Capítulo 17.

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Amélie.

El agente de seguridad, un chico no mucho más mayor que yo y enfundado en un conjunto gris, me conduce sin mirarme por un laberinto de pasillos que hacen que me maree. Tras merodear durante tres minutos por un suelo totalmente igual, nos detenemos frente a una puerta, también gris, en la que se lee “Sala de interrogatorios”. Mi acompañante, cuyo rostro me recuerda al de un búho, se asoma e informa de que estoy lista. Una voz desde dentro le indica que puedo pasar.

Y eso hago. Se trata de una sala rectangular, neutra, con el suelo negro y las paredes desnudas y el suelo polvoriento grises. Huele a viejo, y a lugar cerrado. La habitación está presidida por un único escritorio de madera, en cuyo extremo se alza una imperante montaña de carpetas grises. Sobre la mesa hay solo una: la mía. Detrás del escritorio de madera barnizada hay dos sillas, ocupadas por Gale Hawtrhone y Emily Burdock. Los reconozco enseguida: el abuelo no paraba de hablar sobre los problemas que le estaba dando el no poder aniquilar a Hawtrhone de una vez por todas, y sobre que había que evitar que la astuta Burdock ganara los juegos. Al otro lado de la mesa, hay un pequeño taburete, encogido y enjuto,  que parece estar a punto de romperse. Emily Burdock me insta con una mirada esmeralda a que tome asiento. Así lo hago, intentando no temblar y esperando que el rastro de lágrimas haya desaparecido completamente.

—Qué vestido más bonito —observa Emily Burdock, abriendo los labios en una sonrisa canina. Su aspecto ha mejorado considerablemente desde los juegos. Su pelo está recogido en un moño casi deshecho que deja al aire su cuello de cisne, y su rostro está limpio de suciedad y cicatrices, solo moteado por unas cuantas pecas agrupadas en su corta nariz. Su rostro sigue siendo redondo, casi inspirando una dulzura que se rompe cada vez que abre la boca para hablar.

Sé que se está riendo de mí. Mi vestido está hecho jirones, manchado de sangre y tierra. Sin embargo, mantengo la cabeza alta, sin romper el contacto visual con ella, que sigue sonriendo.

—Realmente bonito, sí —concede Gale Hawthorne—. ¿Te lo ha regalado abuelito?

Emily Burdock teje una carcajada amarga, que Gale corresponde con una sonrisa cómplice de medio lado. Las ganas de llorar no tardan en venir, aprieto los ojos para alejarlas.

— ¿Es que no vas a decir nada? —pregunta Emily, desafiante.

—Iba a responder que lo que cuesta este vestido es cinco veces todo el dinero que hayan visto vuestros ojos, pobres y sucios, durante toda su repugnante vida —las palabras se me resbalan de los labios, y no puedo hacer nada por detenerlas—, pero me pareció un poco desconsiderado por mi parte alardear de mis carísimas pertenencias delante de gente del distrito doce, nada más y nada menos.

Al principio Emily se queda un poco descolocada, pero solo es un instante. Intercambia una sonrisa sarcástica con Gale.

—No estás en la posición de mostrar esa actitud —me dice Gale, con gesto serio, aunque aún con el fantasma de su sonrisa. Disfruta con esto. Le divierte.

Emily Burdock me observa con media sonrisa en los labios y la mirada entornada, como el que contempla a una bomba a punto de explotar.

— ¿Sabes qué, Gale? —dice inesperadamente— Podríamos hacer el paripé, y entrevistarla, ya sabes, pero creo que lo único que haríamos sería perder el tiempo. Creo que ese infortunado comentario ha definido nuestra decisión, y ya no necesitamos hacer ninguna entrevista.

Gale al principio luce confuso, pero, ante un alzamiento de cejas de Emily, asiente con la cabeza, portando una sonrisa triunfal.

—Tienes razón, Emily —se dirige entonces hacia mí, ensanchando su sonrisa—. Entonces, creo que hemos terminado, Amélie Snow. Te corresponde esto —me entrega una bolsa de plástico. Dentro hay una sudadera y unos pantalones como los que viste Franz.

El corazón aporrea contra mi pecho con violencia, y solo me apetece dormir y llorar. Sin embargo, decido que el mal ya está hecho, y no puedo derrumbarme ahora.

—No quiero nada de vosotros —siseo, sonriendo—. Prefiero quedarme con mi vestido.

Emily y Gale ríen al unísono.

—Como quieras —sonríe Emily—. Ya puedes volver. Nos veremos pronto, Amélie.

***

El portazo con el que se cierra la puerta de nuestra celda ahoga mi primer sollozo. Rompo a llorar amargamente, sin miedo, sin reprimir cada berrido, cada lágrima. Franz me observa impasible, y solo habla cuando han pasado unos cuantos minutos.

— ¿Tan mal ha ido?

Le miro, aún llorosa. Mi llanto no parece afectarle en absoluto.

—Ni siquiera me han hecho la entrevista —replico finalmente—. He hecho un comentario chulesco, y han tomado una decisión respecto a él. Sea lo que sea lo que vayan a hacernos, yo encabezo la lista.

Franz niega con la cabeza, y desvía la mirada de mí unos cuantos instantes. Sigo llorando a moco tendido.

— ¿De verdad te lo has tragado? —pregunta

— ¿A qué te refieres?

—No te han cogido por haberte mostrado fuerte, ni tampoco por haberte metido con ellos. Apostaría a que incluso antes del baile ya habías sido escogida. Eres nieta de Snow.

—Pero ellos mismos me han dicho que me han cogido por el comentario…—protesto.

—Ya, bueno,  eso lo han dicho porque es evidente que no les ha gustado tu comentario, y querían hacértelo pagar de alguna forma. Te han dicho eso para que te condenes a ti misma y te arrepientas. No les des esa satisfacción.

No dice nada más, y yo me pongo a pensar en ese gesto cómplice de Emily a Gale, como si le pidiera que le siguiera el rollo. Quizás Franz lleve razón. Quizás. En cualquier caso, la condena sigue siendo la misma. La oscuridad de la celda hace que caiga dormida. El vuelo del vestido amortigua la dureza del suelo. 

Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora