Capítulo 33.

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¡Hola! ¡Nuevo capítulo! Espero que os guste. 

Besos. 

-Natalia

Amélie.

La entrevista de Franz es seca y rápida. Preguntas simples, respuestas cortas. 

La de Dani es algo más emotiva: la chica sabe cómo mostrar su lado dulce, y consigue enseguida hacerse con el cariño de Caesar y con el de gran parte del Coliseo. 

Sin embargo, sentada entre bastidores, con el corazón aporreando con violencia mi pecho, me doy cuenta de que hay algo que no encaja. Lo noto en Caesar, y algo me dice que su falta de emoción y entusiasmo no se debe a que seamos chicos de Capitolio. Solo comprendo de qué se trata eso que desentona cuando Caesar me llama y el Coliseo explota, casi literalmente. 

Cuando entro de nuevo dentro, por un momento los focos me ciegan, pero después me doy cuenta de todo lo que he provocado. La gente se levanta de sus asientos y vocifera gritos que no sé descifrar entre la marea que se ha levantado. No sé si me vitorean o condenan lo que he hecho; en cualquier caso, les he hecho sentir algo. Les he presentado quién soy. Y me siento orgullosa de ello. Todos estaban esperando mi entrevista, dejando no en un segundo plano, sino en un tercero, cuatro o incluso quinto, el resto de entrevistas. Eso era lo que no encajaba.

Camino hacia Caesar y su pequeño escenario portando una sonrisa que va a medio camino entre la dulzura, la sorpresa, y lo abrumada que estoy dadas las reacciones de la gente. El escenario no está exactamente en el centro, sino que un poco más a la derecha, supongo que para que Katniss Everdeen tenga una mejor visión de ello desde su palco. El escenario consiste en unas cuantas escaleras que dan a una plataforma en la que hay dos butacas negras separadas por una mesa de café en cristal. Saludo tímidamente a la multitud antes de tomar asiento. 

Caesar me sonríe ampliamente, y se une al aplauso. Sin embargo, no me mira con simpatía exactamente, sino que lo hace como aquel que mira a un apetitoso plato de comida tras días hambrientos. Es consciente de que esta será una gran entrevista, y no va a desaprovecharla. Miro un momento hacia mi derecha, en busca de Katniss Everdeen; quiero ver si ella también aplaude. Sin embargo, los focos me ciegan.

Caesar detiene los aplausos con un par de aspavientos y esboza una grandísima sonrisa. 

—Amélie Snow, nada más, ni nada menos —dice, con voz aterciopelada, insistiendo en mi apellido—. ¿Cómo te encuentras esta noche, Amélie?

Esbozo una sonrisa que me dé algo de tiempo y recuerdo el consejo de Cinna: «Sé sincera. » ¿Cómo me siento? Tan concienciada de lo que me va a pasar que ya me da igual todo, supongo. Claro que, eso no puedo decirlo si no quiero anular todo el éxito que ha causado mi pequeña rebeldía. ¿Existe algún sinónimo de “tan-me-da-igual-todo-que-no-me-importa-hacer-una-locura”?

—Decidida —respondo finalmente, y no puedo evitar sonreír cuando miles de aplausos truenan en el Coliseo. 

Caesar asiente con la cabeza, mordisqueando un bolígrafo estrambótico. 

—Desde luego que estás decidida esta noche, Amélie. Solo hay que ver esa… ¿cómo llamarlo? ¿Descortesía hacia Katniss, quizás? 

La gente ríe el chiste de Caesar y yo esbozo una sonrisa suave. ¿Cómo puede Everdeen permitirle esto a todo el mundo, y en especial a Caesar? Se están riendo de ella. 

—¿Qué es lo que te ha llevado a ello, Amélie? —prosigue el entrevistador. 

Llevo practicando la respuesta a esta pregunta desde que decidí mirar a los ojos a Everdeen, por lo que mi respuesta es directa y firme. 

—Mi orgullo va antes que todo. Es lo primero, siempre lo es. Y es evidente que mi orgullo no quedaría intacto si me arrodillara ante la persona que provocó la muerte de mi abuelo, ¿no?

La reacción del público es la esperada; los gritos son ensordecedores. Contemplo a todo el público jadeando en pie con una sonrisa de medio lado, de orgullo y valiente. Mucho más valiente de lo que en realidad me siento en estos instantes. 

Caesar se tapa la boca con la mano para esconder una risita. Me sorprende el ver cómo los gorilas de Everdeen no han interrumpido aún la entrevista, cuando la estamos dejando tan en ridículo. 

—¿No te preocupa el hecho de que no haber hecho la reverencia traiga consecuencias?

Y zas. Caesar deja caer la última bomba. Siempre ha sido un hecho el que los vigilantes te hagan la vida más o menos imposible dentro de la Arena según lo bien que les caigas, el juego que des, o lo impertinente que seas. Siempre ha sido una norma no escrita de los juegos del hambre que todos sabemos, pero nunca antes se había sacado a relucir. Miro a Caesar sorprendida, teniendo la certeza de que esa pregunta le va a costar, lo menos, la vida. Es entonces cuando comprendo de que, cuando él está arriesgando tanto, no me queda otra que corresponder. 

—Me gustan las palabras transparentes, Caesar —digo entonces—; llamar a las cosas por su nombre. Así que, respondiendo a tu pregunta…¿no me da miedo el hecho de que, por no haberle hecho una reverencia, Katniss se asegure no solo de mi muerte en los juegos, sino también de que sea lo más lenta y dolorosa posible? La verdad es que…llamadme ilusa, pero aún creo en las reglas, y confío en que, si efectivamente, Everdeen provoca mi muerte ahí dentro, quede reflejado en las cámaras. Confío en que lo veáis, y quede claro quién es la heroína y quién la tirana. 

Más aplausos. Más gritos. Más humillación para Everdeen. 

Caesar, satisfecho por mi respuesta, abre la boca para plantear otra pregunta, pero justamente suena la señal que indica que la entrevista se ha acabado. Salgo del escenario bañada por un fortísimo abrazo por parte de Caesar y por una oleada gigantesca de aplausos por parte del público. 

Cuando regreso a bastidores, dos grandes gorilas me agarran cada uno de un brazo y me arrastran de vuelta al autobús, sin hacer caso de mis quejas. El autobús arranca conmigo solo dentro, y por un momento temo que Katniss Everdeen haya ordenado mi ejecución antes de tiempo. Solo me tranquilizo cuando veo el aerodeslizador que nos trajo aquí en un primer momento. Una vez dentro, esperando, comprendo que han decidido sacarme del Coliseo, del alcance del pueblo, lo antes posible para evitar posibles conflictos. 

Mis compañeros no llegan hasta una hora después. Todos y cada uno de ellos me miran; algunos con desprecio, otros con sorpresa, e incluso alguno de ellos con admiración. Dani me da un sentido abrazo. Celaina se planta frente a mí y se pone a gritar, frenética. Quejándose de cómo nos ha quitado el protagonismo a todos no solo en el desfile, sino también en la entrevista. Está tan enfadada que no me atrevo a replicar. Todos los chicos contemplan la escena con sorpresa. Franz es el único que interviene cuando los gritos de Celaina comienzan a rayar en nuestros oídos. 

—Déjala, Celaina —murmura Franz, provocando el silencio por unos segundos—. Lo único que ha hecho es subirse a su propia cruz, quitarse del medio. Deberías agradecerle el ponerte más fácil la victoria en los juegos en vez de acusarla por requerir tanta atención. 

Todo se queda en silencio y la situación se queda ahí, ya que una asistente de vuelo viene a nuestro compartimento para asegurarse de que todos estamos sentados. Cuando Celaina regresa a su sitio y mi mirada, torpe, se estrella estrepitosamente con la de Franz, no sé si debería mostrarme agradecida con él o enfadada. Finalmente opto por el silencio y por mirar hacia otro lado. 

Todos nos vamos directamente hacia mi habitación. Solo medio un breve “nos vemos mañana” con Dani antes de cerrar mi puerta y tumbarme en la cama, abrazando con fuerza a la almohada. Es entonces cuando comienzan a bullir los pensamientos en mi cerebro, las imágenes sangrientas de otros juegos...preguntándome cómo es posible conciliar el sueño siendo consciente de que a la mañana siguiente la muerte te espera con los brazos abiertos y con una sonrisa de aire dulce pero de dientes torcidos.

Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora