Capítulo 54

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¡Hola! Aquí tenéis el capítulo de hoy. Espero que os guste. Besos.




Katniss


El silencio de la sala de vigilantes no es tenso; no se parece en nada al que encontré hace veinte minutos, cuando llegué, cuando el plan iba sobre ruedas. Cuando Franz aún vivía. El silencio de ahora es un silencio fúnebre, con cierto aire de sorpresa y con inconfundible sabor a derrota.

Gale ha abandonado la habitación tras asesinar a Coin. Lo ha hecho mirándome, pero conteniéndose para no buscar respuestas y opiniones. Ahora el cadáver de Coin está situado fuera de la sala, pero su presencia, su voz y su mirada enloquecida de rabia han marcado el ambiente de la sala.

—    Katniss —la voz de Peeta detrás de mí hace que aparte la vista de la pantalla por primera vez desde que Franz cayera al vacío—. Tienes que ir; Amélie y Ares te están esperando en la sala de lanzamiento.

—    Pero, pero...

—    No hay tiempo que perder —dice Haymitch, acercándose a nosotros—. Los del Capitolio no tardarán en preguntarse qué ha pasado. Y, cuando lo hagan, enseguida buscarán respuestas. Cuanto antes salga Amélie para detenerlos, mejor. Así que, vamos, preciosa: si no mueves el culo, todo esto no habrá servido de nada.

Respiro hondo.

—    ¿Quieres que te acompañe en deslizador hasta allí? —me pregunta Peeta, con cariño.

Niego con la cabeza automáticamente.

—    Esto es algo que tengo que hacer sola. Yo lo empecé, y yo le pondré fin. D

Después de que Reak, en silencio, me dé las señas que tengo que entregar al conductor del aerodeslizador que hemos preparado, abandono la sala en silencio, el mismo silencio que envuelve todo el distrito.

Al salir, evito mirar al cadáver de Coin, tapado con una fina sábana. Estoy a punto de emerger al aire libre cuando un sombrío Gale se me cruza en el camino:

—    Katniss. Tenemos que hablar; yo...

—    Gale, no es el momento.

—    Solo quería decirte que tú y yo, nosotros...

Me detengo, enfadada.

—    Voy de camino a pactar con la única persona que puede salvarnos el culo y  a ti te preocupa más nuestra relación. ¿En serio, Gale?

Él suspira con fuerza.

—    Está bien, ve, pero...

—    Prioridades, Gale. Prioridades.

Ya me estoy alejando cuando le digo eso último. Niego con la cabeza mientras me acerco al aerodeslizador y le doy las señas al conductor. El viaje es extremadamente corto, no más de cinco minutos.

No había visto antes la sala de lanzamiento. Está, literalmente, en el medio de la nada, y parece provisional, como una base de campamento construida sin prisas y sin acierto. He de bajar decenas de escaleras y un montón de túneles hasta llegar a la sala desde donde se lanza a los tributos a la arena. He de inspeccionar una a una, pues no sé exactamente en qué tubos se metieron Ares y Amélie.

Al primero que encuentro es al chico, encerrado en su tubo, pero calmado. Con el rostro preocupado, pero sereno. Sin tener ni idea de que Franz, el amor de su vida, no lo ha conseguido. Cuando mi mirada se encuentra con la de Ares Portici por primera vez, tengo la certeza de que no seré yo (porque me veo total y absolutamente incapaz) quien le diga que Franz ha muerto.

No sonríe cuando me ve, simplemente la urgencia aumenta en su mirada negra. Se pone en pie, y cuando acciono que la puerta del tubo se abra, sale tranquilo, pero decidido. Suspira.

—    ¿Y bien? —pregunta.

—    Salvo algunos inconvenientes, todo ha salido según lo previsto —miento, con una frialdad que consigue sorprenderme. Cierro los ojos. Cuanto antes lo hagamos, antes podré olvidar toda esta situación de pesadilla—. Vamos a por Amélie.

Ares obedece sin oponerse. La encontramos sorprendentemente rápido.

Cuando veo a Amélie Snow por primera vez en persona, se me rompe el corazón. Todavía sigue temblando, sacudiéndose por su llanto, manchada, empapada, sucia y rota. Y, aun así, sigue siendo una criatura bella. Demasiado bella, demasiado inocente y demasiado pequeña para este mundo, que se me antoja demasiado cruel. Su llanto, esa desesperación aplicada a un ser tan magnífico es una de las mayores injusticias que han contemplado mis ojos.

Ni siquiera se percata de nuestra presencia cuando nos situamos frente a su tubo. Solo cuando Ares la llama por su nombre se gira y su llanto se multiplica. Se pone en pie y sortea la mirada entre Ares y yo, nerviosa, como un gato enjaulado. Efectivamente, cuando accionamos el mecanismo para que se abra la puerta de su tubo, Amélie no sale caminando, débil, sino que salta de él, como si quemara.

Y ella, como un tigre hambriento y enfurecido, se abalanza con la cólera y la fuerza de un animal contra mí. Solo contra mí.

Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora