Katniss
— ¿Y qué pasa si Amélie llama al Capitolio a la guerra? —pregunta Haymitch, malhumorado.
— No lo hará —responde Peeta.
— No te estoy preguntando a ti, rubiales. Le pregunto a ella.
Me mantengo en silencio. Haymitch, Peeta y yo estamos reunidos en una de las salas de operaciones del trece.
— ¿Sabéis qué? —bufa Haymitch— A veces pienso que lo más sensato sería matar a la chica y huir todo lo rápido que pudiéramos.
— No vamos a matar a nadie más —replico, seca.
— Yo solo digo que es un suicidio por nuestra parte dejarle un estrado, una tele, y hala, ¡que diga lo que quiera!
— Siempre podríamos apresarla si dice algo que va en nuestra contra...—opina Peeta.
— No vamos a hacer nada de eso —sentencio, sorteando mi mirada llena de enfado entre los dos—. Mañana dejaremos que Amélie diga lo que quiera. Tiene derecho.
— ¿Y qué pasa si nos declara la guerra? Volvemos a la misma pregunta, preciosa. ¿Qué pasa si estamos jodidos?
— Si estamos jodidos, nos jodemos. Las cartas ya están echadas, Haymitch. Lo están desde hace mucho. Ya hemos llevado a cabo nuestra estrategia, y no hay nada más en nuestra mano que podamos hacer. Si Amélie mañana decide instaurar un estado de guerra, lucharemos. Como hemos hecho siempre, solo que esta vez deberemos tener en cuenta que tenemos las de perder. Tendremos suerte si aguantamos más de dos semanas. Ellos son más, y están más enfadados que nunca.
— Si realmente mañana empieza la guerra, tendríamos una gran ventaja: su líder estaría en nuestro poder —dice Peeta.
— Daría igual —replico—: un líder es un líder, esté vivo o muerto. Su estado da igual cuando la guerra empieza. De hecho, en caso de que Amélie muriera, eso solo alimentaría aún más su enfado. Enseguida saldría otro líder que guiarlos hasta aquí. La vida de un líder solo importa cuando este ya se ha consagrado como único y absoluto volante de la revolución, cuando su ausencia supondría el no saber qué hacer ni adónde ir.
»No le deis más vueltas. Dependemos, para bien o para mal, de Amélie Snow.
Haymitch abandona la habitación sin decir nada más.
Yo suspiro. Peeta se acerca a mí, precavido, sin tocarme. Se sitúa a mi lado.
— ¿Puedo preguntarte algo? —asiento con la cabeza, sin mirarlo— Tú has hablado con ella. La has tenido cara a cara, desprovista de cualquier coraza que podría haber tenido en una situación normal, en una reunión cotidiana. Has visto a Amélie Snow en sus momentos más vulnerables. La has visto sin estrategias, sin formalidades. La has visto tal y como es. Contando con ello...¿qué crees que va a pasar mañana?
Miro a Peeta, con cariño. Esbozo una pequeña sonrisa cansada.
— Yo confío en ella. Pero ya he confiado en la persona errónea alguna vez.
Peeta me abraza. En mi cabeza se mezclan las imágenes de Gale con las de Prim y siento ganas de llorar, pero sé contenerlas. Le pido a Peeta que me deje unos instantes sola.
Cuando se va, me fijo en la habitación. Ya he estado en ella más de una y de dos veces. Es la sala desde la que decidíamos qué pasaba en la guerra, en la que estuvimos de acuerdo en crear unos últimos juegos del hambre. En la que, hace meses, Coin mostró con orgullo la fotografía de una Amélie con una sonrisa llena de alegría y de ganas de vivir. Una sonrisa que, desde luego, nunca volverá a ser tan intensa y luminosa.
Conecto el ordenador principal de la sala. En los anuncios de última hora se menciona que todos los tributos restantes ya están a salvo aquí, en el 13. También se anuncia el lugar y la hora del comunicado de mañana de Amélie.
Navego por el resto de archivos del ordenador hasta que doy con la carpeta que busco, titulada «Tributos definitivos de los últimos juegos del hambre». Me obligo a contemplar cada una de las fotografías. El alivio cuando encuentro la foto de alguno de los chicos que hemos salvado desaparece rápidamente y es sustituido por un bofetón invisible cuando aparece la de alguno de los que ha muerto. Me detengo en la fotografía de Dani, la chica de pelo violeta que se hizo tan amiga de Amélie. Su sonrisa suave, su mirada aún infantil. Su evidente belleza, a punto de florecer.
La situación no mejora cuando la pantalla me muestra la imagen de Franz a continuación. Su semblante serio, su mirada eléctrica. Es comprensible que cualquiera sintiera pena por alguien como Dani, en cuya imagen la inocencia, la juventud y la dulzura estaban tan a la vista. En cambio, para el que no lo conociera, es más difícil sentir lástima por Franz. Ese gesto indica pasotismo, que le da igual vivir o morir. Sin embargo, pienso en todos los esfuerzos que hizo por Amélie, la mejor amiga del chico a quien quería con locura, Ares. Recuerdo su risa, siempre escondida, siempre tímida. Recuerdo su bondad, existente en grandes proporciones tras esa imagen de chico duro. Recuerdo su sacrificio, y cómo vi en su mirada que, cuando se subió en aquel puente con Amélie, él ya sabía que solo uno de ellos lo conseguiría. Recuerdo casi el instante en el que decidió que sería Amélie la que se salvaría. Recuerdo su valentía ante la muerte por no asustar a Amélie. Recuerdo a Franz. Lo recuerdo y, al centrarme en sus ojos verdes, tengo la certeza de que la culpabilidad por su muerte me perseguirá siempre.
La última foto es la de Amélie. La alegría que viste su sonrisa, ajena a todo lo que le esperaba, vuelve a golpearme con tanta fuerza como la última vez. Sonríe con inocencia, pero a la vez con la consciencia de que es una chica guapa. Sonríe con dulzura. Con ganas. Se nota que le gusta que le hagan fotos. Sonríe sabiendo que va a ser una sonrisa deslumbrante, casi tanto como su cabello rubio. Sonríe tranquila. Sonríe feliz.
Centro la mirada en la foto.
— Hazlo bien, Amélie. Hazlo bien.
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Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?
FanfictionCon la guerra ganada y el Presidente Snow muerto, todo el poder de Panem recae directamente sobre la rebeldía encabezada por el Distrito 13, que, a modo de venganza final, decidirá organizar unos últimos juegos del hambre en el que participarán los...