Capítulo 41.

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Hola a todos. 

¿Os acordáis de mí? ¿De este fic? Espero que sí, porque yo me acuerdo mucho de vosotros. 

Hacía meses desde que no actualizaba este fanfic, y habéis sido decenas y decenas los que me habéis preguntado qué pasaba con la historia, si tenía pensado continuarla. Claro que sí: la historia tiene un final programado y está todo pensado. El problema es que a veces es difícil encontrar el momento para ponerse a escribir lo que una tiene pensado. Con las clases, los deberes, las lecturas...me ha sido bastante imposible escribir algo. 

Sin embargo, hoy he sacado un rato y he releído todo el fic, desde el principio. A veces, retomar la conexión con una historia supone algo tan sencillo como releerla y darte cuenta de lo mucho que disfrutabas cuando la escribías. Esto es lo que me ha sucedido, y tras releer todo, he escrito cuatro capítulos del tirón. Os voy a dejar dos de ellos, y espero que perdonéis esta ausencia tan prolongada y le volváis a hacer un huequito a Katniss y a Amélie en vuestras estanterías. 

Sois muchos los que os habéis puesto en contacto conmigo durante estos últimos meses, e intentaré responderos a todos, pero me llevará tiempo. De momento, aquí os dejo el capítulo. 

Ruego, me perdonéis. No merezco unos lectores tan buenos. 

Sois los mejores. 

Besos, y que disfrutéis de los capítulos. 

Katniss.

—No puede estar pasando. No otra vez…

—Bueno, ya los has visto. Ya has visto la sonrisa de ese tal Franz al mirarla. Y lo compungido que estaba su rostro cuando creía que estaba muerta…—comenta Reak, respondiendo al comentario de Peeta—. Es el tío más frío que he visto en mi vida. Y Amélie…le está haciendo cambiar. 

La conversación que mantienen los dos chicos es solo un eco distante y lejano. 

—Coin se enfurecerá —interviene Peeta. 

Los tres estamos en la habitación de Reak. Desde que Peeta lo sabe todo y volvemos a estar juntos, Reak y yo lo hemos sumado a nuestras reuniones clandestinas para hablar de nuestro plan. Peeta y yo estamos sentados juntos, y él toma mi mano, en la que traza suaves círculos que no cumplen su propósito relajante. 

—Ya lo está —murmuro yo, recordando la rabia que bullía en los ojos de Coin al ver a Amélie y a Franz sobrevolando su arena, ajenos a todo, como un par de adolescentes enamorados—. Es cuestión de tiempo que decida matar a Amélie. Le está causando demasiados problemas y, ahora, ¿un romance? Es lo que nos faltaba…

Mis palabras, frías y afiladas como la sierra impregnada de terrible verdad de un cuchillo, establecen el silencio casi a la fuerza.

—Estoy de acuerdo con Katniss. Tenemos suerte de que Coin aún no haya matado a Amélie…—dice Reak, preocupado.

—¿Y qué hacemos? —pegunta Peeta. Primero mira a Reak, pero después su mirada se posa en mí y es…reconfortante. Tan reconfortante saber que está aquí, que está definitivamente aquí, que hace que casi sonría. 

—Hay que detener los juegos —digo finalmente—. Sabemos dónde está la arena, cojamos un maldito aerodeslizador y saquémoslos a todos de allí. 

—Es fácil decirlo —interrumpe Reak, algo seco—. Para empezar ¿de dónde sacamos un aerodeslizador? ¿Alguien que sepa conducirlo? Y, lo que es más ¿de dónde narices sacamos alguien que sepa conducirlo y esté dispuesto a ayudarnos?

—¿Y dónde iríamos después? —añade Peeta—. Somos un grano de azúcar comparado con el ejército de Coin. Y en el trece es ella la que manda, y no Katniss. Sus soldados la matarían sin dudarlo medio segundo. 

El silencio vuelve a alzarse, burlón ante nuestra desesperación. Miro a los dos, a mis dos chicos, en busca de alguna idea, algo a lo que aferrarnos, pero no consigo nada. 

—Tenemos que conseguir sacar a Amélie, al menos. Y tenemos que hacerlo cuanto antes. Ella no va a intentar salir por su cuenta…—con esas últimas palabras de Peeta, Reak me mira, todavía culpándome de no haber ido a hablar con Amélie aquella noche— y nosotros no podemos avisarla. Ni ir a buscarla. Tiene que conseguir salir por sí misma…

—Una lástima que en los juegos del hambre no tengan salida. Ahí está la gracia…—farfulla Reak, irónico.

El silencio vuelve, pero para mí, una palabra resuena, tiene su propio eco en el silencio. 

Salida.

Salida. 

Casi toda palabra tiene que tener un antónimo. 

Blanco y negro.

Feliz e infeliz.

Triste y contento.

Noche y día.

Calor y frío.

Salida

Y

Entrada.

Entrada.

—Si hay una entrada, obligatoriamente tiene que haber una salida…—murmuro para mí, sin darme cuenta de la manera en la que Peeta y Reak me miran.

—Los cilindros de metal —dice Reak, sin darle importancia. Veo cómo el rostro de Peeta se contrae y sé que se está acordando de su tubo, de la falta de aire, de ese saber que estás pasando los últimos momentos de tu vida—. Desaparecen cuando empiezan los juegos. No nos sirven.

Peeta me mira con un claro interrogante en los ojos.

—Desaparecen —admito—, pero no se destruyen. 

—¿Qué quieres decir? —pregunta Reak, entornando la mirada.

—Los tubos, una vez han empezado los juegos, vuelven a la plataforma, al edificio de lanzamiento. Pero, que vuelvan a subir, depende de los vigilantes. Y, en este caso…

—…los vigilantes sois vosotros —completa Peeta, con voz tenue. 

Asiento con la cabeza.

—Podríamos hacerlo. Tendríamos que avisar a Amélie, distraer a Coin y…

—Katniss, Katniss… —murmura Reak, abrumado—. Para el carro. No es tan fácil. 

—¿Por qué no? —inquiero— Nosotros les sacamos los tubos, Amélie se mete en uno de ellos ¡y ya es nuestra!

—Olvidas que los juegos son televisados —interviene Peeta, mirándome con cariño, como si mi inocencia le inspirara ternura—. Cualquier momento inusual que haga Amélie será recogido por las cámaras y notificado a Coin, quien no dudará en atravesar a nuestra rosita blanca con un misil antes de que se le ocurra siquiera poner un pie en esos tubos. 

Reak asiente, secundando las palabras de Peeta. 

—Además, en el hipotético caso de que lo consiguiera y la trajéramos…una vez aquí, ¿qué? Hay cientos de agentes a las órdenes de Coin. Nosotros no superaríamos la decena. 

—Y tampoco nos serviría de mucho sacar solo a Amélie: cuando la presentemos frente al Capitolio, nos echarán en cara que solo la hemos rescatado a ella por nuestro propio interés —añade Peeta, apesadumbrado—. Y, mírala: no se prestará a hacer nada por nosotros si no sacamos al menos a Franz también. 

El silencio se alza, nos derrota, y nosotros nos dejamos vencer. 

—Sois muy optimistas —digo por fin, con ironía. 

—Somos realistas —puntualiza Peeta, con media sonrisa triste, besando mi cabeza con suavidad. 

Reak suspira. 

—La realidad da bastante asco. 

Nos quedamos en silencio, sin argumentos para rebatir su afirmación. 

Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora