Amélie
Varios sonidos se mezclan en una melodía que anuncia que va a suceder algo. Por una parte, el ruido de las gotas de lluvia al caer al suelo suaviza el silbido que produce la flecha que alguien escondido tras los matorrales nos lanza. Esa amenaza invisible, traducida en el susurro de los matorrales, a su vez provoca un grito de advertencia por parte de Franz, quien también hace ruido al sacar todas sus armas y apuntar a un adversario que aún no ha dado la cara.
Como una melodía secundaria, de fondo oigo cómo Ares arranca la flecha fallida del árbol contra el que ha chocado, el despertar de una tormenta en la distancia y unos rugidos, como pasos fuertes, cuyo origen prefiero, por ahora, desconocer. Como colofón a la canción, se une mi grito de terror cuando me encuentro con una Celaina desbocada que corre hacia nosotros, cuchillo en mano.
Me vuelvo instintivamente hacia mi espalda, pero entonces recuerdo que no llevo ningún arma conmigo. Y entonces, en ese momento de música de terror, de canción de agonía, me doy cuenta de un par de cosas más. La primera es que Celaina viene directa hacia mí. La segunda, que Franz y Ares, en posesión de las armas, están ocupándose de Pólemo y otro par de chicos, que, armados hasta los dientes, se vierten con furia sobre ellos, imposibilitándoles venir a ayudarme.
Entonces me doy cuenta de un tercer y minúsculo detalle: voy a morir.
Voy a morir y afronto la muerte de la forma más cobarde que se me ocurre: cerrando los ojos. La duda de en quién voy a pensar en los últimos instantes de mi vida me impide dedicar esos segundos a pensar en algo profundo y con significado. Ha pasado demasiado tiempo; ya debería estar muerta. Hago acopio de los últimos recursos de valentía que poseo y abro los ojos. Otro gripo escapa de mis labios cuando veo a Celaina salir despedida con violencia en el aire: algo la ha golpeado. Rescato del ruido cómo cae secamente al suelo y el posterior cañonazo. Pero no tengo tiempo para preocuparme por su muerte: eso que la ha golpeado letalmente para apartarla de su camino viene ahora hacia mí. Es una figura de unos cuatro metros que se recorta enorme y gigantesca en la oscuridad de una noche que ya es una realidad. Camina con pasos decididos pero torpes; parece conocer muy bien su objetivo. Parece conocerme. La oscuridad me impide atisbar sus rasgos, pero enseguida sé de qué se trata: es un cíclope. Como el de Odiseo. Viste un pañal, como si fuera un bebé grande, y camina como tal: balanceándose, tropezándose, sin saber por dónde va.
No veo otra opción que salir corriendo. Sin embargo, enseguida me doy cuenta de que no puedo ir muy lejos: el claro se ha convertido en un auténtico campo de batalla. A un lado está el lago, y recordando a las sirenas que atacaron a Franz al llegar, decido que no es una buena idea acercarse ahí. Camino hacia atrás, y el cíclope ruge. Las lágrimas caen con desesperación por mis mejillas. Agarro una roca y la lanzo contra el cíclope, pero rebota es su enorme barriga sin hacerle el más mínimo daño y me siento ridícula.
Sucede lo inevitable: me alcanza. Busco una salida, y, sin encontrarla, rompo a llorar y a temblar. Solo espero una muerte rápida, pero cuando la manaza del cíclope impacta sobre todo mi cuerpo y me lanza por el aire, sé que no va a ser así. Quiere jugar conmigo.
Cuando golpeo el suelo, un dolor punzante se concentra en mi cadera antes de expandirse y alcanzar todos los rincones de mi anatomía. Ni siquiera puedo quejarme, porque enseguida sus zarpas vuelven a rodearme. Esta vez, sin embargo, no me lanza con violencia hacia ningún sitio, sino que me alza. Su brazo sube hasta que mi cara, muerta de terror, está frente a la suya, que, aun escondida tras la profunda oscuridad de la noche, es de pesadilla. Su ojo proyecta sobre mí una mirada latente y enferma, casi mecánica. Sus movimientos son secos, como si alguien los dictara previamente. Su brazo está quieto, pero empieza a moverse cuando algo cambia en su mirada. Se mueve hacia…su boca. Va a comerme. Intento soltarme, grito, araño y lloro, pero nada de ello lo detiene. Solo una espada que acierta certera en su brazo hace que se detenga y el muto aúlle de dolor. Abre la mano inconscientemente dejándome caer justo en el momento en el que agarro la espada, provocando en el cíclope otro chillido de dolor y furia.
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Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?
FanficCon la guerra ganada y el Presidente Snow muerto, todo el poder de Panem recae directamente sobre la rebeldía encabezada por el Distrito 13, que, a modo de venganza final, decidirá organizar unos últimos juegos del hambre en el que participarán los...