Capítulo 56

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Hola a todos! Aquí tenéis un nuevo capítulo. Espero que os guste. Besos.

-Natalia


Katniss

—    No tengo nada que hablar contigo —sisea Amélie, cruzándose de brazos y apartando la mirada.

—    Pues yo creo que sí que tenemos mucho de que hablar y muy poco tiempo para hacerlo, así que dejémonos de antipatías formales y apartemos nuestro ¿pasado?, y centrémonos en el futuro.

Amélie vuelve la mirada hacia mí. Incluso así, desnutrida, rota, aún con los ojos llorosos, sigue siendo una muchacha bella. Todo lo que ha tenido que ver aún no le ha arrebatado completamente su dulzura y su elegancia, que, ahora comprendo, son innatas.

—    Desde luego que yo no tengo ningún futuro del que hablar con la rata que condujo a mi abuelo y a toda mi familia a la ruina más absoluta. Y con la que, además, ha matado a Franz.

—    Amélie, no tenemos tiempo para rabietas de niñatas. Necesito hablar contigo de mujer a mujer. Has visto que Ares confiaba en mí, que ya nos conocíamos. ¿Acaso no es esa razón suficiente para que me prestes un par de minutos de atención sin recelos ni recriminaciones?

—    Está bien. Tienes dos minutos.

Suspiro, preguntándome por dónde  he de empezar. Aunque el origen de todo esto resida en Snow y en todas sus políticas despreciables, he de ser cuidadosa a la hora de explicarlo, pues es su abuelo la persona de la que estamos hablando. Así, empiezo por la sangre, por el negro. Empiezo a hablarle a Amélie de los peores días de mi vida, los posteriores a la muerte de Prim. Le describo las condiciones en las que me encontraba, cómo me dejaba llevar por aquel que se ofreciera y cómo la rebeldía era cosa del pasado; para mí solo existía el duelo.

Sucede que los seres humanos tenemos una curiosa alergia a la pena. Nos da miedo deshacernos en nuestras propias lágrimas y en el dolor, y por eso nos aferramos con fuerza bruta a cualquier cosa que pueda mermar nuestra pena, que pueda justificar un enfado que, si es solo de pena, no es aceptable. Esa fue la razón por la que, cuando Coin me sirvió una apetitosa venganza con un emplatado inmejorable, yo, sedienta de razones más aceptadas que las de la pena, no dudé en lanzarme hacia ella.

—    Cometí un error —confieso, por primera vez, manteniendo mis ojos fijos en los suyos—. Cometí un error fatal que no ha hecho nada más que desencadenar desgracias. Desde entonces,  he intentado solucionar las cosas, pero no me ha resultado nada fácil. Coin tenía una furia dentro de sí imparable, Amélie. Hice todo lo que pude por detenerla, y he llegado demasiado tarde. He sido capaz de sacaros de allí, pero muchas muertes como la de Dani o la de Franz me pesarán siempre. Solo quiero arreglar las cosas.

—    El daño ya está hecho. Ya ha muerto toda esa gente.

—    Lo sé. Lo que quiero es...que nadie más muera. Y, para ello, necesito tu ayuda.

—    ¿Qué tengo que ver yo con todo esto?

—    Tu gente. El Capitolio. Vienen a por nosotros; quieren enzarzarse en otra guerra. Ellos son ahora los que buscan su venganza.

Amélie se queda unos segundos en silencio, mirándome fijamente.

—    Sus razones tendrán —responde finalmente, con frialdad.

Abro la boca mínimamente, sorprendida de su frialdad, pero enseguida me recompongo: no puedo dejar que se atisben rasgos de debilidad en mí.

—    ¿De verdad te da igual que haya otra guerra? ¿Que haya más niños que pasen hambre o a los que se arrebate a sus padres?

Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora