Un buen esposo

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Capítulo ciento veintisiete

Pablo cargó a Melanie hasta llegar al subsuelo, donde se encontraba el spa y la piscina. Era la tarde y no había nadie en el hotel. Además, él le había indicado a Abel que pidiera que nadie se acercara a ese sector mientras él y Melanie estuvieran ahí. Por lo que estaba seguro, tendrían un buen rato para estar juntos tranquilos.

Al entrar bajó a Melanie y ella miró el espacio que ocupaba la piscina cubierta. Pablo había hecho colocar velas por todas partes y pétalos de flores en el agua, los cuales flotaban, dejando un rojo furioso maravilloso en el tono de la piscina.

—¿Esto es? —preguntó Melanie.

—Nuestra primera vez debe ser memorable —aseguró Pablo y la besó.

Ella se sintió muy feliz, estar con un hombre tan atento, meticuloso y cariñoso como Pablo era algo que muchas mujeres deseaban. Y ella lo tenía solo para sí.

—Bésame —dijo Melanie después de que él la mirara acercarse a las escaleras.

Pablo había entendido por donde quería su esposa que comenzara a besarla. Por lo que fue hasta ella y se sumergió en el agua, al salir obligó a su cabello a quedar lejos de su rostro, mientras él aprovechaba a probar a su dulce esposa.

—Te dije que deseaba desayunarte a diario, ahora por fin mi deseo se cumple —dijo él y corrió el pequeño bañador rojo para introducir su lengua.

—Pablo —gim*ó Melanie sin poder evitarlo. Él había empezado con más energía de la que ella esperaba.

—¿Te gusta? —preguntó él sonriendo.

—Sí, mucho —ella lo sorprendió gratamente. Había apartado su bañador de sus pequeños y encantadores pech*s y se estaba tocando, presionando sus pez*nes al ritmo de la lengua de su esposo.

—No sabes lo que me cuesta, no comerte en este mismo instante —aseguró él después de apartarse de su zona más sensible tras hacer que Melanie se estremeciera de pacer.

—Hagámoslo —exigió ella después de recuperar el aliento.

—No, aún quiero ver si soy capaz de darte placer como aquella vez —dijo él y la atrajo hacia sí—. Quiero que tus labios me reconozcan. ¿Podrán?

Melanie se metió a la piscina y lo besó. Él la arrinconó contra su erecci*on y siguió besándola hasta que ya no pudo soportarlo más y la elevó en el aire para besar uno de sus pech*s.

—Pablo —ella volvió a decir su nombre como si suplicara piedad y él se dio cuenta de que estaba cerca.

—Dámelo, nena, dámelo una vez más —suplicó él besando su otro pech* y mordisqueándole la punta hasta sentir cómo las piernas de Melanie volvían a temblar—. Quiero ser el único capaz de hacerte esto.

—Lo eres —aseguró ella aferrada a él para no hundirse en el agua.

—Ahora sí —pidió ella.

—Por supuesto, todo lo que desees —dijo él bajándose el bañador, y abriendo sus piernas para poseerla de la misma manera en la que lo había hecho esa primera vez—. Te amo, nena. Te deseo. Y te necesito más que al aire que respiro.

Melanie sintió cómo Pablo comenzaba a entrar en ella y su cuerpo se tensó.

—Más —suplicó Melanie al sentir cómo él presionaba en su carne.

La respiración de ambos estaba acelerada, Melanie no dejaba de pedir que continuara. Y aunque Pablo trataba de no ser tan rudo, ya que sabía que ella estaba embarazada, era difícil no obedecer al pedido de su mujer.

Los pétalos de flores en el agua se sacudían al ritmo en el que él entraba y salía del interior de su esposa. Con la misma fuerza y energía se agitaba el agua.

—Te amo —dijo Melanie sintiendo cómo el orgasm* se acercaba.

—¿Me deseas? —le preguntó él.

—Si —espetó ella con dificultad.

—Dilo, quiero escucharlo.

—Te deseo, Pablo Pirca. Nunca desee nada como a ti —exclamó Melanie mientras se aferraba a él.

—¿Me necesitas? —Pablo estaba por enloquecer, requería hablar para no llegar antes de tiempo.

—Más que a mi vida —dijo ella y mordió el hombro de Pablo para que sus gritos no fueran demasiado invasivos en ese ambiente tan sereno.

—Entonces, pídemelo, pídeme que me derrame en tu interior —dijo él más tenso que antes y con una mirada depredadora.

—Acaba dentro de mí —pidió ella avergonzada y sintió cómo Pablo endurecía el gesto y se corría en su sex* gimiendo como nunca antes. Diciendo el nombre de su amada esposa en cada una de sus embestidas llenas de placer.

Después de que ambos se recuperaran, nadaron juntos un rato, jugando en el agua, haciéndose cosas el uno al otro, hasta que ambos volvieron a sentir deseos por el otro.

—¿Quieres que vayamos al cuarto? —preguntó Pablo al darse cuenta de que Melanie estaba cansada.

—Quiero que no te detengas, no puedo esperar a llegar al cuarto —dijo ella sedienta de más.

Un par de horas después, Melanie se durmió en el agua mientras era abrazada por Pablo. Habían repetido el ritual varias veces, acariciarse, besarse, y hacerlo. Sin embargo, Pablo se había dado cuenta de que su pequeña era insaciable. Había resistido más que las veces anteriores. Y si queria poder con ella durante su luna de miel tendría que buscar hacer otra cosa. Lo había dejado sin fuerzas. Al punto de que al salir del agua con ella en brazos sintió el agotamiento de sus músculos.

A la mañana siguiente Pablo tenía que levantarse temprano para trabajar, pero no había comido nada desde que llegaron. Por lo que le pidió a Abel que solicitara que le enviaran el desayuno a la habitación y mientras Melanie dormía, él y Abel se ocuparon de algunos asuntos impostergables.

—Caín la llevó a su casa. Su personal la está buscando y aún no sabe que él la tiene. ¿Quiere que hagamos algo? —preguntó Abel.

—No confío en Caín. Ella era capaz de convencerlo en el pasado. Es posible que él vuelva a ayudarla. Mantenlos vigilados —dijo Pablo y sintió que su dolor de cabeza regresaba.

—Necesita descansar. Apenas durmió en el avión —dijo Abel, preocupado.

—Necesito ser un buen esposo. Melanie se merece lo mejor —indicó Pablo y se colocó sus lentes de descanso para ver los documentos que tenía que firmar.

—Pablo, ¿estás aquí? —preguntó Melanie que salía del cuarto luciendo unas pequeñas bragas blancas y un brasier trasparente.

—Nena, estoy con Abel —indicó Pablo y miró a su amigo y empleado. Él había volteado el rostro para no incomodar a Pablo. Aunque Melanie le pareciera linda, no le gustaban las mujeres, aun así, lograba entender a Pablo. Cualquiera se pondría así al ver a su mujer entrar con esas prendas.

—¿He? —Melanie estaba somnolienta y no le prestó atención.

Abrazó a Pablo y lo besó en los labios.

—Amor, ¿tienes hambre? —preguntó Pablo colocándole su bata.

—Sí, quiero comerte a ti —dijo Melanie sonriendo y Abel tosió.

—Abel, no te vi —dijo ella un poco más despierta que antes.

—No se preocupe, señora Pirca. Ya me estoy yendo —dijo el hombre.

—Abel —Melanie tomó la taza de café de Pablo—. Si vuelves a decirme, señora Pirca, te mojaré con el café. Para ti soy Melanie o Mel.

—Lo siento —dijo sonriendo y tomando los documentos.

—Cuando termine con él te lo devuelvo —le dijo Melanie a Abel, tomando a su esposo de la mano y llevándolo al cuarto.

—Suerte —dijo Abel y se marchó. 

Autora: Osaku

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