Capítulo 13.

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¡El baile ya está aquí! ;) Espero opiniones, ojalá os guste. 

¡Gracias a todos por leer!

-Natalia

 

Amélie.

El Coliseo de las Estrellas resplandece con brillo propio. Antón y yo caminamos del brazo hacia él, junto a decenas y decenas de parejas. Todas miramos el edificio embrujados por su belleza, por tanta majestuosidad después de la guerra y el color gris salpicando las calles.

El brazo de Antón, ataviado en un elegantísimo e impecable traje negro, es fuerte, y sus músculos se insinúan bajo la suave tela de su chaqueta. La sutileza de sus rasgos fuertes y marcados está ligeramente curva en una sonrisa de seguridad y fanfarronería que me fascina por completo.

Justo antes de llegar a la entrada al Coliseo nos paramos en un portal –uno de los pocos que no ha sido destruido o graffiteado-, y, ambos, inconscientemente nos detenemos a contemplar nuestro reflejo. Mi vestido es negro, y, sobre él, hay un forro de encaje rojo tejido en forma de rosas que le da un aire juvenil. Me llega por encima de las rodillas, y es de vuelo. Conserva su original aire elegante, pero tiene un claro carácter rebelde. Mis uñas están pintadas de negro, a juego con mi joyería. Mi pelo cae suavemente en ondas sobre mi cuello, y en mi maquillaje también destacan los tonos rojizos arenosos y negros brillantes. Para los pies he elegido unos zapatos de tacón negro necillo. Me siento guapa, liviana, rompedora, como una chica debe sentirse cada día. Me siento acorde a la belleza de Antón, que suaviza los labios en una sonrisa de reconocimiento a su propio reflejo. El gris de sus ojos parece más acuoso, como si brillase.

—Somos una pareja realmente guapa —comenta, tomándome de la mano, esbozando una sonrisa seductora.

Imito el carácter de su sonrisa y asiento con la cabeza.

—Los mismísimos ángeles llorarían de envidia.

Cuando llegamos al Coliseo, un par de gorilas nos piden nuestro nombre al entrar. Encuentro a muchos conocidos: antiguas amigas, compañeros del instituto…todos se sorprenden al verme del brazo del mismísimo Antón Portici, y no puedo hacer otra cosa que exprimir el veneno de las miradas envidiosas que algunas chicas con las que me encuentro. Exprimo su veneno y lo utilizo como si fuera un elixir de belleza.

Antón y yo nos quedamos sin habla cuando nuestros pies se posan sobre la entrada al Coliseo. Es majestuosamente gigantesco, tanto que mis ojos no alcanzan a verlo con totalidad. La música electrónica trona con furia mientras la gente baila y ríe en el centro de una enorme pista de baile, en la que varios DJ’s trajeados hacen las delicias de su público. El recinto está dividido por partes: la del centro está dedicada al baile, y en las gradas en las que normalmente se suele sentar el público se han habilitado todos los puestos de comida y bebida.

Antón sonríe como un niño, muy poco acorde a su elegante traje, mirando a su alrededor. No es para menos: hay lo que me atrevería a decir que son kilómetros de pista de baile, en la que cientos de personas ataviadas en sus mejores galas bailan como si los pasos fueran dictados desde lo más profundo del alma, como si realmente lo necesitaran.

— ¿Bailamos? —me pregunta Antón, en medio de un suspiro lleno de asombro.

Solo puedo asentir, y Antón me guía de la mano hasta que llegamos al punto álgido de la pista de baile. De repente, me veo rodeada de gente que grita desde lo más profundo de sus pulmones la letra de la canción que suena, personas que saltan tan alto como pueden, o que simplemente sonríen incrédulos.

Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora