Katniss
Coin no pestañea. Mira las pantallas de brazos cruzados, con los ojos posados sobre la rosa blanca. Nadie en la sala de control se atreve a mirar hacia atrás para evaluar su reacción ante todo lo sucedido.
Solo la miro yo. Y ella me devuelve la mirada.
—Mi despacho. Ahora.
Decido que su voz no me intimide y sigo sus pasos veloces hacia su despacho, que está tan protegido y ordenado como siempre. Cierra la puerta con suavidad tras de sí y clava su mirada psicótica en mí. Pero no dejo que la furia de sus ojos ni el gris cegador de su pelo me controlen, así que alzo la barbilla, desafiante.
—¿Quién diablos dejó entrar al chico con esa rosa? —pregunta con una calma espeluznante.
—No lo sé —respondo yo con la misma calma—. Simplemente, no creo que los cachearan con minuciosidad. Después de todo, no son tributos de verdad, sino simple leña para avivar el fuego. Usted misma lo dijo.
Coin está furiosa. Sé que saltaría a mi yugular si pudiera.
—Alguien debería haberlos registrado. ¿Es que tengo que estar pendiente de hasta el más mínimo detalle? ¿Es que no es tu trabajo el evitar que estas cosas pasen?
—¿Qué cosas?
—¡Estas! —brama Coin, encendiendo las pantallas de televisión del despacho.
En ellas se proyectan imágenes de Amélie colocándose la rosa a la altura del corazón y, a continuación, barricadas en el Capitolio. La gente viste de blanco manchado por la sangre y la ceniza, portan imágenes de Amélie y…lanzan ¿rosas? Casi sonrío y abro la boca para decirle a Coin que el lanzar rosas no es demasiado grave…pero la sonrisa muere letal en mis labios al ver cómo las rosas explotan segundos después de haber sido arrojadas. Provocan una explosión muy grande en la que veo desaparecer a al menos tres agentes de paz.
Coin detiene la imagen y me mira con los labios entreabiertos.
—Hay que acabar con la chica —sisea.
Trago saliva, cierro los ojos, esquivo la afirmación. En mi cabeza todavía se oyen los ecos de la explosión. Agarro con fuerza mi única oportunidad:
—Matarla solo aumentará su enfado.
—Elimina a un líder y eliminarás todo —murmura Coin y vuelve a mirar hacia el caos de las pantallas—. Lo harás esta noche. Y esos dos deben morir también. ¿Por qué diablos nadie se dio cuenta de lo que había entre ellos? ¡Sois todos unos ineptos!
—¿Por qué he de ser yo quien reciba la regañina y quien haga el trabajo sucio? ¿No se supone que somos todos un equipo?
Coin inclina la cabeza y curva los labios en una sonrisa irónica, como si mirara a una niña que habla de los regalos que Santa Claus le va a llevar por navidad.
—Esto siempre se ha tratado de usted y yo, señorita Everdeen. Así empezó y así debe concluir. Amélie Snow morirá esta noche en esa Arena, y estaré presente en la sala para ver cómo usted ejecuta los movimientos que le darán muerte.
Exhalo un profundo suspiro. Encontraré una solución. He de hacerlo.
—¿Cómo quiere que muera?
Coin sonríe levemente.
—Sorpréndame. Haga que sea un espectáculo. Júntelo todo: tributos, criaturas, catástrofes naturales…
Me insta con un leve gesto a que abandone su despacho y yo obedezco, procurando que no se note que todo el cuerpo me tiembla. Estoy a punto de salir cuando Coin me detiene:
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Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?
Fiksi PenggemarCon la guerra ganada y el Presidente Snow muerto, todo el poder de Panem recae directamente sobre la rebeldía encabezada por el Distrito 13, que, a modo de venganza final, decidirá organizar unos últimos juegos del hambre en el que participarán los...