Capítulo 31.

1.3K 79 2
                                    

Últimamente me siento generosa, y como la historia está en una parte importante, hoy también he decidido subir dos capítulos. Que los disfrtuéis. 

Amélie.

Es esta noche, o nada. Los preparativos comienzan desde muy entrada la mañana. El desfile de tributos se llevará a cabo en el Capitolio, en el Coliseo de las Estrellas, al igual que las entrevistas con Caesar Flickerman. Por ello, el primer paso es transportarnos a nosotros, y a todo el equipo necesario al Capitolio. 

Los días se han vertido con cruel rapidez, en medio pestañeo, en lo que dura una sonrisa, o en lo que tarda en caer una lágrima. Hoy es el día previo a los juegos, y estoy sorprendente y preocupantemente tranquila. 

El viaje en aerodeslizador hasta el Capitolio se me hace cortísimo, y siento una ridícula y minúscula alegría de volver a estar en casa. No son más de dos los segundos que tardamos en salir del aerodeslizador y meternos en un autobús con los cristales tintados, pero son suficientes para darme cuenta de que el ambiente es totalmente distinto. A través de las ventanas observo una ciudad que comienza a resurgir. La gente ya no vaga sin rumbo, sino que todas parecen saber muy bien dónde van. 

No puedo evitar abrir la boca y exhalar un pequeño gritito cuando entramos en las primeras calles céntricas y descubro que ya han sido totalmente reparadas, que parecen las de antes salvo…salvo por los carteles de publicidad. La mirada amenazante de Katniss Everdeen está presente hasta en el último rincón, como antes estaba la de mi abuelo durante las temporadas de conflictos políticos. Sin embargo, esta vez no solo está Katniss, sino que estamos con ella todos nosotros: colgados de las farolas, de lo alto de los edificios, hay fotos de los tributos de los juegos. No son fotos retocadas ni preparadas, sino que son fotos que nos han tomado sin que nos hayamos dado cuenta. Me encuentro con Dani sonriendo con dulzura, distraída; con Pólemo mirando con furia un punto muerto…y de repente, ahí estoy. Sé enseguida que se trata de una de las fotos de los primeros días, ya que todavía no estoy tan delgada ni carcomida. Es solo un segundo, pero creo reconocer que estoy hablando con Dani en los entrenamientos. Estoy sonriendo solo un poquito. Parezco…débil. 

No me da demasiado tiempo a pensar en ello, ya que enseguida llegamos al Coliseo de las Estrellas. Lo siguiente es el caos. Fuera del autobús esperan cientos, y cientos de personas. Tal como lo hacían cuando llegaban los tributos al Capitolio. Sin embargo, esta vez no tardo demasiado en darme cuenta de que es muy distinto. La gente no grita emocionada nuestros nombres, ni tampoco tiene pancartas. Tienen el ánimo gris. Los agentes intentan contenerlos, pero no paran de gritar improperios contra ellos y de empujarlos. Es entonces cuando me doy cuenta de que es probable que todas esas personas sean nuestros familiares. Me cercioro de ello cuando veo a Dani, unos asientos detrás, acariciando la ventana –después golpeándola-, y llorando a moco tendido. El ritmo de mi corazón se dispara cuando empiezo a intentar rescatar de tantos rostros desconocidos el de mi madre, o el de Ares. Murmuro una maldición cuando el conductor nos indica que entraremos directamente al parking. 

Así, nos sumimos en una oscuridad silenciosa hasta que salimos del vehículo y todos nos desperdigamos por las tripas del Coliseo, en busca de los despachos de nuestros diseñadores. Capto la mirada de Franz, que me insta a buscar con él a Cinna y a Joseph, pero yo, sin embargo, salgo corriendo tras Dani. Con sus solo catorce años, parece una niña confusa y pérdida, con restos de lágrimas en sus mejillas. 

—Eh —le doy un golpecito en el hombro—. ¿Estás bien?

Los entresijos del Coliseo son fríos. El suelo está cubierto de cables que parecen trampas, y la pared de caliza está agujereada por constantes puertas. Todo parece una cueva. Dani, aún llorosa, se encoge de hombros. 

—Mis padres estaban ahí fuera —murmura. 

—No les gustará verte así —le digo, forzando una sonrisa—. Has de sonreír. Por mucho que duela. 

Alguien, supongo que su mentora, llama a Dani insistentemente unos pasos por detrás de nosotras. 

—Prométeme que sonreirás —le digo, tomándola del brazo antes de que se vaya.

Ella murmura un asentimiento y se marcha, liviana y pequeña. 

Cinna no parece preocupado por el desfile, que comenzará en dos horas. Trenza mi pelo con una complicada y hábil maniobra de dedos, y no fuerza la conversación, detalle que agradezco. Cuando queda una hora, por fin termina su elaborado peinado, y en el espejo me descubro con una bonita y elegante trenza en forma de espiga que me da un aire joven y sofisticado. Le muestro a Cinna que me gusta mucho mediante una sonrisa franca y agradecida, y él procede a enseñarme el vestido que llevaré. 

Me deja sin habla. Tiene la misma forma que el vestido que llevé en el baile donde me capturaron, de hecho…

—¿Lo has arreglado? —pregunto, sorprendida y admirada. 

Cinna asiente con la cabeza, con orgullo. 

—Con suerte ese día te harían alguna foto con la que comparar el arreglo. 

Cinna me enseña las novedades del vestido. Sigue siendo negro, pero le ha añadido un forro rojo vino, simbolizando la sangre; y detalles en gris, simbolizando las cenizas. Sangre y ceniza, lo que son estos juegos. Inútiles y desfasados. 

Cuando me lo pruebo, el efecto todavía es más obvio. El gris está difuminado con gusto alrededor del vuelo del vestido y el rojo refluye vida. Acompaño el vestido con unos zapatos de tacón también grises y ya estoy lista. Lo cierto es que me siento guapa y preparada. 

—¿Algún consejo para la entrevista? —le pregunto a Cinna, cuando ambos estamos esperando la llamada—. ¿Algo que hacer cuando mi condena está ya programada?

Cinna al principio muestra confusión, pero luego lo entiende: sería humillante para Katniss Everdeen que la nieta de Snow ganara los juegos. Soy el cabeza de turco, la primera a por la que irán. Ya estoy muerta. No hay nada que pueda hacer para evitarlo. 

—En los únicos y últimos juegos en los que participé de diseñador…aconsejé a mi tributo que imaginara que hablaba conmigo, y no con ese entrevistador. Las entrevistas sirven para ganarse el favor del público, de los patrocinadores…

—Pero a mí eso no me servirá de nada —lo interrumpo. 

Cinna asiente con la cabeza. 

—Limítate a ser sincera; a ser tú misma. No temas decir nada que pueda ofenderlos. Es más, si puedes ofenderlos, hazlo. 

—Creía que estabas del lado de Everdeen —le digo, y me doy cuenta de que el tono de mis palabras es acusatorio.

Cinna se encoge de hombros y esboza una sonrisa misteriosa justo en el momento en el que la asistente viene a buscarme. Ha llegado la hora. 

—Todo va más allá de estar en un bando o en otro, Amélie —murmura Cinna cuando ya estoy saliendo por la puerta—. Y todo puede cambiar cuando lo contemplas desde otro punto de vista. 

Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora