¡Hola a todos!
Siento mucho haber tardado tanto en actualizar. Esta tardanza se debe a haber tenido muchísimo trabajo en la facultad, pero creo que a partir de ahora podré actualizar con más frecuencia, sobre todo ahora que nos acercamos al final del fic.
Respecto a este capítulo, es un poco distinto al del resto, ya que es más interiorista y más de monólogo interior. A pesar de ello, espero que os guste y sepáis ver la evolución de Amélie como personaje.
Besitos y muchas gracias por estar ahí.
-Natalia
Amélie
A veces, sueño con París. París es una leyenda contada por los soñadores que acostumbran a imaginar atardeceres rosados vertidos con gracia sobre las fachadas de edificios históricos, la elegancia de las torres hechas a base de basto hierro o las palabaras susurrantes robadas a bocas que tejen con una sensualidad espencial una lengua de la que surgió mi nombre.
París... París me hace pensar en Amélie. De la primera he visto solo un par de fotografías; de la segunda, sé lo que contaba mi abuelo: mirada curiosa, sonrisa traviesa.
París es el escenario perfecto para cualquier sueño. Siempre pensé que estaba a la altura de París. Mi nombre, mi dulzura y mis inocentes andares de señorita serían más que bienvenidos en una ciudad que, sin embargo, es cuna d delirios y libertad ardiente para los jóvenes que buscan fuego.
Siempre pensé que en París encontraría mi sitio. Una boutique en la que comprar vestidos cuyo vuelo se alzaría glorioso y coqueto cada sábado, cuando un chico dulce, despierto y probablemente estudiante de medicina, me llevara a bailar.
País era cosa del pasado, decía mi abuelo. Esa grandeza existía ya solo en los libros de historia. París era solo una bella leyenda. París no existía.
Ahora, cuando me arranco un paso más, cuando mi mirada, que casi no puede con el cansancio que lleva a cuestas, tropieza, torpísima, con la sangre y barro secas adheridas con rabia a la piel de mis manos -que, si estuvieran en París, vestirían plateados anillos- rotas de pena y dolor, me doy cuenta. Cuando me veo caminando en círculos, fingiendo sortear y despistar a una muerte que se ríe a carcajadas por mi ingenuidad, me doy cuenta.
Cuando todo se viene abajo, me doy cuenta de que mi abuelo tenía razón: París no existe.
Franz, Ares y yo llevamos caminando desde que rayó el primer atisbo de alba. Hay una salida. Hay una esperanza, según Ares. Sin embargo, mi corazón estyá tan contaminado por el llanto, la sangre, el humo y los cañonazos, que no es capaz de deshacerse de todo eso y llenarse de esperanza. Por sus andares y sus silencios, sé que Ares y Franz también consideran muy remota la posibilidad de escapar.
Ares nos lo contó todo muy rápido. Alguien ahí fuera, alguien con poder, quiere ayudarnos. Y no solo eso: puede hacerlo. Y está dispuesta a ello. Lo único que debemos hacer por nuestra parte es estar en el lugar y momento adecuados. Eso, y mantenernos vivos. Al pensarlo, y teniendo en cuenta que no hemos tenido demasiados conflictos con otros tributos, bastará con que no haya un ataque por parte de mutos. Y, si lo hay, podremos deshacernos de él: lo hemos hecho antes. C Cuantas más vueltas le doy al asunto, soy cada vez más consciente de que mi corazón se quita de encima todas esas muertes, lágrimas, pérdidas... y respira. ¿Es realmente posible que todo se acabe en unas cuantas horas? ¿Es posible que lo haya conseguido? ¿Es posible que exista París...?
Un grito sobresaltado de Franz disuelve mis pensamientos esperanzados en una sensación de alerta, A mi corazón se vuelven a adherir el miedo, la sangre, los gritos.
Me doy la vuelta y descubro a un chico cuyo rostro que solo intuyo a causa de la suciedad y heridas que aplastan sus rasgos. Sujeta a Franz. Sujeta una navaja cuyo filo lame, fiero, el cuello del chico de la mirada artificial. Sus palabras son burdas. Neblina. Amenazas de matar a Franz si no le damos todo lo que tenemos. Pienso, con calma, que qué más da, si nos va a matar a nosotros también. Ares, sin embargo, ha tendido en el suelo todas sus cosas, y me insta con una mirada desesperada a que yo haga lo mismo.
"Ahora la chica" oigo en mi cabeza. Suelto la mochila de mis hombros automáticamente, tomo en mis manos sucias y temblorosas las cosas que ha tendido Ares en el suelo y camino con calma hacia el captor de Franz. Le miro a los ojos: rabiosos, asustados. Su mano no disminuye la presión: sujeta la navaja con la misma fuerza que antes.
Desarmados, rendidos. Sé que matará a Franz cuando suelte las cosas. Sé que Ares y yo estaremos muertos también antes de que reaccionamos. Así que reacciono antes. Tiendo las cosas en el suelo y solo tardo un segundo. Alcanzo un cuchillo, y en el momento en el que los ojos del chico bajan al suelo para observar su codiciado botín y su brazo toma impulso para asesinar a Franz, clavo mi cuchillo en su hombro.
Pienso en París y el grito del chico se difumina entre el verde de los campos Elíseos de los que me habló mi abuelo una vez. El tacto de Franz intentando detenerme es solo una brisa, y antes de darme cuenta, le estoy clavando el cuchillo al chico en el corazón. Rescato el sonido de su cañonazo entre la melodía de mis pensamientos interiores, del llanto de Ares y del silencio de Franz.
Me levanto, pensando que estamos más cerca de París,. e insto a mis compañeros con una mirada a continuar. Respondo que no necesito hablar de ello cuando me lo preguntan, un rato después. Ellos caminan henchidos de un silencio podrido de esperanza. Yo camino con la rosa blanca de mi pecho manchada de sangre.
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Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?
Hayran KurguCon la guerra ganada y el Presidente Snow muerto, todo el poder de Panem recae directamente sobre la rebeldía encabezada por el Distrito 13, que, a modo de venganza final, decidirá organizar unos últimos juegos del hambre en el que participarán los...