Capítulo 46

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Amélie

Ellos creen que estoy dormida. Ambos me recomendaron descansar, fingiendo que se preocupaban por mí, cuando era dolorosamente obvio que lo único que buscaban era quedarse un rato a solas. Y, aunque no tenga sueño, se lo he permitido. Al fin y al cabo, son novios. Y los novios necesitan hablar. Hablar sin que nadie los interrumpa, por mucho que ese alguien se esté rompiendo a pedazos por dentro. 

Estoy tumbada bajo las ramas de un frondoso roble, y ellos no están muy lejos. La situación nos ha abrumado tanto que no se dan cuenta de que puedo oírlos perfectamente. Si realmente durmiera, el volumen de sus voces me despertaría. 

— No me mires así —suplica Ares. Su voz está atrapada, como si al estar en un escenario desconocido no se atreviera a salir. 

— No te miro de ninguna forma. 

— Claro que sí: con reprocho, como si fuera culpa mía que estuviera aquí. 

Se quedan unos segundos en silencio. Si abriera los ojos, estoy segura de que Franz está distante y de que ahora se encoge de hombros. 

— La verdad es que no sé cómo has llegado aquí. No he oído nada. Ni siquiera entiendo cómo nos has encontrado. 

— ¿Y que no sepas todo eso automáticamente me hace culpable de que esté aquí? —protesta Ares, alzando el tono. 

— Supongo que no…

— Simplemente me capturaron, Franz. Me encerraron y me soltaron aquí. 

— ¿Y cómo nos has encontrado?

— Intuición —responde Ares al cabo de unos segundos. No lo hace con convicción. 

— Lo que sea —apunta Franz, seco. Oigo sus pasos desesperados moviéndose alrededor del claro—. ¿Y qué haces aquí?

Ares ríe una risa seca y triste. 

— Esperar la muerte —responde, sereno—. Como tú. Como ella. 

Los dos entonces se quedan en silencio. Puedo sentir sus miradas sobre mí, interrogantes. Preocupadas. 

— ¿Qué hay de ella? —pregunta Ares. 

— Nada —responde Franz, rotundo. Ver que le importo tan poco hace que el dolor de mi estómago, de todo mi cuerpo, se acentúe—. Simplemente…la protejo. Sé que es lo que te hubiera gustado. 

— Y te lo agradezco. Pero ahora, por poco plausible que parezca, estoy aquí y puedo hacerme cargo de ella. No tienes ninguna obligación respecto a Amélie: puedes marcharte, si es eso lo que quieres.

— ¿Y qué pasa contigo?

— ¿Conmigo? —pregunta Ares, confuso. 

— Con nosotros —replica Franz, con una incomodidad a la que Ares ríe, alegre. 

— Ah, ahora sí que somos nosotros. No somos Franz y Ares, dos chicos que no tienen nada que ver pero que a veces, y solo a veces, se lían. Tú mismo dijiste que no éramos más que eso. 

— No es el momento ni  el lugar para sacar esto. Y lo sabes. 

Silencio otra vez. Ahora se extiende varios segundos, tantos que abro los ojos para asegurarme de que no se han marchado enfadados, cada uno por su camino. Mis párpados se levantan justo en el momento en el que Franz camina hacia Ares y besa sus labios con decisión, con pasión, sin vergüenza. Siento que es una escena privada, que no debería estar mirando…pero ver a Franz y a su frialdad sentir tanto y sentirlo con mi amigo Ares es algo…excepcional. Verlos besarse hace que algo se remueva en mi tripa; no sé, sin embargo, si se trata del hambre, el malestar general o la impresión de ver a Ares aquí, que, aunque hayan pasado un par de horas, continúa latente. O quizás es que siento algo más que cariño por…¿Ares? No. Desde luego que no. Es la pregunta de oro que llevo planteándome años y conozco muy bien la respuesta: no. Ares siempre ha sido un amigo. Entonces, ¿por qué me siento así? ¿Se debe a sentir algo hacia…Franz? 

No me da tiempo a seguir pensándolo, ya que en ese momento sus labios se despegan y cierro los ojos, fingiendo dormir. 

Nosotros —recalca Franz, ante lo que Ares esboza una débil sonrisa—. Ahora más que nunca. 

— No puedo dejar a Amélie. Ya lo sabes. 

— No te estoy pidiendo que dejes a Amélie —responde Franz rápidamente, casi ofendido—. Yo tampoco quiero dejarla. No podría ni aunque quisiera. 

Y silencio otra vez. Ahora tengo la certeza de que ambos me observan, con cariño y cuidado, como si sus ojos sobre mí pudieran despertarme. 

— ¿Y entonces qué? —insiste Ares. 

— Ambos la protegemos —responde Franz. Su voz está distorsionada; estoy segura de que me mira a mí y no a Ares—. Y ella nos protege a nosotros. 

— La verdad es que es ella la que te ha salvado el culo en más de una situación…Lo he visto por la tele. 

Franz no responde de inmediato. 

— Ese es nuestro trato: el uno le salva el culo al otro, y seguimos. Al principio solo lo hacía por ti, pero le he acabado cogido cariño, ¿sabes? Pero eso no se lo digas a ella.

— Es imposible no cogerle cariño —suspira Ares—.  Tan dulce, tan alegre…

Hablan poco más; solo para aclarar que no podemos quedarnos mucho tiempo más en el claro: a mediodía partiremos. Cuando empiezan a recoger nuestras pertenencias, yo finjo despertar. Mientras que Franz solo me dedica una mirada vacía desde la distancia, Ares enseguida se acerca a mí y me pregunta cómo he dormido, a lo que respondo con una vaga sonrisa: nunca me ha gustado mentirle. 

— Tengo algo para ti —murmura Ares, sacando de su bolsillo una pequeña caja gris. Me la tiende con manos trémulas—. Pensé que te recordaría a casa. 

Abro la caja y descubro en ella una pequeña rosa blanca, viva, brillante, de un blanco perlino y virgen, puro. Es preciosa. Exhalo su perfume y por medio segundo pienso que estoy en el jardín del abuelo, donde crecían cientos de estas rosas blancas. Es verano, visto un vestido amarillo y juego al escondite con mi madre. Borro la imagen de mi cabeza cuando siento que las primeras lágrimas empiezan a llenar mis ojos. Ares toma la rosa de mis manos y la coloca con suavidad sobre mi pelo. Sonríe. 

— Estás preciosa —murmura dulcemente. 

Correspondo a su sonrisa y le abrazo, pero sin poder decir nada. Les ayudo a recoger y partimos en dirección norte. Sin embargo, dejo que ellos se adelanten: tienen muchas cosas que hablar. 

Mientras, yo camino sola con mis miedos, dolores y preocupaciones. No puedo dejar de pensar en la rosa que llevo en el pelo. ¿Por qué hacer de ella un adorno cuando no estoy en un escenario que merezca que yo esté guapa? ¿Por qué debo esforzarme en parecer un ángel cuando estoy en el infierno? Saco la flor de mi pelo con un manotazo, aunque enseguida me doy cuenta de que el movimiento tan brusco puede haber dañado la flor. Está impecable y bella, sin embargo. Bella. Esta flor es lo único bello, el único trocito de mi hogar al que puedo agarrarme. Y no es un simple adorno. Es mucho más que eso. Es la prueba de que no me he rendido, de que aún hay algo por lo que luchar. 

Coloco la rosa con suavidad en una apertura de mi traje, justo a la altura del corazón; donde más la necesito. 

Sinsajo. ¿Qué pasaría si...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora