Amélie.
El cielo nocturno aprisiona. Los estragos de la guerra aún son percibibles por los cinco sentidos: el eco de gritos agónicos lejanos, el rastro de balas entorpeciendo el paso, el olor a pólvora, la destrucción y el gusto a derrota en los labios.
La casa de Ares no está muy lejos, y aún es pronto: quizás esté despierto. Camino con pasos trémulos, muertos de miedo y todavía asustados por el sonido de las bombas, y de los gritos de guerra arrancados de gargantas rebeldes, sedientas de venganza.
Desde el fin de la guerra es habitual ver almas vagando por calles lúgubres, por lo que no me extraña toparme con forasteros cuya mirada chispea tristeza casi sin fuerza entre la frondosidad del bosque que hay que atravesar para llegar hasta la case de Ares. Solo me asusto cuando observo cómo uno de ellos se acerca a mí. Está encorvado, aunque si no lo estuviera, su estatura no hubiera superado a la de un niño. Trae consigo olor a whisky y olvido. Va cubierto con una gabardina negra que le queda demasiado grande, y la espesura de la noche solo me permite atisbar su rostro, que parece robado de entre las sombras, muerto.
—Señorita… —comienza a decir, con voz enjuta y pequeña, pero me alejo antes de que pueda decir algo más.
Pero me sigue. Con terribles dotes de sigilo, el desconocido camina tras de mí con una rapidez que desentona, a juzgar por su silueta pequeña y trémula. Camino más rápido, pero sus pasos también adquirieren velocidad, y antes de que puda darme cuenta, una mano de largas uñas me asía por el brazo. Grito, pero ninguna de las otras siluetas en sombra parece compadecerse de mí. Cuando me giro, descubro una mirada psicótica, presa de una locura de noches de hambre y frío. Atrapada en la mirada de aquel hombre, no soy capaz de zafarme de su otra garra, que no tarda en inmovilizarme. Mientras me sujeta, la oscuridad sugiere figuras que se acercan, que parecen crearse a partir de lo lúgubre, y del frío que reina. Identifico al grupo como una banda de ladrones, que, con suerte, solo me quitarán lo que llevara encima.
Los compinches de mi captor se acercan lentamente, como fieras, como linces, y me parece ver cómo un par de sonrisas se iluminan a la luz de la luna.
—No tengo nada —improviso—. Llevo solo unos céntimos, y…
Las uñas del hombre se clavan en mi piel, y me parece ver cómo sus labios esbozaban una sonrisa desdentada.
—Entonces tendrás que pagarnos con alguna otra cosa…—ronronea, y su aliento fétido me abofetea.
Grito, pero él se limita a reír y a apretar. Me empuja y caigo al suelo, que me recibe como zarpas, y arrancándome con maldad otro grito.
Cuando toda la corte se acerca como leones, oigo su voz. Oigo mi nombre en sus labios, y su palabra se me antoja como la más bella del mundo, a pesar del tinte de temor con el que está construida.
— ¿Amélie? ¿Amélie, eres tú? —la voz de Antón, el hermano mayor de Ares, se intuye lejos, pero lo suficientemente cerca para sentir esperanza.
Soy más rápida que ellos, y antes de que me tapen la boca, lo llamo. Él oye mi llamada, y todos podemos oír cómo desactiva el seguro de su arma. Sin embargo, solo su figura armada consigue que la bandada de raptores se espante en mil pedazos. Antón se acerca a mí y me tiende su mano, ayudándome a levantarme.
—Amélie —murmura, mirando alrededor para cerciorarse de que estamos seguros —. Amélie, cómo se te ha podido ocurrir…
—Necesitaba vert…a tu hermano —improviso, agradeciendo que la espesura de la noche se lleve con ella el enrojecer de mis mejillas.
Antón suspira, y coloca su mano derecha sobre mi mejilla, examinándola. Siennto cómo todo el universo contiene la respiración. El tacto de Antón es frío, pero no me importa. Vale con que sea suyo.
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Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?
FanficCon la guerra ganada y el Presidente Snow muerto, todo el poder de Panem recae directamente sobre la rebeldía encabezada por el Distrito 13, que, a modo de venganza final, decidirá organizar unos últimos juegos del hambre en el que participarán los...