Capítulo 29.

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Hola a todos. Hoy subo dos capítulos: este, y el 30. Gracias por leer.

Amélie.

La fiesta resultó ser un sueño. Y, como un sueño, fue dulce, breve, perfecta, digna de recordar y contar. A la mañana siguiente, cuando el irritante aullido del despertador me indica que el desayuno comenzará en apenas cuarenta minutos, a pesar de haber dormido cuatro horas escasas, dibujo en mis labios una sonrisa que dura hasta que llego al comedor y que se ensancha cuando allí encuentro a Dani y al resto de chicos con los que ayer bailé y canté. No saludamos con sonrisas cómplices, aunque charlamos sobre otros temas en el desayuno, recordando la advertencia de Cinna de que en el comedor hay personal que no debe saber que asistimos a la fiesta. 

Después de desayunar, nos emparejamos con nuestro compañero de camino a pasar un rato con nuestro mentor antes de empezar a entrenar. De camino a la sala en la que Camillo nos espera, Franz se muestra impasible. 

—No te vi anoche —comento en un murmullo, en un intento de rescatarnos a ambos del silencio. 

Miro a Franz y no se me escapa el hecho de que está más fuerte. Los músculos de sus brazos y piernas parecen haber vuelto a la vida en su máximo esplendor; aunque eso no quita que siga siendo uno de los chicos más debiluchos de todos los tributos. Su pelo está más largo, y, si cabe, aún más desordenado que cuando lo conocí. Sus ojos siguen tan artificiales, tan robóticos, como el primer día; es esa la sensación que me transmiten cuando me miran antes de responder a mi comentario. 

—Yo sí te vi. 

Su expresión solo dice palabras; el tono de su voz dice el resto: el desprecio, la… ¿decepción? Decido dejar pasar esa sensación por alto y mantengo la simpatía y la amabilidad en mis palabras. 

—Lo pasamos genial. ¡Bailamos y cantamos durante toda la noche!

Su mirada letal silencia mis labios. Se detiene, mira alrededor,  me agarra del brazo y me arrastra hasta una puerta que no está cerrada con llave y que resulta dar a un cobertizo oscuro que huele a polvo y a lejía. 

—¡Suéltame! —exclamo, de pronto asustada. 

Él obedece, cierra la puerta y me mira fijamente. Me estremezco cuando me doy cuenta de que sus ojos de neón siguen brillando con la misma intensidad incluso en una oscuridad tan profunda, como los de un gato, solo que mucho más brillantes, intensos y amenazantes…

—Ayer hiciste una tontería de proporciones inimaginables, Amélie…La llevas haciendo desde que te juntaste con Dani, en realidad —dice, con voz rasgada, como un impulso intenso que me cosquillea la piel a pesar de no tocarla. 

—¿A qué te refieres?

—A que esa gente son tus enemigos a muerte —responde con enfado, como si la respuesta fuera obvia, y yo, estúpida—; es un acto de suicidio confraternizar con ellos. 

Exhalo un profundo suspiro lleno de paciencia. 

—Soy mayorcita, Franz. Sé lo que hago. Sé dónde estoy; sé quiénes son mis adversarios. 

—¡Pues no lo parece! Si te encariñas con ellos, no podrás matarlos y…

—¿A ti qué te importa, en cualquier caso? —repongo, con enfado. Mi voz nace aguda y semirota—. Tú también eres mi adversario. Tú tampoco deberías preocuparte por mí. Tú también vas a tener que matarme, Franz. 

No le doy tiempo a responder, ya que salgo a paso ligero del cobertizo y me dirijo con rapidez a la sala donde Camillo nos espera. Cuando entro, encuentro allí también a Cinna, que me saluda con una sonrisa suave y cómplice; y a otro hombre que enseguida identifico como Jospeh, el diseñador de Franz. Saludo a los tres hombres con una sonrisa cuando justo llega Franz, que me dedica una mirada llena de veneno antes de entrar en la habitación. Por las miradas que intercambian Camillo, Cinna y Jospeh, es obvio que saben que ha sucedido algo entre Franz y yo. Sin embargo, ninguno lo menciona.

Nos ponen al día de los acontecimientos. El desfile de tributos y la entrevista en televisión tendrá lugar de aquí en una semana, lo que significa que los juegos empezarán en ocho días. En estos juegos, vistas las pocas cualidades “extraordinarias” que mostramos los tributos, se omitirá la prueba que se hace frente a un tribunal que asigna una puntuación a cada tributo. Parece que soy la única que se toma ese último detalle como una buena noticia, ya que los cuatro coinciden en que ahora el desfile y nuestra entrevista tendrán mucho más peso y habrá que preparar todo ello a conciencia. 

Dejamos a Joseph, Cinna y Camillo discutiendo las estrategias y Franz y yo nos marchamos sin mediar palabra ni mirada hacia el gimnasio, donde nos separamos rápidamente. Yo me reúno con Dani, que me saluda con una sonrisa radiante. 

No me siento bien del todo hasta que puedo hablar por la noche con Philippe en mi habitación y plantearle todas mis dudas respecto a Franz o Dani.

—Ya sabes que yo nunca tuve aliados en la arena —comenta Philippe, con el entrecejo ligeramente fruncido—. Pero Gale Hawthorne los tuvo, igual que Katniss Everdeen. Simplemente no fue mi estilo, pero quizás sí sea el tuyo. 

—¿Y cómo puedo saberlo?

—Es simple: sólo tienes que preguntarte si realmente confías en Dani. Si es así, adelante. Si no…no lo sé, Amélie…¿has pensado en aliarte con Franz? Él podría protegerte y…

Suelto una pedorreta que le sirve de respuesta. 

—Estoy muy asustada —admito, después de unos cuantos minutos de silencio. Miro a Philippe directamente a los ojos—. Estoy muy asustada. 

Philippe asiente con la cabeza en silencio. Después se acerca a mí, exhala un profundo suspiro, y, como si lo tuviéramos ensayado, yo apoyo la cabeza en su hombro. Él al principio respira con más fuerza, pero después se relaja y, con algo de torpeza, junta su cabeza con la mía y me tiende su mano. 

Así permanecemos, como tantas noches, pero sin poder evitar pensar con amargura que la esquina en la que se esconde la muerte, está cada vez más cerca. Esperándome.

Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora