4. Control

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La palabra "contrólate" fue el mantra que se ciñó a su corazón, estrangulándolo desde que tenía uso de razón. Un mantra proveniente de un pasado complicado para un niño.

Sus padres se casaron jóvenes, en contra de los deseos de sus familias, quedando a la deriva en el mundo sin el apoyo de ninguna parte. La ausencia de un respaldo, unida a una recesión económica en el país, marcaron los primeros años de Gabriel, viendo a sus padres sufrir y quitarse la comida de la boca para ponerla en su plato, en un acto de un amor que lo hizo consciente al infante de los sacrificios hechos por su bien.

"Contrólate", la palabra que su padre usaba consigo mismo, que Gabriel adoptó para mantener la cordura, en nombre de la gratitud.

"Contrólate", la palabra contuvo las reacciones propias de un niño; en su adolescencia lidió con las hormonas y el magnetismo a los chicos, siendo el hechizo inquebrantable que lo ayudó a recluirse, eludiendo la tentación, cortando los lazos peligrosos con su entorno; y, durante la universidad, esas diez letras lo mantuvieron firme en corresponder a las expectativas de quienes lo dieron todo por él.

¿Cómo podía pagarles con el egoísmo de ejercer su libertad, los sacrificios que sus padres hicieron, negándoles el verlo felizmente casado con una adorable mujer?

Por años el mantra del control fue su estrella guía... Hasta minutos atrás, en que fue vencido por unos ojos grises.

Esa noche calurosa de primavera, el alcohol y Ander lo invitaron a subir al Jaguar que rugió por las calles desérticas, haciendo gala de su potente motor, en su ronroneo alejándolo de la línea recta a la que pretendió consagrar su vida.

El paisaje a su alrededor dejó de ser el común de su día, cambiando a una zona exclusiva que sólo llegó a cruzar para llegar con algún cliente en ese extremo de Marvilla. Un área apacible, llena de áreas verdes y esculturas de artistas cuyos nombres escapaban a su reconocimiento, que se esforzaban por robar su atención, sin existo.

A esas alturas no estaba seguro de qué tanto era obra del alcohol, y que tanto usaba al alcohol de excusa, justificando así ser el copiloto del hombre de nariz griega y pómulos altos, el marco perfecto rodeando la mirada de un paciente depredador.

El silencio y la oscuridad, al pasar de los minutos, llenaron sus oídos de latidos pesados, de deseos de huir, de deseos de quedarse, de querer saltar arriba de Ander, de querer abrir la puerta y arrojarse al acotamiento. En el semáforo de una calle secundaria y vacía, entre su conflicto interno, frente a él apareció el rostro del conductor, sepultando el embrollo en una avalancha gris.

Un beso lo arrancó del paraíso de las apariencias y lo común, lanzándolo a lo profundo del averno, al nido de los deseos más perversos y retorcidos. De la virtud a lo pecaminoso, y el resto se lo dejó a la brumosa fantasía de la ebriedad.

La consciencia del trayecto, consumida por el cosquilleo en su boca.

En el departamento de Ander, su mente perdió la forma de su cuerpo en las sombras, y la pasión lo cubrió con una manta, protegiéndolo del juicio externo.

Los besos se apresuraron a puerta cerrada.

Las manos de Ander se apretaron a su cintura, una seductora enredadera que, además de atraparlo, lo despojó de la ropa y de la inhibición, sacando a relucir un lado atrevido que sólo en cuestionables sueños era capaz de mostrar.

Sus dedos instaron a los botones a darle paso, y a la tela a retirarse del camino, muriendo de ganas por sentir en carne propia las imágenes que inundaban internet.

El fresco de las sábanas contra su espalda le dio una idea de su ubicación en el departamento.

La penumbra rodeó la diáfana y poderosa silueta de Ander, de pie en la orilla de la cama.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora