53. Placebo

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En medio de ambos se extendía un abismo que, hasta hacía unas horas, parecía insalvable. Un abismo de dudas, de personas, de sucesos e inconvenientes imposible de resolver en apariencia, borrados en el camino recorrido a bordo de un taxi y de un Jaguar, aferrándose, no a los impedimentos distanciando sus sendas, sino a la diminuta posibilidad de que, entre la maleza y las espinas rodeando la oscuridad abisal, hubiera una oportunidad de cruzar lo que los separaba, para enloquecer juntos.

Olvidaron la moral y los miedos, sujetándose como si se tratara del último aliento de su vida, a los labios contrarios. Gabriel abrazando el cuello de Ander. Ander sujetando la cintura de Gabriel, levantándolo para que sus piernas lo rodearan, camino al dormitorio.

Esa noche, en esas paredes en penumbras, gracias a la luz de la ciudad filtrándose por los ventanales despejados que los vieron en el pasado usar la excusa de un contrato, se olvidaron de las palabras.

La cama recibió el cuerpo de Gabriel, en una contradicción. Una avalancha de ternura que lo depositó en las sábanas, una flor de cristal ardiendo, moldeándose entre los dedos de Ander. Un monzón de deseo precipitándose sobre sus labios entre besos húmedos ahogando sus palabras, su respiración, su mente.

En algún punto en el breve recorrido hasta ahí, su chamarra desapareció, así como la playera, dejando al desnudo, de la cintura hacia arriba, un cuerpo que había perdido un par de kilos y tonificación a raíz de la inactividad, pero que, a los ojos de Ander, actuó como un chispazo sobre gasolina.

La consciencia que Ander mantuvo, en consideración a la condición de salud de Gabriel, rogándole que fuera paciente; se esfumó al atrapar una de las tetillas entre sus dientes, sin morder, prensando la cima, chupando alrededor, distrayéndolo con el placer que se extendía por el torso al resto de su ser, sus manos quitándole el pantalón y la ropa interior.

Las yemas del hombre de ojos grises que llegaron frías del exterior, al entrar en contacto con Gabriel elevaron su temperatura a niveles asombrosos, pasando del invierno al caluroso verano, deslizándose por una piel que extrañaba sentirse erosionada por su tacto, cada poro de su piel atento y expectante.

Gabriel jadeó, separando sus piernas para atraerlo hacia él, implorando que dejara atrás la amabilidad, haciéndolo sobre él, las palmas de Ander sosteniendo el resto del impacto, evitando un vergonzoso resultado. Inconforme, Gabriel besó el cuello a su alcance, apresurándose a abrir la camisa que le impedía tocarlo directamente, y luego de conseguir deshacerse de algunos botones, con el trabajo a medio hacer, se deshizo del cinturón.

Sus ansias lograron darle a Ander una claridad divertida, que lo hizo reír y tomar las manos de Gabriel, deteniendo su actuar tierno y torpe, besando sus nudillos.

—No hay prisa —murmuró en la oscuridad—. Sólo somos tú y yo.

El gris devorándolo entre sombras a Gabriel, vendiéndole una clara mentira como si se tratar de la verdad y, aún consciente de ello, el joven presidente asintió tras una pausa, pidiendo sus labios para un beso que, a diferencia del de la sala, o los múltiples que hubo hasta la cama, fue dulce y crédulo, la entrega consciente a la mentira.

La curvatura de su espalda se acentuó antinatural al encontrarse desnudos, y ver bajar a Ander entre besos y marcas por su piel pálida a su entrepierna, yendo contra la discreción y la vergüenza con la que se manejaba, exigiendo lo que ya venía en camino.

Rígido como una piedra, fue atendido por un cálido beso en la punta, la lengua rozando del centro a los costados, los embaucadores labios de Ander chupando la piel rugosa de la base, haciéndolo retorcer y apretar los dientes, conteniendo inconscientemente los sonidos que se acumulaban detrás de su lengua.

Los Secretos del Hombre de Mis SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora