Capítulo 32.

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Recordad que he subido dos capítulos; aseguraos de haber leído el 31 antes que este. 

Besos y gracias por leer!

Katniss.

Es esta noche, o nada. Esta semana he estado evitando a Reak, ya que cada vez que lo veía, me advertía que el tiempo se consumía, y que debía hablar con Amélie acerca del plan cuanto antes. Todo funcionaría si le asegurásemos que la vamos a sacar de ahí con vida; ella estaría más que dispuesta a intercambiar su vida por un par de palabras con las que calmar los instintos asesinos de su gente hacia mí, y todos seríamos felices y comeríamos perdices. La cuestión es que nunca he sabido cuál es la manera adecuada de acercarme a ella. ¿Debería, simplemente, golpear la puerta de su dormitorio y decir algo como «Hola, amargué la vida a tu abuelo y luego lo maté, pero ahora necesito tu ayuda para salvar mi propio trasero.»?. Y ahora la noche antes de los juegos ha llegado y Amélie sigue creyendo que será la primera tributo en caer, por lo que, sea como sea, esta noche tengo que contárselo. Contárselo todo.  

Me siento en mi sitio reservado para contemplar el desfile de tributos, sintiéndome más reina que criatura cobarde, que es lo que en realidad soy. Detrás de mí, cobijándose en la sombra que ejerzo sobre ellos, se sientan Coin, los ayudantes de esta última, Reak, Emily, Johanna…

No puedo evitar recordar que justo en este lugar es donde el presidente Snow solía sentarse. Le he arrebatado el trono, podría decirse. Un trono que yo nunca pedí. Un trono que conlleva tantísimo. Ni siquiera la belleza que viste esta noche el Coliseo de las Estrellas, el brillo que desprenden sus infraestructuras, hace que me sienta mejor. Camareros y sirvientes se acercan en repetidas ocasiones a preguntarme si estoy lo suficientemente cómoda, o si necesito algo. Río para dentro con ironía; como si un sentimiento tan vago como la sed o el hambre pudieran distraerme de lo que va a pasar a continuación. Cuando entren las carrozas, habré de levantarme y observar a los tributos. Mis tributos. Habré de saludarlos. Seré Snow. 

Mis pies, regidos por la costumbre, se levantan por iniciativa propia cuando el himno de Panem comienza a tronar con la fuerza de un titán. Siento las miradas de miles de personas puestas en mí. Con miedo, con resignación, con furia, con respeto…soy alguien para ellos. Soy la que mueve el destino de sus vidas con mis propios dedos. Soy la reina de Panem. 

La primera carroza me pilla por sorpresa. La gente aplaude, como si estuvieran estrictamente programados para ello, a la primera pareja de tributos elegidos: Celaina y y Ash (Reak me ha obligado a estudiarme a los tributos). Celaina, haciendo honor a su nombre, que en griego sé que significa “negro”, va estrictamente vestida de ese tono, en un mono de manga corta que deja al aire sus tobillos y que le da aspecto de modelo francesa. Su mirada, que está enfocada en todas las grandes pantallas del coliseo, es fiera y letal. No puedo evitar que me recuerde a Clove, solo que Celaina es más…adulta. Eclipsa totalmente a Ash, su compañero, que me parece un chico totalmente normal, con pocos detalles reseñables. Su carroza se detiene en el centro del Coliseo, y los dos se bajan. Celaina doma a los zapatos de tacón que viste con un estilo que me petrifica, y por un instante me cruza la mente el estúpido pensamiento de que ojalá yo pudiera caminar con tacones al igual de bien que ella. La carroza se retira y Celaina y Ash se colocan en el lugar indicado, casi en el centro, de manera que desde mi balcón privilegiado los puedo ver claramente. Sin apenas mirarme, los dos hacen una reverencia ensayada al unísono que, más que alagarme, me pone la piel de gallina.

 Asiento brevemente  con la cabeza, el signo que indica que los acepto como tributos y que permite que salga la siguiente carroza, ésta con el chico que identifico como Pólemo, y su compañera, Crystal, dentro. Me sorprende mucho ver cómo ninguno viste nada especial ni llamativo para la ocasión. Pólemo, por su parte, destaca ya por su increíble altura, casi dos metros, y su gesto amenazador, por lo que simplemente viste un pantalón suelto negro y una camiseta de manga corta gris. Crystal, una chica de larguísima melena rubia, viste un vestido azul. Los dos hacen una seca reverencia a la que asiento con el mismo entusiasmo. 

Ninguna carroza de las siguientes llama especialmente mi atención. Solo me detengo a contemplar con un poco más de interés la de Danielle, la chica que ha hecho tan buenas migas con Amélie. Su mentora ha decidido sacarle partido a su aspecto más característico: el violeta, que está en su melena, en sus ojos y, en esta ocasión, también en su vestido, de un morado muy apagado, como un tono que baila entre el blanco y el rosa oscuro. Está muy nerviosa. Su compañero Eddie tiene que recordarle los gestos que ha de hacer a cada momento, y la salva muchas veces de alguna que otra caída debido a sus tropiezos. Su reverencia es temblorosa. 

La de Amélie y Franz es la antepenúltima carroza. El vestido de Amélie me roba el aire y las palabras. Cinna lo ha vuelto a hacer. Está preciosa, la más guapa de todas las chicas que han pasado. Parece mágico, como si el vestido viviera solo para que ella lo llevara esta noche, en este momento, en estas circunstancias. Es como si Amélie fuera una princesa…guerrera y rebelde. El equilibrio perfecto. Saluda un par de veces al público, esbozando una sonrisa comedida. Franz, su compañero, viste un traje a medida que transmite una elegancia y una soberbia que gritan que el conjunto solo puede ser obra de Joseph. La gente los contempla embobados, casi tanto como yo, que tengo que esforzarme por mantener la compostura. 

Cuando la carroza se detiene, Amélie baja y camina por delante de Franz, que tiene que apretar el paso para alcanzar el de Amélie. Cuando ella está frente a mí, Franz tarda un par de segundos en llegar, apurado por la velocidad de su compañera a pesar de los zapatos de tacón. Amélie camina, viste y actúa como una auténtica reina, y me dan ganas de esbozar una estúpida y orgullosa sonrisa. Cuando Franz finalmente se coloca en posición, intercambia una mirada fugaz con Amélie y procede a hacer la reverencia, solo que…ella no le sigue. Franz se queda a medio camino de la reverencia, mirando a Amélie interrogante, como si ella no se hubiera dado cuenta de lo que tiene que hacer. Puedo oír cómo todo el Coliseo contiene la respiración. Los murmullos no tardan en hacerse oír, acompañados de algún grito de ánimo o de silbidos de protesta. Sin embargo, Amélie no vuelve un músculo mientras Franz concluye su reverencia. Le doy a él mi asentimiento y luego vuelvo mi cabeza a Amélie. Ella alza su barbilla, y entorna los ojos hacia mí, en un clarísimo gesto desafiante y orgulloso. Los sonidos vuelven a mezclarse entre ellos, creando un oleaje sensitivo en mis oídos: escucho cómo los pasos de los soldados que vigilan se ajetrean, cómo empiezan a desenfundar las armas; oigo las respiraciones contenidas, los cuchicheos, los gritos que ya no sé si animan o critican…He de hacer algo. Ya. El no hacer la reverencia es como firmar una sentencia de muerte, pero desde luego…es algo propio de un Sinsajo. De una heroína de la rebeldía. Se me dibuja una sonrisa en mis labios casi sin darme cuenta, y cuando los noto curvos, maldigo por dentro. Rápidamente me encargo de alejar el aire de orgullo de mi sonrisa y sustituirlo por uno irónico y malévolo, uno propio de Coin o del presidente Snow. El efecto debe ser el deseado, ya que los grititos ahogados aumentan. Decido romper la tensión mediante un asentimiento con la cabeza, encargándome de mantener la sonrisa y de que el asentimiento sea más pronunciado, permitiendo que Amélie se aleje y entre la siguiente carroza, a la que nadie atiende. Amélie Snow ha robado todas las miradas del Coliseo de las Estrellas.

Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora