Capítulo 23.

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¡Hola a todos!

Espero que estéis bien. 

Siento haber tardado "tanto" en actualizar. En realidad no son demasiados días, pero si los comparamos con el capítulo diario que subía antes de los exámenes...

En fin. El caso es que, si todo va bien, estaré de vacaciones este jueves, y por entonces subiré capítulos sin parar :D

¿Vosotros qué tal?

Espero que todo vaya bien, y recordad hacer un último esfuerzo con esos exámenes, que la recompensa valdrá la pena. 

Besitos y gracias por estar ahí. 

A ver qué os parece este capítulo. 

Amélie.

Todo sucede demasiado rápido, de repente. Tras muchas noches furtivas de gimnasio con Philippe, una de ellas, a medianoche, Philippe me informa de que Katniss Everdeen ha regresado al trece, y que eso supone que los entrenamientos empezarán mañana. Dice que tiene prisa, y que no puede estar allí, por lo que se limita a apretarme la mano, a desearme suerte, y a advertirme que actúe con normalidad.

Esa noche me la paso llorando, sin poder creer la pesadilla perpetua en la que me he visto envuelta.

Por la mañana, no me extraña que un agente irrumpa en mi habitación sin llamar y me lance una bolsa con ropa nueva. Reconozco el conjunto –unos leggins negros de algodón que dejan los tobillos al aire y una camisa sin mangas gris- como la ropa que llevaremos para entrenar. Me ducho, y, sin tocar el desayuno, me pongo la sudadera negra  sobre la camiseta gris, ya que es demasiado suelta para mi gusto. Me limito a esperar sobre mi cama.

La espera no se hace demasiado larga. Al cabo de unos diez minutos, el mismo agente regresa a mi habitación, y me hace un gesto para que le siga. Así lo hago, y finjo mirar con curiosidad el pasillo en el que está mi habitación; como si no lo hubiera visto cada noche cuando me fugaba con Philippe.

Intento relajarme, pensar que este es el mismo camino de cada noche (y, de hecho, lo es, solo que no vamos por las escaleras de servicio), que es Philippe el que me guía, y no un guarda armado…Intento pensar que todo está bien.

Pero es obvio que no lo está. El guardia me empuja hacia el gimnasio con un gruñido malhumorado. Al principio intento pensar que está todo como siempre, pero la burbuja se rompe, atronadora, y la realidad se muestra cristalina ante mí: han retirado del centro del gimnasio las máquinas de pesas y las han sustituido por un círculo formado por veinticuatro sillas. Alrededor de la mitad de ellas están ocupadas; y siento el atravesar de decenas de miradas a las que no pongo rostro.

Me limito a caminar con pasos pequeños que intentan esconder en sus movimientos el miedo que sacude todo mi cuerpo. Me dejo caer en la silla más cercana y entierro la mirada hondo: no quiero mirar a los ojos a mis asistentes. Solo paseo la mirada por un par segundos, para cerciorarme de que ni Ares, ni Antón están allí. No lo están. Aunque aún hay alguna que otra silla vacía, siento que no han sido seleccionados, y respiro hondo.

Al cabo de cinco minutos veo que todas las sillas han sido ocupadas, y me doy cuenta de que todos nos evitamos, y fijamos la mirada en puntos muertos.

Y, entonces, de repente, silencio.

Alzo la mirada ante la repentina desaparición del tímido murmullo que oleaba en la sala, y enseguida encuentro su porqué.

Lo primero que pienso es que es una persona a la que siempre le ha gustado el drama; si no,  no llevaría el pelo recogido en esa trenza, no a estas alturas. Lo segundo, siento como si algo burbujeara en mi interior y me empujara a saltar de mi silla y abalanzarme sobre ella, sobre la persona que ha ido destrozando mi vida poco a poco, arrancando pedazos de vez en cuando.

Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora