfrutando tanto? Sus gemidos empezaron a hacer que lo deseara y no pude evitar tocarme mientras se lo hacía. Hasta que sentí estar a punto de llegar y me detuve. Tenía que intentarlo ahora, con el calor tal vez no dolería tanto. Él me miró y al notar lo que estaba por hacer me pidió que me detuviera.

—Mejor tratemos así —dijo y nos pusimos en cucharita.

Él empezó a frotarse en mí entre pierna y poco después de que lo hiciera, llegué; él hizo lo mismo. Ni siquiera había entrado en mí, pero se sintió increíble, había deseado volver a tenerlo cerca toda la semana. Incluso me había tocado estando en la ducha.

—¿Cómo te sientes? —me preguntó y sonreí.

—Mi mente, no puedo pensar —aseguré y él se subió sobre mí—. ¿Qué haces?

—Juguemos a lo mismo —dijo y abrió mis piernas. Su lengua entró en mí y consideré por un instante que volvería a llegar, por esa sensación nueva e impresionante.

—Detente —dije con una noción que me invadía todo el cuerpo, él no me hizo caso y siguió hasta que desee cerrar las piernas, mi respiración se entrecortó.

—Cielo, ¿vas a acabar en mi boca? —preguntó como si le gustara la idea; mientras yo contraía mis muslos y arqueaba mi espalda.

—Detente —dije de nuevo y esta vez lo hizo. Me miró preocupado, ya que mi voz había salido casi como una súplica—. Quiero hacerlo.

—No sé si estés lista aún —dijo temeroso y excitado mientras limpiaba su boca.

—Por favor —supliqué y se subió sobre mí.

—Si te duele, en lo más mínimo avísame para que me detenga —me pidió y acomodó su erección en mi entrada. Ambos nos sorprendimos al notar la humedad que mi cuerpo había creado gracias a él.

Entró apenas y sentí cómo me abría, era muy tirante; y para que mentir, dolía.

—Bésame —le pedí y lo hizo igual que la primera vez. Él me deseaba como si quisiera devorarme con su boca. Lento, muy despacio, entró haciendo un gesto de placer.

—No puedes ser tan exquisita —dijo y tomó mis pechos con su boca, primero uno y luego el segundo con más fuerza—. Dime cuando puedo empezar a moverme porque creo que me correré de solo sentir cómo tú me presionas con fuerza.

—Lo siento, no fue a propósito —dije dándome cuenta de que lo venía haciendo desde que entró.

—Me encanta —sonrió y me besó mientras sujetaba mis caderas y me acercaba a él—. Muévete, cielo. Muévete, déjame entrar y salir.

Nunca dejaría que me diera órdenes, pero en este momento deseaba hacer exactamente lo que me pedía. La manera en la que actuaba, tan controlado y a la vez desesperado por más, me hacía pensar que él también lo estaba disfrutando con tanta intensidad.

—Voy a llegar —anunció y traté de acercar mi pelvis mientras se movía para hacerlo con él, pero no pude porque antes de intentarlo sentí cómo se corría, sus gestos me anunciaron que él había llegado compulsivamente. Me preparé para que abandonara mi interior, un poco molesta y muy caliente, pero él me detuvo—. Bésame, que quiero ver cómo te corres.

Él se introdujo en mí con más fuerza, una que no había notado hasta ahora. Al mirarlo, noté que hasta el momento solo había entrado la punta y recién se abría paso en mi interior. ¿De qué se trataba esto? Él se había corrido y el tamaño no había cambiado. Por un momento cerré los ojos al sentirlo tan profundamente en mí y al presionar nuevamente sobre el centro de mi ser, me dejé ir con una desesperación y urgencia que jamás pensé que sentiría.

—Mierda —dije y noté como me quemaban los pulmones, necesitaba tomar aire.

—¿Estás bien? —preguntó y agarré su rostro con mis manos y lo besé.

—Quiero repetir —dije y así fue que después de un breve descanso volvimos a hacerlo.

Imaginé que se molestaría conmigo al desear que no se detuviera, pero él pareció satisfecho. Cada vez que lo busqué esa noche él me aceptó. Era la primera vez que estaba con un hombre que no deseaba llegar siempre que lo hacíamos.

—Lo importante es disfrutar —me dijo, cuando los dos terminamos agitados sobre su cama sin haber llegado. Parecía que habíamos corrido una maratón en el desierto. Tener relaciones sin siquiera desear terminar, eso era tan nuevo como extraño. Era como si mi deseo de él se retroalimentara en cada una de esas embestidas—. ¿A qué hora volverás? Dijiste que te ibas a las cinco, faltan cinco minutos.

—Mierda, debo ducharme —dije, me puse de pie completamente desnuda y entré en el baño.

—¿Por qué te preocupa tanto lo que piense Lena? —me preguntó Pablo, quien me observaba cuando me duchaba.

—Ella solo quiere cuidarme y si le digo que te veo se preocupará por mí. Demasiado ha tenido que sufrir con lo de su lesión —dije tratando de no mojar mi cabello. Volvería a ducharme en casa, pero no podía llegar con olor a sexo.

—¿Lena te es completamente sincera? —me preguntó cruzado de brazos.

—¿A qué te refieres? —pregunté y salí para secarme, él me pasó una toalla.

—Es que ella aún no te dijo quien fue que entró a su departamento la vez pasada, ¿o sí? —miré a Pablo, ¿Qué me quería decir? —. No debes confiar tanto en las personas, tendrías que dudar un poco. Quien entró a su casa fue un tal Caín, ella le debía dinero al parecer. Por lo menos es lo que se dice. Podría averiguar más, pero no quise hacerlo porque no me pareció que correspondiera.

—Ella me lo contará cuando crea que debe hacerlo —le dije a Pablo molesta por querer hacer que desconfiara de mi amiga. 

Autora: Osaku

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