Amélie.
Philippe cumple su promesa, y la noche siguiente pasa a buscarme a la misma hora que la anterior. Esta vez ya estoy preparada, y ni lloro, ni me derrumbo, sino que le saludo con una sonrisa tan fingida que casi duele, y actúo como si realmente tuviera entusiasmo por entrenarme, como si tuviera alguna esperanza. Decido que no puedo decirle a Philippe que ya he tirado la toalla incluso antes de empezar, no cuando él está arriesgando tanto solo por ayudarme.
Empezamos con el saco de boxeo. Philippe me ayuda con la técnica mediante órdenes suaves y neutras. Le obedezco, y dejo escapar todo mi enfado a través de golpes. Antes de que los nudillos me empiecen a doler y empiece a sudar a raudales, incluso sienta bien.
Después pasamos a las pesas, donde resulto patética. Philippe, sin embargo, actúa con profesionalidad, e incluso miente diciéndome que lo estoy haciendo bien.
Finalmente terminamos con algo ligero: comba. Cuando era pequeña, era mi juego favorito, así que consigo dominarla tras un par de saltos. Incluso, cuando llevo un rato, hago algún doble salto, o uno cruzado, y Philippe sonríe, pequeñito.
— ¡Únete! —resuello. Él me mira con extrañeza—. ¡Vamos! ¿Es que nunca has saltado a la comba a la vez con nadie?
Philippe niega con la cabeza, confuso, haciéndome sonreír.
—Es muy fácil: yo cuento, y a la de tres, cuando la comba esté arriba, te pones frente a mí, y saltamos juntos.
— ¿Para qué? —pregunta, escéptico.
— ¡Porque será divertido! Y porque estás echando barriguita, fíjate en esa cosa redonda y flácida que te cuelga por encima de los pantalones.
Philippe abre la boca, medio sonriendo y fingiendo indignación. Después, dirige su mirada atónita hacia su barriga.
— ¡La última vez que me viste acababa de salir de unos juegos del hambre! —protesta, casi riendo—. ¡Juegos del hambre, Amélie! Es normal que ahora me veas con más peso.
—Lo que sea, vamos, venga, acércate. ¿Listo? —Philippe se acerca a mí, como si mi voz moviera sus pies, pero sé que aún no está convencido—. ¡Uno, dos, vamos!
Philippe al principio hace amago de moverse, pero retrocede. Yo sigo saltando. Le apremio una vez más, y finalmente se acerca hacia mí, pero tropezamos y acabamos enredados en la cuerda. Río alegre, y él esboza una sonrisa tensa. Jamás lo había tenido a esta distancia, solo dos palmos nos separan. Sus ojos son más vivos, su color es más fuerte cuando están tan cerca. Philippe huele a limpio, a frescor. Puedo contar las pecas de su rostro, su nariz casi roza la mía. Y, entonces, se acaban las risas. Respiramos sin respirar, y nos miramos. Los ojos de Philippe toman intensidad, y me veo obligada a romper el contacto visual.
— ¿Lo intentamos otra vez? —pregunto, intentando darle un carácter alegre a mi voz, aunque solo me sale un murmullo asustado y prohibido.
Philippe se limita a asentir, serio e impenetrable, como si estuviéramos tratando un tema trascendental, en vez de un juego de niños. Esta vez lo conseguimos, y damos cinco saltos consecutivos, mientras compartimos una mirada cómplice de risa, de alegría, de niños. Cuando tropezamos, los dos caemos al suelo, y, volviendo a reír, ya no nos levantamos. Philippe me alcanza una botella de agua y sé que hemos dado por terminada la sesión.
—En realidad…—comienzo a decir, mientras bebo de la botella—, tú no eres fuerte.
Philippe deja escapar una risita, interrumpiéndome.
—Primero me dices que estoy gordo, y ahora, que no soy fuerte. Eres una chica encantadora, ¿eh?
Correspondo a su sonrisa.
—Déjame terminar. Lo que intento decir, es que tú no necesitaste nada de esto, del entrenamiento físico. Y ganaste.
Philippe frunce los labios, y no responde de inmediato.
—La inteligencia no es suficiente, Amélie —dice, finalmente—. Es cierto que, en mi caso, el juego de estrategia estuvo siempre por encima que el de fuerza, pero eso no implica que no la necesitase de vez en cuando. Es cierto que no soy tan fuerte como lo fue Alix, cualquiera del resto de los profesionales, o incluso Gale Hawthorne, pero podía apañármelas. Rara es la situación en la que unos juegos no acaban en una batalla cuerpo a cuerpo.
Asiento con la cabeza, correspondiendo.
—No sé si estoy preparada para esto. No soy rápida, fuerte, o inteligente. Sé que haces todo esto porque confías en mí, pero no creo que pueda hacer que te sientas orgulloso, Philippe.
Siento cómo un peso que llevaba en el alma va disminuyendo lentamente. A veces, las palabras pesan. Philippe me observa largo rato. Sus ojos se oscurecen.
—Siempre pensé que moriría el primer día. Y…
—Sí, sí, ya lo sé —le corto yo—: pensaste que no aguantarías, y mírate ahora. Lo sé, pero tu situación es distinta. Has vivido con estos juegos durante toda tu vida, de alguna forma, estabas preparado para ellos. Yo aún sigo esperando despertar de esta pesadilla.
Philippe exhala un largo suspiro, pero no dice nada más. Se limita a mirarme. Otra vez. Lo hace de la misma forma que cuando lo conocí, descaradamente, como si no me diera cuenta de ello, como si no me incomodara, como si fuera algo artificial, que ni siente ni padece.
— ¿Por qué me miras tanto? —le pregunto finalmente, sonriente.
Las mejillas de Philippe se encienden casi tan rápido como su mirada azul oscura se aparta de mí, como si hubiera sufrido un ataque de alergia.
—Lo siento —murmura, avergonzado.
—No he dicho que sea nada malo —le digo, esbozando una sonrisa pequeña. Al principio dudo, pero coloco mi mano derecha sobre su rodilla. Siento cómo se estremece—, solo me interesa el porqué.
Philippe no responde de inmediato; su mirada está fija en mi mano. Abre la boca, pero duda. Finalmente acaba rindiéndose a una sonrisa dudosa y pequeña. Me mira a los ojos.
—Te miro porque me gusta hacerlo. Sin más.
Asiento con la cabeza, y acaricio su rodilla ligeramente. Él esboza una sonrisa nerviosa, aunque no dice nada más. Y así nos quedamos, con sonrisas tontas bailando en el aire, con caricias robadas, coqueteando con el peligro, mirándole a los ojos.
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Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?
Fiksi PenggemarCon la guerra ganada y el Presidente Snow muerto, todo el poder de Panem recae directamente sobre la rebeldía encabezada por el Distrito 13, que, a modo de venganza final, decidirá organizar unos últimos juegos del hambre en el que participarán los...