Capítulo 37.

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¡Hola a todos!

No sé qué le pasa a la web que no me ha dejado responder casi ningún comentario del capi anterior. Intentaré hacerlo mañana, junto a los comentarios que escribáis en este capítulo, el que espero que os guste mucho. 

Besos y gracias por leer y comentar!

Amélie.

Siento el gélido mordisco del agua hasta en el último centímetro de mi piel. Cuando me sumerjo hasta los huesos en ella, el mundo parece apagarse. Se va a dormir. Y, aunque esté oscuro y no pueda respirar, me siento tranquila y libre. Incluso por un par de idílicos segundos me gusta pensar que estoy sumergida en la piscina de agua salada que había en casa de mi abuelo. Mis primos están conmigo y jugamos. Jugamos, y yo intento retardar el emerger tanto como puedo… 

Pero el mundo no se detiene para nadie. Cuando emerjo siento como si alguien le hubiera dado al ‘play’ de una película de terror de esas que le gustan a Ares. Cuando salgo a flote es…estar como en la guerra. La tormenta arrecia con fuerza titánica, y el ímpetu del oleaje de la laguna no es menor. Dándole una mirada rápida al lago que me rodea, descubro que está llena de grandes rocas puntiagudas, y, que si no salgo pronto, una ola puede conducirme sin problemas hasta una de ellas. 

Siento la cabeza embotada por el salto, y me  duele el estómago. Apenas consigo reunir fuerzas para nadar. Es entonces cuando recuerdo a Franz. Empiezo a gritar su nombre, pero no tardo en darme cuenta que es inútil; el sonido de la lluvia y del oleaje están a un volumen al que los graznidos de mi voz rota no pueden hacerle frente. 

Desechando la idea de reunirnos llamándonos a viva voz, opto por buscarlo entre las olas y rocas que me rodean. El esfuerzo no es poco: tengo que mover las piernas constantemente para no hundirme, y nadar poco a poco buscando a Franz. Sin embargo, solo veo agua de color azul oscuro. Mirando alrededor, me doy cuenta de que no estoy demasiado lejos de la orilla y del bosque que se extiende tras ella, unas cuantas brazadas y habré sobrevivido al baño de sangre…Pero no puedo irme sin Franz. He de buscarlo, al menos. 

Pero toda búsqueda es inútil. Veo alguna que otra figura nadando, pero es imposible saber si alguna de ellas es Franz. Las rocas me tapan la visión, y también la lluvia. Justo cuando estoy pensando en abandonar, y, al comprobar que el agua es dulce, se me ocurre una última posibilidad. La llevo a cabo sin apenas pensarla. 

Me sumerjo en el agua de nuevo; debajo de esta la visibilidad es más clara. Casi emerjo de la sorpresa cuando veo que las rocas se mueven. Veo su base clavada al suelo de la laguna, que se mueve lentamente. Tanto, que he de esquivar a una de ellas, permitiéndole el paso. Bajo el agua también me doy cuenta de que el sonido del oleaje y de la tormenta es un tímido murmullo casi inaudible. Sin embargo, no es ese murmullo lo único que se oye…sino un canto. Como una canción. Dulce, melódica y atractiva. Como si el interior del lago tuviera su propia música ambiental. Buceo, buscando a Franz cuando me topo con la base del tronco de la Cornucopia. Es enorme y firme. Me acerco más a ella hasta descubrir que hay cosas grabadas en ella. Al estar justo frente a ella, leo letras griegas grabadas en la base. Una ni al lado de una omega y por encima de ellas una fi…

Veo algo que interrumpe mi examen de la base y que, de no haber estado bajo el agua, me habría hecho gritar. Veo cómo un par de cuerpos se sumergen también, cerca de mí. Uno de ellos es una sirena, y el otro deja tras de sí una finísima línea de sangre que no tarda en diluirse en el agua. 

Tardo unos cuantos segundos en reaccionar y en maldecir por haber dejado mi cuchillo en la mochila de Franz. Antes de notar mi presencia, la sirena lanza a su víctima, que ya está muerto, hasta el fondo del agua, donde, compruebo, no sin sorpresa y terror que ya hay otros dos chicos. Las ganas de gritar y no poder hacerlo son insoportables. Es ese momento en el que la sirena repara en mi presencia. Es preciosa. Fascinante, como de cuentos. Tiene una larga melena de un suavísimo y clarísimo castaño claro, manos de largos dedos unidos por membranas que no pueden sino clavarme un doloroso recuerdo de Dani en el estómago. Su cola es de colores coral, dorados y naranjas. Producen un profundísimo efecto de fascinación en mí. Es como si, a pesar de estar quedándome sin aire, no pudiera dejar de mirarla. La sirena me mira a su vez, y jamás he visto una sonrisa tan dulce que me produzca tanto temor. 

Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora