Capítulo 61

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¡Hola! Este sí que es el último capítulo antes del epílogo. Besos y gracias por leer. 

Amélie

Siempre he encontrado un pequeño ápice de belleza en la destrucción. Al igual que los pétalos de una flor siguen siendo bellos de manera individual, los escombros de una ciudad siguen inspirando unidad, vida y cotidianidad.

El gris del cielo a punto de llorar lluvia de nuevo se mezcla con el gris de las piedras fragmentadas y con el del polvo que adorna la avenida central del Capitolio tan larga como es.

Es, sin duda, una escena terrible que grita «guerra» por los cuatro costados. Es mi hogar derruido, roto. Es la derrota. Sin embargo, lejos de afectarme e infundirme tristeza, me inspira belleza.

Me doy cuenta de que los juegos me han cambiado. Cuando estoy en la cumbre de una de las cordilleras del Capitolio, un sitio muy poco conocido al que solía venir con Ares y desde el que se puede ver toda la ciudad, y de la asoladora imagen en vez de lágrimas solo puedo rescatar la mezcla del olor de la lluvia con el de la pólvora, en ese momento me doy cuenta de que soy una persona distinta.

Me siento en el césped y el rocío me moja el vestido, pero me da igual. El cielo sigue estando gris, a pesar de que son las ocho y debería empezar a anochecer, pues el verano está llegando a su fin.

Es un verano agonizante. Las flores se mueren, las estatuas que adornan la ciudad son destruidas y todo lo que ha sido Panem hasta ahora se está disolviendo en un vaso de aire fresco.

Hoy cumplo diecisiete años. Desde mi captura mi madre no sabe en qué día vive, y se limita a darme abrazos silenciosos y a murmurar para sí si estamos seguras aquí, si deberíamos huir. Los juegos también la han dejado tocada a ella.

Y Ares...para él se ha parado el tiempo desde la muerte de Franz. La vuelta a casa ha permitido que por fin llevara su luto en paz, y apenas hemos coincidido en los últimos días. Hemos intercambiado pocas palabras, pero muy intensas. Ares me ha confesado que amaba a Franz. Lo amaba de tal forma que dudo que vuelva a ser el mismo tras estos juegos. Y, por ello, dudo que vuelva a existir lo mismo entre nosotros. Al fin y al cabo, si yo no hubiera estado ahí, si no me hubiera pegado a él durante los juegos, a lo mejor estaría vivo.

Sin embargo, intento no martirizarme. Hoy he recibido un regalo, a pesar de todo. Ha sido una carta del abuelo que dejó escrita meses antes de que todo se viniera abajo. La saco de nuevo, arrugada en el vestido que llevo, y la leo por octava vez:

«Querida Amélie:

Hoy es un día muy especial, pues mi florecilla de rizos rubios cumple diecisiete años. Eres el mayor orgullo de tu abuelo, y por ello por fin he abierto para ti la cuenta en la que te llevo ingresando dinero desde que naciste. Sé que lo usarás muy bien. Con mucho cariño,

Tu abuelo»

Doy por hecho que la cuenta de la que habla estará ya saqueada, como todas las que se vaciaron en la guerra. No me importa. Doy por hecho también que la razón por la que abrió la cuenta no fue porque cumpliera diecisiete, sino porque tengo la certeza de que mi abuelo fue el primero en estar seguro de que todo se venía abajo incluso antes de que Katniss Everdeen soñara con conseguirlo.

Es curioso que precisamente la otra única persona que se ha acordado de mi cumpleaños sea la que acabó con la otra. Sacó el papel arrugado del otro bolsillo:

«Amélie:

Muchas felicidades por los diecisiete. Ambas sabemos que felicitarte expresamente por conseguirlos procede -no como en el resto de ocasiones-, ya que, esta vez, no ha sido fácil hacerse con ellos. Nos vemos pronto. De una amiga,

Katniss Everdeen»

Sostengo los dos papeles en mi mano y me doy cuenta de que soy la pieza clave, la que ha unido todo. La que se ha interpuesto entre los dos. La que sujeta las felicitaciones de cada una de las partes.

Cumplo diecisiete y he detenido una guerra. Vuelvo a mirar los escombros y el cielo gris.

¿Por qué me siento tan rota si ya he arreglado todo?


Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora