En la oficina

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Capítulo ciento treinta y dos

—No sé si sea bueno dejar a cargo a mi prima de todo esto —dijo Melanie a Pablo después de que le mostrara la lista que Alondra le había enviado.

—¿De qué hablas? Dijiste que necesitaba el dinero y que no te lo pediría si no le dabas trabajo —le recordó Pablo.

—Lo sé, pero me siento mal. De la nada me aparece no una, sino dos herencias. Ella perdió todo en lo que creía. Pareciera que disfruto mostrándole todo lo que tengo.

—Sabes que no es así, ni siquiera querías tomar tu lugar como Pirca hasta que supiste que la familia de tu tía la está pasando mal. Ahora que los Dinamo dejaron de enviarles dinero a través de su padre. Y que encima despidieron a Alondra y a Milton de los trabajos que tenían en las empresas secundarias de esta familia —le indicó Pablo.

—Tal vez debería decírselo —dudó Melanie.

—Amor, lo harás cuando consideres que sea necesario. Ahora ella debe hacer su propio proceso. La conoces, confía en que podrá superarlo, al igual que lo hiciste tú cuando te enteraste de que tus padres no te habían dado la vida —dijo Pablo besando el abdomen de su esposa.

—Lamento traer problemas a la cama, sé que dijimos que aquí solo seriamos tú y yo.

—Tú eres mi vida, así que, si algo te angustia, también me hace mal a mí —le recordó Pablo para luego besarla—. Así que si puedo ayudarte de alguna manera seré feliz.

—Gracias, necesitaba de tus palabras —dijo Melanie y se subió sobre su esposo.

—Nena, sabes que me encantas, pero ¿estás segura de querer hacerlo otra vez? —preguntó Pablo preocupado por ella. Ese día lo habían hecho antes de desayunar, a la hora del almuerzo y antes de que ella se fuera a encontrar con Leonardo y Rafael.

—¿No te gusto porque estoy embarazada? —preguntó Melanie haciendo una expresión de angustia que hizo que Pablo sonriera.

—Me encanta que estés embarazada. Sabes que, si es por mí, quiero que lleves una parte mía todo el tiempo. Solo no quiero fatigarte o lastimarte —dijo Pablo besando sus pequeños pech*s, los cuales se habían empezado a hinchar en estos días.

—Es mentira, ya te he aburrido —dijo ella y se bajó.

—Nena, tócame —le pidió Pablo y tomó su mano para que sintiera su enorme miembr* palpitante—. Tú me provocas todo el tiempo. Así que ven aquí.

Al otro día Melanie se despertó con dolor de espalda. Recordó que no podía decirle nada a su esposo, ya que este solo había hecho lo que ella le pidió incansablemente. Sin embargo, al incorporarse en la cama se sorprendió de ver globos en forma de corazón flotando a su alrededor.

—¿Y esto? —preguntó ella sorprendida.

—Hoy cumplimos seis meses desde que nos conocemos —dijo Pablo sonriendo mientras le traía el desayuno a la cama.

—¿Celebraremos los meses? —preguntó ella preocupada. No había hecho nada especial para él.

—Yo celebraré cada minuto que pases a mi lado —dijo Pablo y la besó en los labios—. Debo ir a trabajar, pero descansa un poco más. Abel te pasará a buscar para que vayas a la universidad.

—Eres el mejor. Gracias por dejar que sea él quien me acompañe. —Melanie le había pedido a Pablo que dejara que Abel volviera a ser quien la acompañara a la universidad. Pablo lo había castigado con mucho trabajo de escritorio.

—Haré lo que sea por ti —le aseguró su esposo.

—Podrías quedarte unos minutos más —dijo ella de manera sensual.

—Nena, temo haber sido demasiado rudo anoche. Si no te molesta, prefiero que descanses. Me preocupa hacerle mal al bebé —dijo Pablo y Melanie se enojó. Por lo que Pablo se desabrochó el saco y se desajustó la corbata—. Lo haremos, pero despacio. ¿Entendido?

—Si —dijo ella con una voz tierna. Él no pudo evitar sonreír. Amaba todas las locuras que esa mujer le hacía hacer.

Mientras tanto, esa misma mañana, Alondra había llegado a las oficinas de los Dinamo. Estaba en un enorme edificio del centro de la ciudad. Por lo que no le sorprendió que le pidieran una identificación antes de dejarla entrar. Pero cuando escanearon sus cosas y le sacaron una foto para su pase de visitante, los miró con irritabilidad. ¿Cuánta seguridad necesitaban en ese sitio?

—Señorita Albear, puede pasar —dijo la secretaria y le mostró los ascensores.

—Gracias —dijo Alondra y se dirigió firme hasta el pasillo.

Media un metro cincuenta y ocho, pero solía usar tacones para parecer algo más alta. Aunque en estos lugares donde todas las mujeres los utilizaban, se sentía pequeña.

Después de bajar del ascensor se encontró con un ambiente moderno y costoso, todas las mujeres ahí vestían elegante. Al parecer, el color tierra estaba o de moda o de oferta porque todas ellas llevaban esos tonos. Su vestido gris entallado no parecía encajar en ese sitio, de todas maneras, no le importó. Ella iba por Melanie y a trabajar, no a lucir como una modelo.

La recepcionista del piso la atendió amablemente y le mostró la oficina a la que debía dirigirse.

—Nuestro director la atenderá enseguida —le indicó y Alondra se lo agradeció. Sin embargo, cuando entró y se encontró en la oficina con un Rafael de traje negro y camisa del mismo color, se quedó muda.

—Alondra, bienvenida. Mi secretaria hizo preparar tu escritorio. Espero puedas contar con todo lo necesario para hacer tu trabajo —dijo él sin siquiera mirarla. Aunque había tratado de ser amable.

—Disculpa, ¿trabajaré aquí? —preguntó ella aún parada en la puerta. El escritorio agregado estaba frente al de Rafael.

—¿Algún problema? —preguntó, ahora si dignándose a mirarla.

Algo que Alondra no notó fue la sensación de agitación que él sintió al verla con ese bello vestido que tenía un laso en la cintura, no solo se veía profesional sino muy sensual. ¿Por qué esa mujercita tenía que ser tan atractiva?, pensó Rafael sintiendo incomodad en la entrepierna.

—No quiero molestarte, seguramente tienes muchas cosas que hacer en la oficina —dijo ella algo intimidada al ver que el hombre se le acercaba. Un tipo como él, tan atractivamente irresistible, la hacía ponerse irritable. No deseaba verlo a la cara.

—Escucha —dijo él acercándose a ella y mirando para abajo. No sabía la razón, pero algo lo impulsó a acercarse a la pequeña y preciosa mujer que tenía en frente.

Autora: Osaku

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